› Por Edgardo Cozarinsky
Escribi “Bienes raíces” hace unos quince años. Al releerlo hoy me encuentro con un motivo que, sin buscarlo, ha visitado, fiel, muchas de mis ficciones, cuentos y novelas. Ese “diseño en el tapiz”, diría Henry James, lo reconozco en la confrontación de personajes que secretamente se complementan, ya sea por el deseo o el odio, la envidia o la admiración, o por una mezcla tácita, confusa, de todos estos sentimientos.
Cuando lo escribí nunca había visitado Entre Ríos, la tierra donde nació mi padre, y sólo por alguna anécdota de parientes más que de mi muy parco progenitor, había recibido una imagen de ese rico archivo de experiencias que fueron las colonias del barón Hirsch. Solo en 2013, para filmar Carta a un padre, visité Villaguay, Clara, Domínguez y otros lugares emblemáticos de esa historia y entendí algo de las ilusiones y decepciones que la marcaron.
Con esto quiero decir que el Entre Ríos del cuento está inventado a partir de imágenes halladas y sobre todo de mucha libertad. Es una tela de fondo para un conflicto de filiaciones, que reaparece, entre otros libros míos, en La novia de Odessa y Lejos de dónde. Que lo haya abordado con una iluminación tangencial es algo donde reconozco preferencias de narrador. Sin duda corresponden a pulsiones que no me interesa analizar mientras sigan alimentando sordamente mi trabajo.
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