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Una cita de tres horas con todas las caras de Peña
El lanzamiento en VHS y DVD de “Intimidad rioplatense” y “Duele” permite asomarse al salvajismo de los espectáculos del actor.
› Por Horacio Bernades
“Somos todos unos soretes; ustedes, yo, todos”, se desgañita la pelirroja, plantada en medio del escenario y mirando al público con parada desafiante. La mujer es alta y fornida, está sobremaquillada y lleva un corte de pelo que, según reconoce, la convierte en clon de Ruth Durante, estrella pop-tanguera de los años ‘70. Después practicará, durante varios minutos, una detallada e implacable autopsia de lo que ella llama “el sorete rioplatense”, categoría subdivisible al infinito y de la que ningún miembro de la audiencia queda excluido. Hay soretes de clase baja, media y alta, cada uno con su tipología particular, y algún representante de todos ellos encontrará inevitablemente la mujer entre el distinguido público. Si en la fila cuatro hay un plomero, la pelirroja descargará sobre él todo su resentimiento, demostrando por qué todos los plomeros son unos soretes. Lo mismo hará con vendedores de seguros y empresarios, sin dejar afuera de esta subespecie a los más conocidos, llámense Mauricio Macri, Eduardo Eurnekian o Carlos Avila. Finalmente detallará por qué ella misma es un sorete más.
La mujer no es una mujer sino un travesti llamado La Mega. El travesti no es un travesti sino un showman llamado Felipe Mendizábal, que le robó libreto y personajes a Fernando Peña. Pero Felipe Mendizábal tampoco es Felipe Mendizábal sino el mismísimo Fernando Peña. Vaya a saberse quién es en verdad Fernando Peña. Sí se conoce el personaje público creado por él: un uruguayo de treinta y largos, hijo del fallecido periodista deportivo Pepe Peña, ex comisario de a bordo y taxi boy, enfermo de sida desde hace un tiempo, amante del escándalo (dejó sin habla a Susana Giménez cuando largó al aire “Yo soy un puto triste”), popularísimo creador de personajes radiales y desde hace un par de temporadas más que exitoso showman de la calle Corrientes.
En el teatro La Plaza, Peña viene presentando una serie de espectáculos agrupados bajo el nombre común Esquizopeña, en referencia a su más notoria cualidad: la asombrosa capacidad de desdoblarse en las más disímiles voces y personajes. Peña puede ser La Mega, pero también el concheto Martín Riboira Lynch, la setentona azafata cubana Milagritos López, una lesbiana anónima, el DJ mexicano Dick Alfredo, Roberto Flores (“un puto patético”, según el propio Peña) y Palito, un pibe marginal y cuartetero. Todos ellos nacieron en la radio y desfilan, desde hace un tiempo, por el escenario de La Plaza. Allí se grabaron dos de sus espectáculos, Duele e Intimidad rioplatense, que el sello Gativideo acaba de editar, en formato de VHS y DVD.
Una característica de los espectáculos de Peña (a quien conviene no confundir con su involuntario sosia Fernando Martín Peña, crítico, historiador y coleccionista cinematográfico) es que su duración es tan variable como las sesiones de un psicoanalista lacaniano. Salvo que, en lugar de terminar antes de tiempo, con Peña ocurre lo inverso: según su voluntad y disposición, pueden estirarse hasta alcanzar dimensiones maratónicas. Es el caso de Intimidad rioplatense, o por lo menos del día en que se grabó este video: casi tres horas duran casete y devedé. Acompañado en esta ocasión por un par de actores secundarios y tres bailarinas, los sketches presentados son básicamente unipersonales, en los que Peña despliega –a partir de una mínima línea de guión– el repentismo y capacidad de improvisación que le dieron fama en la radio.
Hay, sin embargo, en Intimidad rioplatense (Duele es menos orgánica) un eje conductor y una constante temática. El eje es la idea de que quien se presenta en escena es un usurpador del verdadero Fernando Peña, que en un alarde de humor negro aparece al comienzo moribundo, en camilla y siendo sometido a lavajes de sangre. Entre sketch y sketch se ve al tal Mendizábal –un tipo histérico, tiránico y narcisista– arreglándose en su camarín y tramando el asesinato de Peña, quien le inició juicio porplagio. Esos separadores le dan ocasión de practicar uno de sus deportes favoritos: la exposición pública de su cuerpo desnudo, vestido apenas con unas ligas y genitales al aire. La genitalidad y cierta fijación anal son la constante temática que enhebra los distintos esquicios y desfile de personajes, condensados en la idea de que el mundo, Dios y la gente son una auténtica mierda, eso que el ano produce. Claro que el derroche de agresividad, escrache de personajes públicos y multiplicación de funciones fisiológicas son apenas una mascarada para hacer reír. ¿O será al revés?