Martes, 21 de febrero de 2012 | Hoy
Este cuento salió publicado en Rock barrial (Norma, 2010), que es un libro perteneciente a la saga de Villa Celina (Villa Celina, Norma, 2008; El campito, Mondadori, 2009; Las estrellas federales, inédito). El cuento ocupa el segundo lugar en un índice de 20 relatos. Una de sus particularidades, si se lo compara con los otros textos de la saga, es que, probablemente, es la única historia que ocurre puertas adentro de la casa, ya que el resto transcurre generalmente en la vía pública, en la vereda, la calle, el campito o alguna institución, como la parroquia, la escuela o la unidad básica. “Los monstruos” es un cuento de infancia, cuyo tema es común a la edad: el miedo a la oscuridad. El conflicto se desarrolla en esa masa oscura que rodeaba a la cama del niño, igual que el aire negro de los descampados que rodeaba a la luz de aquellos barrios de La Matanza, una zona del conurbano bonaerense de geografía y cultura mezcladas, por momentos urbana o suburbana, por momentos rural. Se trata de estar o no estar en la oscuridad y, continuando la oposición famosa de Shakespeare, ser o no ser (monstruo). Pero, ¿quiénes son los monstruos? ¿El Hombre Gato? ¿Los lobizones? ¿Los padres? ¿Los hijos? Por supuesto, podría tratarse de un cuento fantástico, no visionario, sino psicológico; es decir, que las posibilidades sobrenaturales no se perciben tanto a través de la vista, sino mediante otros sentidos, principalmente el oído. Como en el cuento de Cortázar, la casa ha sido tomada, no se entiende bien por quiénes, pero, en principio, estas presencias surgen cuando faltan los padres, porque duermen o porque se fueron a trabajar. Tampoco se repite la metáfora que la crítica aplica en la versión cortazariana. En este caso, los otros no son los peronistas, porque los peronistas somos nosotros. En un pasaje, el narrador, al escuchar los golpes en la puerta de calle, o el timbre, supone que “otros” quieren entrar, pero que la casa está llena, que ya no cabe nadie más. Lo que sucede, entonces, es una lucha por la casa y, en esa clave, el héroe es el niño. La arena pública, disputada por criaturas vivas y muertas, humanas e inhumanas, es, paradójicamente, el escenario privado: la pieza al fondo del patio donde duermen tres hermanitos. Hacia el final, cuando comienza “la iniciación”, queda claro que no se trata de un acto individual sino colectivo, llevado a cabo por una generación de niños que finalmente decide subir a los techos, entre 1982 y 1983, a esperar el día que se acerca, desde el Este, para cruzar la avenida General Paz.
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