VERANO12 • SUBNOTA
Aunque va para el bronce, ella dice que lo único que tiene de metálico en el cuerpo es una prótesis que hizo sonar la alarma durante su visita a la Casa Blanca. Sus relaciones con la prensa son peliagudas, desde que sus opiniones sobre la Carpa Blanca de los maestros rompieran el romance con la autora de El país del Jardín de Infantes. Ahora la acusan de menemista y de que Manuelita se transformó en modelo top.
–A García Ferré se le ocurrió en un veraneo de sus meditaciones que Manuelita era un buen personaje para una película. Y yo no tuve ningún problema porque él tiene un lenguaje muy cuidado, tan atento en el dibujo como en lo verbal. Entonces le di toda la libertad. Lo único que tiene de la canción es que Manuelita va a París pero hay otras peripecias. Tiene sus momentos de miedo, de emoción y de humor como corresponde al género. Y la competencia era muy fuerte. ¿Cómo se llamaba el que se peleaba con Carlitos Chaplin? Bueno, no me acuerdo. Pero con un enemigo así la veía a Manuelita, con Tarzán y La Guerra de las Galaxias en cartel.
–Debe ser la primera autora que no se queja de la película que hicieron con un personaje suyo.
–Es que yo no intervine para nada. Una película donde uno se hace ilusiones o colabora en el guión, se puede pegar un tiro si no le gusta, pero aquí lo dejé trabajar enteramente a García Ferré. Mi única exigencia era que pusiera a Larguirucho y creo que fue un acierto. Está muy bien Larguirucho.
–¿Por qué prendió tanto Manuelita y no la vaca estudiosa? ¿Porque era la precursora de la cirugía plástica?
–Cuando apareció Manuelita hubo interpretaciones psicoanalíticas, ideológicas y hasta patológicas, por lo de las operaciones. Incluso un evitista la comparó con Evita –no me acuerdo ahora cómo era la comparancia– pero debía de ser por eso de haber salido del pueblo y de ahí al mundo, para volver después al pueblo. Ahora por qué el personaje, yo no lo puedo dilucidar, tal vez porque tuvo que ver con cierta necesidad del público. A lo mejor hace diez meses o dentro de diez años no era lo mismo.
–Se la ha visto escrachada en una biografía fotográfica. ¿Por qué ahora y no antes?
–Sara Facio siempre tuvo la idea de hacerla. Había mucho material porque yo pertenezco a una generación adonde a los pocos meses de edad ya a uno lo llevaban a un estudio fotográfico. Pero me daba repeluz. Sara tiene la biografía fotográfica de Neruda y ahora prepara una de Piazzolla. Durante un tiempo dudé. Además yo odio eso de ¿puedo sacarme una foto con usted? Si me saqué una con Cortázar o con Neruda es porque había una relación amistosa. Con la única con la que no había ninguna amistad, pero con quien me resultó cómico sacarme una foto fue con Madonna. La cuestión es que un día le dije a Sara ¡Ma sí!
–En Diario Brujo hay como acápite un verso de Wallace Stevens: “El dinero es una especie de poesía”. Hablemos de los intelectuales y el dinero.
–Los autores, en materia de discos y libros, no tenemos el menor control. Primero porque te dicen que editan 500 ejemplares y editan 5000. Y además está todo lo trucho. En materia de música, en cualquier esquina de Buenos Aires, se reproducen CD’s fácilmente fotocopiando las tapas.
De pronto aparecen grandes incineraciones de material trucho pero eso es muy difícil de controlar. La Ley de Derechos de Autor existe pero de ahí a que se aplique es otra cosa. Yo ahí bajé la cortina, si me roban de este lado, trataré de hacer otras cosas adonde me paguen.
–Muchos escritores no cobran cuando escriben en los medios. Les interesa sobre todo la intervención cultural.
–El que no cobra es un grandísimo cabrón. Porque se puede cobrar una tarifa simbólica mínima para que se sepa que respetan el trabajo intelectual. Yo me acuerdo que hace muchos años, algunos autores habíamos conseguido que se nos pagaran las charlas y las conferencias, entonces una vez me invitó el Jockey Club de Rosario, que no es ninguna biblioteca obrera, y pregunté ¿cuánto me pagan? Escándalo: “¡Pero si Borges viene gratis!”. En los 60 habíamos conseguido a través de Argentores que se nos pagara por asistir a programas de TV como invitados. Ahora se paga por ir. Un tema que me apasiona mucho es el de la herencia. Y lo veo mucho en Sadaic donde se echan a volar todos los delirios de los herederos del autor que suele morir dejando varias viudas, hijos desconocidos, supuestos inéditos. Y los herederos suelen estar todos peleados y fantasean con que el autor debía ganar muchísimo cuando, en realidad son muy pocos los que ganan fortunas y, si son catorce los que se pelean hay que hacer catorce liquidaciones de 3 pesos. Y hasta en las familias patricias son capaces de tirar cada uno de la punta de un mantel para ver quién se lo lleva. Pero en realidad uno se puede llamar Cadícamo y eso no significa que gane como John Lennon.
–¿El tema de la herencia le interesa por alguna razón personal?
–Tomé una decisión porque no tengo herederos directos y como los derechos de autor pueden ser pocos o muchos –nunca se sabe– los voy a derivar a alguna obra cultural.
–¿Va a fundar una?
–¿Fundar yo? Nada. Algo que ya exista como el Fondo Nacional de las Artes.
Alguna vez María Herminia Avellaneda, María Luisa Bemberg, Susana Rinaldi y María Elena misma se dedicaron a explicar en los medios cómo el feminismo era algo más que el ataque de histeria de una sufragista que se tiró al paso de los caballos durante el Derby porque la causa necesitaba una tragedia. Alguna vez una revista llamada Alfonsina ponía a la Walsh en tapa bajo los titulares La madre de todas nosotras imaginando una genealogía de lucha con fondo de clarines –mejor de pianos de cola– que tomó caminos inesperados.
–En el ’82 hablaba fundamentalmente de feminismo.
–Pero hoy tengo la impresión de que nadie escucha. Los gobiernos siguen siendo conservadores, cada vez con más candidatos rezando y adheridos al Vaticano.
–Y promoviendo el Día del Niño No Nacido.
–O del espermatozoide alienado. Es una historia de retroceso porque no hay ninguna posibilidad de debate y eso que a ellos les gusta tanto. Ni siquiera se debate la Ley de Procreación Responsable que la cajoneó Alfonsín, la cajonearon éstos y ni siquiera se habla de anticonceptivos. Como tampoco se debate el destino de esa madre que, si tiene que tener el hijo, ¿qué hace?
–Y del aborto ni hablar.
–Y eso que hasta en Irlanda se discutió. Pero no soy escéptica porque creo que las cosas que pasaron en los últimos años van a modificar todo. Por ejemplo la posibilidad de identificar al tipo que se las pica. El análisis de ADN.
–Pero existe un clima, en la sociedad de repulsa hacia lo que en realidad no se desarrolló: el feminismo político. Como si desde la cuestión de género se hubieran cometido excesos.
–El sofisma es éste: ya tienen lo que querían, ¡basta! Pero lo peor es que lo dicen las mujeres. Las mujeres evidentemente son colaboracionistas porque tienen que vivir, eso siempre fue así y lo sigue siendo.
Con el feminismo no pasó nada porque cuando recién empezábamos a hablar del tema, lo desbarató la dictadura. Claro que no debió desbaratarse tanto porque siempre había una casa adonde reunirse. Pero ya se lo dio por terminado, punto final y obediencia debida. Y si ahora no saco el tema es un poco porque me pasa como con los derechos de autor: así como nos dicen “¡Pero si Borges no cobra!”, pueden decirnos que Fulana está en contra. Ya no tenemos esa fundamental complicidad. Mantengo una actitud personal que llevo prendida con alfileres en un librito, ideas y sentimientos de que el mundo está mal repartido básicamente porque la primera desigualdad empieza con las mujeres. Lo digo pero a nadie le importa. Yo creí que en un momento hablar de esto generaba actitudes y se iban nucleando grupos, en cambio se fue diluyendo, pero también se fue diluyendo todo proyecto progresista, de izquierda o del medio. Y cualquier proyecto, no digo de gran ruptura, pero al menos contemporáneo. ¡Entonces queda que la opinión más libre y más contemporánea es la del general Balza! Tenemos gobiernos conservadores y los seguiremos teniendo durante bastante tiempo hasta que la tortilla se dé vuelta, no sé cómo.
–¿Conoce los Estudios de la Mujer? Creo que ya se han metido en su obra.
–Yo creo que me aporta más Almodóvar con Todo sobre mi madre. Me gustó mucho –con todos sus boleros y sus decorados cursis– y me pareció la película de un moralista que ofrece una síntesis para aceptar el mundo contemporáneo, que es de un reviente terrible pero donde él marca un rumbo para vivir y entender. Por supuesto, a Almodóvar le interesa mucho el tema de las travestis y de los varones, pero tiene también una mirada sobre las mujeres que es muy especial. Todos se necesitan, se complementan y se ayudan.
–¿Hay en la Argentina una intervención mayor de las mujeres en política?
–Hay pero en un segundo plano. Están ahí en puestos de servicio o mandan al frente a algunas que no están capacitadas para una tarea administrativa grossa, como la que le encomendaron a María Sáenz Quesada que es una intelectual, una persona que dedicó su vida a una cosa muy distinta. Y creo que ésa es la intención: demostrar que no sirve. En cambio persiste esa imagen maravillosa de las cumbres de presidentes adonde son todos tipos y están a los besos y Menem intercambia regalos con Fidel. Pero el mundo no es eso porque la mitad son mujeres. Un amigo madrileño me dijo: “¿Sabés cómo lo quiero a Fulano? Cuando nos saludamos nos agarramos de las pelotas”. Y encima está ese otro que se levanta y muestra el culo todo el tiempo, el ídolo nacional. No ¡Borges, no! Palermo.
Espero que aparezca otra generación que con el asunto del género o no, intervenga.
–Le interesó la película de Almodóvar. En el debate sobre el Código de Convivencia tuvieron mucha visibilidad las travestis en posiciones militantes. También empezaron recientemente a emerger los discursos de otras minorías, gays y lesbianas.
–Creo que en ese sentido van sucediendo avances. Por ejemplo, en la mutual de Sadaic, que es la fuente de toda mi sabiduría y que es muy buena, se decidió últimamente que también tiene derecho a la salud el acompañante de los últimos cinco años del titular. No se habla de “cónyuge”. Y esto está pasando en otras mutuales. A eso llamo libertad, cuando todo se hace evidente y entre lo que se puede elegir, encuadrar y legislar. No decir “acá gente de esa gente no hay”, como me dijeron a mí en el caso de los discapacitados.
“Estos cabellos, madre
dos a dos me los lleva el aire.”
“Tararear la vieja canción española, cuando el pelo se desprendía por mechones, era una de las tantas argucias humorísticas destinadas a enfrentar el paso por ese túnel al que Susan Sontag llamó el reino de los enfermos. Dolor, cáncer; médicos chambones y médicos sabios, ambulancias, quirófanos, tratamientos y mutilación, sólo atenuados por la constancia de los afectos, hasta entrever la luz de salida, aceptar y sobrevivir.”
Este relato recogido por Sara Facio en su biografía gráfica es una de las escasísimas menciones de la Walsh a los avatares de su cáncer, experiencia que se negó a convertir en una apoteosis exhibicionista para la prensa, en un chantaje público o en el abandono de una estética que exige dejar en la lengua una huella que desea hacerse colectiva y no ser la de un yo en carne viva de Narciso. Por algo hubo un escritor que dijo: “en literatura la sangre sólo sirve para hacer morcillas”. Pero de ese paso del país de los enfermos le quedó un interés por las políticas de salud en el género, “denuncia” cuyo objeto preferido son las prepagas y un humor negro encomiable para describir lo que significa en la ciudad de Buenos Aires usar bastón cuando no se es un profeta, o alguien que se quebró esquiando en Las Leñas.
–Usted se pronunció muy a menudo sobre el hecho de que Buenos Aires no tuviera en cuenta la circulación de discapacitados. ¿Mejoró el diseño de la ciudad en ese sentido? ¿No aumentaron, por ejemplo, las rampas en las veredas?
–Sí, en los supermercados. Para los carritos con las compras o para llevar plata en carretilla siempre hay rampas. Y si hay una para un discapacitado seguro que hay un auto estacionado.
–Pero al mismo tiempo se diseñan visitas al Jardín Zoológico para ciegos.
–Ah, sí de repente ocurren cosas así. En este edificio, por ejemplo, remodelaron el ascensor como para que todos subiéramos en sillas de ruedas. Pero solemos estar en la planta baja, toda gente grande, tratando de adivinar en la botonera adónde están los números, además a oscuras. Claro, ellos oyeron que en Houston es así. Houston es una ciudad que se puede recorrer íntegra sin que existan vallas y hay botoneras en Braille. Acá se suele hacer una sola de estas cosas.
–Tampoco se acostumbra pensar en los usuarios gordos para hacer el diseño de los asientos de los vehículos y de las salas de espera.
–Mire, en el único lugar adonde hay sillas muy sólidas y muy anchas que parecen hechas como con cemento es en la Clínica Cormillot.
–Hay algunos ómnibus bajitos.
–Bastaría con que a los comunes los arrimaran al cordón de la vereda. Pero no, está todo organizado para jorobarlo a uno.
Hace dos años la Walsh envió una carta abierta a los maestros adonde, sin poner en tela de juicio sus reivindicaciones, daba de baja a la Carpa Blanca como forma de protesta. Advertía que los símbolos tienen vencimiento y que es preciso diferenciar entre el apoyo solidario, el oportunismo y la farandulización. Las respuestas fueron sorprendentes por una despolitización que oscilaba entre el reclamo de tono psicologista y la insistencia en una sacralización y una obsecuencia que sobrevivían en medio de los reproches por alta traición. En realidad se trataba de un equívoco: María Elena nunca fue de izquierda. El país del Jardín de Infantes fue un emblema reconocido unánimemente como acto de coraje por su denuncia a la censura ejercida durante la dictadura y cuya estrategia era utilizar términos provenientes de la psicología. Se convirtió en un símbolo pero dejó de ser leído con atención. Una columna de José Pablo Feinmann publicada en este diario devolvió a su status político un párrafo de aquel texto: “Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos...” y lo rebatió en los términos necesarios: los políticos. Feinmann trató a la Walsh de igual a igual, como lo hiciera Oscar Masotta cuando polemizó directamente con Victoria Ocampo sobre la política de Sur en lugar de considerar, como solía decir Borges que “Victoria ni sabe lo que sale en la revista”. Ejerció la crítica sin tratar a su criticada como a alguien inimputable que se encuentra más allá del bien y del mal, algo que se parece tanto a un mueble de la decoración progresista. Pero cabe preguntar por qué ese párrafo comenzó a mencionarse recién en 1997. O por qué son mucho menos numerosos y conocidos los textos que analizan las contradictorias secuencias políticas de Sabato o por qué aún los exabruptos reaccionarios de Borges tienen el status de boutades inimputables. Es cierto que cuando la Walsh aludió a la dudosa limpieza de la Carpa Blanca se comportó como cuando el general Mansilla dijo que en las carpas ranqueles había olor a carne podrida. (La Tía Vicenta de Landrú hubiera mandado a su chofer con un envase de detergente y Victoria Ocampo organizado una Campaña del Desierto cultural.) Pero también es una demócrata activa, incluidas sus “Coplas a José Luis”, su prosa sobre la pena de muerte y sus sucesivas denuncias contra cualquier forma de discriminación que circule de gobierno a gobierno. Nada que ver con un reaccionario de marketing como Paul Johnson.
–Retomemos lo de la Carpa Blanca. ¿Podía sospechar el resultado? ¿Lo había planeado?
–Usted sabe, lo que uno planea no sale.
–Pero sabía que estaba metiendo el dedo en el ventilador.
–Sabía que me estaba metiendo con un sindicato y que se estaba jugando el poder de ciertos dirigentes sindicales, pero la reacción fue mucho más desmesurada y pasional. Hoy mismo hay gente que me dice “vos tenés que aclarar que no sos menemista”. ¿Y si lo soy qué? Hubo una izquierda que se sintió traicionada pero que yo nunca los quise ni ellos tampoco a mí. Entonces nunca hubo trato. Justamente toda esa reacción que se convirtió en campaña fue la consecuencia asquerosa de una democracia mal vivida, donde si se dice algo porque uno no está de acuerdo lo hacen pelota.
–Otra “incorrección política” suya es haber quedado, en un momento determinado, alineada con Jorge Asís.
–¡Ah, pero con eso estoy encantada! Fue tan absurdo que hasta de la CNN me llamaron y yo no le di bola. Todo el país en contra por una cosa que consistía en defender nuestro lenguaje. Cosa que cuando se hace en Francia es muy normal, aun cuando se hayan tomado unas medidas un poco extremas. Lo que pasa es que lo dijo Asís y lo dijo mal. Asís es un payaso y a mí me hace gracia con esas mamarrachadas que dice. Y como secretario de Cultura tenía razón, lo que pasa es que lo planteó a lo bestia. Yo estaba de acuerdo con él en que todo lo que fuera información y señalización pública tenía que ser en castellano. No puede haber una señalización de una calle en coreano o en inglés. Hay una ley todavía que prohíbe que los avisos gráficos estén en otro idioma. Básicamente ésa era la propuesta de él pero nadie quiso apoyarlo, todos querían verlo como un facho. En ese caso lo que movilizó fueron viejas facturas que tenía la gente con Jorge Asís, ya fueran amigos o enemigos. Al aliarme con él quedé como menemista. Pero sigo de acuerdo con Asís (tono de solfa): ¡Vamos a seguir esta batalla él y yo solos!
–Su última intervención política volvió a asociarla al menemismo.
–Durante un reportaje que me hicieron sobre la película –y como los periodistas suelen preguntarte sobre otras cosas– dije que en todos los años que tenía y habiendo pasado todos los gobiernos posibles, nunca había vivido tanta libertad de expresión. Porque la época radical, por ejemplo, para hacer algo había que tener padrino. Yo no soy menemista ni necesito serlo, además lo que yo dije lo dijo el mismo Horacio Verbitsky que siempre está peleando y litigando. Y nadie cree, supongo que Verbitsky sea menemista. Claro que hay una falta de libertad que es la de la pobreza y la del mercado que siempre nos dictó qué decir y qué no decir. Pero no creo que ningún político ni ningún presidente se hayan dejado basurear y enchastrar como éste con su derecho a pataleo pero con una capacidad de denuncia de todo el mundo, de los medios, de la gente. Lo evidente de estos años de gobierno ha sido la corrupción y la injusticia pero se sabe más. Se tiene más libertad para meterse en los secretos de la política. Y eso se ve hasta en los chistes gráficos que son de una crueldad enorme, y se meten con la intimidad y eso hay que bancárselo.
Pero en este momento no quiero opinar sobre temas sociales sino sobre la cultura. Así que –como ahora, tomando té de gordas– me siento perdida y perpleja, claro que no me voy a tirar contra la técnica, la computación y la Internet. Cualquiera puede meterse en Internet, el asunto es para qué. Entonces releo a Dickens, a Daniel de Foe. ¡Ah, y en cualquier momento me hago musulmana!
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