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Paul Morrissey, el erótico brazo cinematográfico de Andy Warhol
Se editaron en video “Flesh” y “Flesh for Frankenstein”, dos films arquetípicos de un realizador tan marginal como excéntrico.
› Por Horacio Bernades
Teniendo en cuenta que sus películas raramente se exhibieron por otros circuitos que los alternativos y considerando que su solo nombre encarna casi como ningún otro la marginalidad cinematográfica en estado puro, es francamente sorprendente que la obra de Paul Morrissey, prácticamente desconocida en nuestro país, comience a llegar al mercado argentino del video. Este Morrissey que no canta fue durante alrededor de una década el brazo derecho de Andy Warhol en el terreno cinematográfico. Con los pies algo más sobre la tierra que el rey del pop y sus volados adláteres, este neoyorquino nacido en 1939 (que visitó la Argentina para la primera edición del Festival de Cine Independiente) pasó a ocuparse de la rama fílmica de la famosa Factoría de Warhol a mediados de los ’60.
Fue Morrisey quien pergeñó la idea de que esa fábrica artística tuviera su propio grupo de rock’n roll, descubrió para tal efecto a los Velvet Underground (y los administró durante un tiempo), ayudó y aconsejó al platinado gurú del arte pop en algunas de sus realizaciones cinematográficas, y finalmente pasó a dirigir todas las películas por él producidas, desde fines de los años 60 hasta mediados de la década siguiente. La obra de Morrissey conoce dos ciclos esenciales. El primero se remonta a los años-Warhol, se inicia en 1968 con Flesh, continúa dos años más tarde con Trash y se cierra en 1972 con Heat. A esa trilogía le sucede otra, con Morrissey ya fuera de la Factoría y filmando en Europa, con producción de Carlo Ponti, una serie de películas de terror que están a medio camino entre lo paródico, lo berreta y lo ultragráfico. Se trata de Flesh for Frankenstein (1973), Blood for Dracula (1974) y El sabueso de los Baskerville (1978). Luego, su carrera se hace discontinua y errática, con una última película filmada a fines de los ‘80 y un anuncio de regreso –amparado por el Dogma danés– que por el momento no se concretó. Las películas que acaban de editarse en video son dos, una por cada uno de sus grandes ciclos y con algo en común en sus títulos. Se trata de Flesh y Flesh for Frankenstein, que el sello independiente RKV lanza audazmente al mercado. Carne es lo que les sobra a estas películas. Y también trash (basura), como sugiere otro de sus títulos.
Como las películas de Warhol, las de Morrissey parecerían pertenecer a un planeta enteramente distinto del que habitualmente se conoce como “cine”. Están filmadas con dos dólares, tienen un aspecto deliberadamente tosco, no rechazan ciertas “fallas” propias del cine amateur (algunas miradas a cámara, eventuales distracciones o cierta desorientación por parte de los actores) y cuentan con elencos heterodoxos que reaparecen de película en película, dando la sensación de que se trata más de una banda de cómplices que de actores propiamente dichos. Si un rostro (y sobre todo un cuerpo) se repite, es el de Joe Dallessandro, uno de los iconos más firmes de la cultura gay de los ‘60 y ‘70. En Flesh, Dallessandro hace de Joey, taxi boy que sale a buscar 200 dólares para pagar el aborto a la novia de ... su mujer. En Flesh for Frankenstein es la Criatura misma, creada por el barón para procurarle algo de satisfacción a su necesitada esposa.
En el mundo Morrissey, las formas alternativas de sexualidad están totalmente naturalizadas, y al mismo tiempo disueltas en una cotidianidad en la que cualquier intercambio parece posible. En Flesh, una bailarina a go-go puede practicarle una fellatio paga a Joey en medio de un salón de belleza, mientras a su lado dos drag-queens charlan sin inmutarse sobre viejas divas de Hollywood. Del mismo modo, un veterano de la guerra de Corea declara su amor a Joey y éste lo retribuye con una caricia antes de volver a casa con su esposa e hijo, con el que en una escena anterior jugó amorosamente sobre la alfombra. Casi todo eso lo hace Dallessandro en cueros y con el pito al aire –a veces erecto–, paseándose en cámara con la misma dejadez con que uno de sus clientes le revienta un barrito. Conparecida naturalidad lo filma a su vez Morrissey, logrando un registro que está entre lo documental, el cinéma-verité y la cámara oculta, y que le da a Flesh una frescura y espontaneidad que más tarde muchos se ocuparían de imitar, pero pocos lograrían igualar. Flesh for Frankenstein es ya una cosa más atrabiliaria, con los Frankenstein como aburrido matrimonio burgués, la Criatura como objeto erótico y una orgía de destripe como pocas veces se vio en cine.