Mié 16.02.2011

VERANO12 • SUBNOTA

El cuento por su autor

En el embrión de este cuento aparece una foto de Henri Cartier-Bresson en la que dos tipos están ante una arpillera desplegada o estirada como red que cumple la función de una medianera, un tabique; uno de los hombres tiene gorra y el otro bombín, uno espía por un agujero de la trama y el otro, de bigotes, en primer plano, mira hacia el costado con intención. Las únicas referencias son “Brussels. 1932”: es una de las primeras fotos de Bresson y él lo consigna en su libro de scrapbooks: “Une de mes toutes premières fotos”. Esta foto no fue el germen del relato, más bien estuvo presente de una manera borrosa: lo que pervivía con alguna insistencia en mi memoria era esa intención, la posición expectante del cuerpo y de la retina. Es una imagen, una foto, que no podría reproducir con exactitud sin recurrir al libro, en la que reconozco una actitud de curiosidad y de alerta que me hace imaginar y pensar estéticas y situaciones, historias nuevas, de naturaleza sintética, en su estructura y en su contenido. Alguien que se acerca a una “pared” de material blando para ver por un agujero no puede dejar de asomarse y espiar, mientras el otro lo cubre, vela por el acto de espiar (nunca expresamente vetado: ¿quién dijo que está prohibido espiar?). ¿Qué hacen? No se sabe. Espiar es siempre una enorme tentación. Hay otra foto de Bresson en la que en una calle de Berlín tres hombres muy correctamente vestidos se han trepado a un monolito para ver por encima de las puntas alambradas del Muro algo que los inmoviliza en ese extraño punto de mira. Esta es otra forma de mirar, completamente otra. Me interesa la primera, es sugestiva y enigmática.

Cuando empecé a escribir este cuento de gran simplicidad sabía que en su mismo doblez llevaba una epifanía. La forma de mirar que incita no es la del que espía, el ojo de la cerradura opera aquí como restricción que puede provocar los sentidos o anularlos. Dice Joseph Brodsky en Marca de agua: “El ojo de uno precede a la pluma de uno”. Me gustaba pensar en una tensión en la forma del relato, que es la del momento que antecede a la captura de algo nuevo. El cuerpo se coloca de cierta manera –es la posición del cazador–, el pensamiento se suspende porque está dominado por el acto físico. Y hay ahí, en la composición y en la secuencia, algo de luminoso y de oscuro, como un contrapunto. El contrapunto entre lo que se dice y lo que no se dice, lo conocido y lo nuevo, convoca a las fuerzas que crean un mundo cuya razón de ser desbarata la transposición de un pensamiento o un ojo fijo a unas palabras fijas. Mientras lo escribía, me preguntaba cómo darle algo nuevo al movimiento de la frase. ¿Cómo encontrar el pensamiento de la frase en el movimiento?

El lugar de la acción podría ser las hondonadas de Sierra de los Padres o Balcarce. Una vez más, no intento investigar una cosa que esté más allá de la realidad, sino el modo de manifestarla mediante ocultamientos. Estoy atenta y la llamada realidad aparece, puedo verla o no verla, elegir un aspecto y darle una forma, imaginarla en una huida hacia un limbo con una lógica propia, en el que nadie gobierna, y establecer ciertas relaciones no evidentes.

Uno es aquello que ve.

Nota madre

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