› Por Ezra Pound
Il n’y a de livres que ceux où un ècrivain s’est racontè lui-
même en racontant les moeurs de ses contemporains –leurs
rêves, leurs vanités, leurs amours, et leurs folies.
Remy de Gourmont
De Gourmont emplea estas frases al escribir sobre la incontrovertible superioridad de Madame Bovary, La educación sentimental y Bouvard y Pécuchet sobre Salambó y La tentación de San Antonio. Al reflexionar sobre este concepto llegamos a la conclusión de que es aplicable a toda prosa. ¿Lo es asimismo a la poesía? Se podría ampliar la interpretación de rèves; el grueso del público hubiera preferido que el poeta hubiera agregado algo más; pero De Gourmont sabe guardar la proporción. La visión ha de encuadrarse en el lugar adecuado si hemos de creer en su realidad.
Los escasos poemas que Eliot nos ha brindado mantienen dicha proporción, así como mantienen otras proporciones del arte. Tras una considerable producción contemporánea que es puramente artificiosa o que está intencionada pero por incompetencia ha quedado inconclusa e incompleta, o que por mera ignorancia está plagada de fallas que podían haberse evitado con un año de estudio o de concentración, es un consuelo encontrar una obra de arte cabal, ingenua a pesar de su sutileza, y exenta de toda afectación.
Sin temor a equivocarnos, podemos cotejar la labor literaria de Eliot con cuanto ha sido producido en lengua francesa o inglesa desde la desaparición de Jules Laforgue. Nada es capaz de superarla, y el lector que descubra una obra la mitad de valiosa que cualquiera de las de Eliot podrá considerarse extremadamente afortunado.
El escritor inglés o estadounidense no está muy dispuesto a reconocer la necesidad, o al menos la conveniencia, de confrontar una obra en lengua inglesa con una francesa. De sugerírselo, el inglés responde que no se le había cruzado por la imaginación, que no ve el motivo para preocuparse con lo que está ocurriendo en la otra margen del Canal de la Mancha. El americano replica que el autor de estas líneas ya ha dejado de pertenecer a los Estados Unidos –el más cruel vituperio de todo su vocabulario–. El resultado neto es que es harto difícil leer a nuestros contemporáneos. Después de un tiempo las “promesas” terminan por cansar.
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