Dom 13.02.2011

VERANO12 • SUBNOTA

El cuento por su autor

Conservo el original mecanografiado de Versión de un relato de Hammett. Son varias hojas papel oficio abrochadas, con membrete –arriba a la izquierda, en celeste– de Feriado Nacional, una efímera revista de humor y opinión que hicimos entre varios durante los últimos meses de la dictadura y los primeros de la democracia. Ese original viejito tiene indicaciones manuscritas, en marcador, para la imprenta, ya que el cuento se publicó por primera vez en enero de 1984, durante el primer verano de Alfonsín, en el número 8 de esa publicación que no llegaría al otoño. Tengo el ejemplar de la revista: en la portada, un general San Martín sentado al pie de su propio monumento en la plaza homónima, se ha sacado las botas y brinda, relajado y cordial, con el público lector: Llegó la hora de bajarse del caballo, es el título de tapa. Está muy bien. Entonces yo tenía treinta y ocho años y apenas había publicado –parcialmente y en folletín– mi primera novela, Manual de perdedores, más algún cuento, algún poema. Recién empezaba.

Al releer esa primera versión ilustrada –la sección en que se publicó se llamaba Manuscritos encontrados junto a una botella– noto que es diferente y algo más corta que la que finalmente recogí en la colección de cuentos La mujer ducha, casi veinte años después. La versión definitiva es mejor. Seguro que la corregí en los mismos años ochenta, pues se publicó más de una vez, acá y afuera, incluso insólitamente traducida al checo y al alemán. La verdad, no creo que hayan entendido nada...

“Versión de un relato de Hammett” es un cuento que me gusta mucho. Tiene varias capas, creo. Porque está muy fechado por la historia y la política, ya que coinciden las circunstancias de escritura con las de los hechos representados –esos meses de transición del fin de la dictadura y comienzo de la democracia, con los primeros regresos de exiliados–, pero al mismo tiempo no se queda en eso: el tironeo existencial, los dilemas morales. Así, también está el policial como género, sus reglas, el homenaje al más grande, el tema elusivo de la traducción –que reaparecería después en Los sentidos del agua– y, además, la búsqueda técnica –tras la lectura deslumbrada sobre todo de Salinger, de Hemin-gway– para poder contar sin decirlo todo, aludir a sentimientos sin explicitarlos, hacer que un relato incluido “comente” oblicua, ambiguamente al que lo contiene. En ese sentido, el modelo formidable de “El hombre que ríe” o de “Boca bonita, verdes mis ojos”, algunas de las varias obras maestras que contienen los Nueve cuentos, es una presencia tácita.

Y debe haber mucho más, claro. Pero, sincera y saludablemente, ya no me acuerdo.

Nota madre

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