› Por Sebastián Basualdo
Las influencias y deudas que tiene este cuento están a la vista; de hecho hay una frase que remite a un autor que admiro y quiero entrañablemente. Como les suele suceder a todos aquellos que no buscan temas sino que se dejan atrapar por sus obsesiones, me siento ya un poco alejado de aquel muchacho que lo escribió. La primera versión tiene más de diez años. Corregirlo, después de tanto tiempo, no me resultó tan sencillo como imaginaba. Si en aquel entonces yo era otro, eso también vale para la fuerza inicial que me había llevado a escribirlo. Intentar recuperar algo de aquel impulso era lo que verdaderamente me preocupaba más allá de los aspectos estilístos o estructurales. Hemingway solía decir que escribía mejor cuando estaba enamorado. Y le creí, por supuesto. A los veintipico de años necesitaba creer todo lo que decían los escritores que conformaban mi familia espiritual. Sólo que yo, al escribir gran parte de los cuentos que conforman el libro Fiel, no estaba enamorado sino enojado. Un enojo visceral, si se quiere. Había visto sufrir mortalmente a un hombre por amor y creía que una mujer tenía la culpa. Estaba equivocado, naturalmente. Pero de esa equivocación nació este cuento breve; porque mi enojo en realidad no iba dirigido a la mujer sino al machismo, o dicho de otra manera: al orgullo herido del varón que ideológicamente no puede concebir que alguien le sea infiel, aun cuando él mismo se vanagloria de sus deslealtades. En la última lectura, realicé un mínimo procedimiento que aprendí de John Berger: en lugar del personaje masculino puse al femenino. No sólo que el cuento ya no era el mismo sino que tampoco funcionaba la historia. El poder que ejerce la cultura sobre nosotros, pensé.
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