Sáb 03.05.2003

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“Charlotte Gray”, un refuerzo de lujo para el bando de los buenos

Cate Blanchett encarna a la mujer común que un día se une al servicio secreto inglés, durante la Segunda Guerra Mundial.

› Por Horacio Bernades

“Todo parecía tan simple entonces”, evoca la mujer. “De un lado estaban los nazis, y del otro el bien. No había más que asumir la responsabilidad y luchar por el triunfo de los buenos. Sin embargo, terminé descubriendo que, a veces, para eso hace falta mentir, y ahí las cosas ya dejan de ser tan simples como parecían.” Basada en una novela y con producción de la prestigiosa compañía inglesa Film Four, Charlotte Gray es la historia de esa mujer que de pronto, en medio de la Segunda Guerra, decidió hacer algo por la causa que creía justa y para ello se puso al servicio de la inteligencia británica, combatiendo el avance del nazismo en el sur de Francia. Dirigida por la respetada realizadora australiana Gillian Armstrong y con su aplaudida coterránea Cate Blanchett en el protagónico, en los próximos días el sello AVH hará llegar Charlotte Gray a los videoclubes de todo el país.
Allá por los años ‘40 y ‘50, el cine de Hollywood y otras latitudes se llenó de héroes aliados que combatían a los nazis. Signo de tiempos en los que el heroísmo femenino es encomiado –mientras para los héroes masculinos parecería no haber otro destino que la ridiculización–, Charlotte Gray es el equivalente contemporáneo de aquellos melodramas bélicos en los que Erroll Flynn, Tyrone Power o Trevor Howard encarnaban a gente común que un día decide enrolarse para hacer su aporte a la causa de los buenos. En realidad, más que decidirlo, Charlotte es sutilmente inducida a incorporarse al servicio secreto británico, por parte de un ocasional compañero de asiento en el tren. Ya se sabe que en los trenes siempre han tenido lugar hechos cruciales del cine inglés, y también en este sentido Charlotte Gray respeta la tradición.
El desconocido (tan amable y casual como indica el canon, cuando de agentes de inteligencia británica se trata) aprovecha dos datos para captar a Charlotte. La chica demuestra no albergar la más mínima duda de que, en ese momento, servir a la patria es el deber de toda persona de bien, y además es capaz de leer Rojo y negro, de Stendhal, en francés. De allí en más, sólo se requiere deslizar una cita en un papel, y poco más tarde Charlotte estará cumpliendo entrenamiento militar, aprendiendo tiro y descifrando claves encriptadas. Su misión consistirá en lanzarse en paracaídas sobre el sur de Francia –aún no ocupado por el ejército hitleriano, apostado en el norte del país– y contactar allí a los miembros de la résistance y algún “topo” británico instalado en territorio galo, para participar de acciones de sabotaje contra el invasor.
Claramente dirigida al público femenino, el hincapié de Charlotte Gray está puesto mucho menos en los códigos del cine bélico o de espionaje que en los del melodrama, y es así como la heroína no tardará en debatirse entre dos amores, ninguno de ellos consumado del todo. Tempranamente y con esa facilidad con que ocurren las cosas cuando están escritas en un guión, Charlotte se enamora de un apuesto oficial de la Royal Air Force, que -cumpliendo a pie juntillas con las férreas reglas del género– deberá marchar en peligrosa misión, el día siguiente de su primer encuentro amoroso. Pero, claro, queda pendiente la posibilidad del reencuentro: por eso cuando Charlotte ponga el pie en Francia irá en su busca, sin saber si el aviador sigue o no con vida.
Como parecería que con ello no basta para sostener el interés, el líder de la resistencia resulta ser Octave, atractivo joven comunista y soltero (Billy Crudup, el protagonista de Casi famosos). También anda por allí Michael Gambon, el recordado monstruo de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, haciendo de padre de Octave y de francés antipático (aunque a la larga de buen corazón). Es preciso aclarar que, aunque la cuestión de que Charlotte hable fluidamente francés es crucial para su reclutamiento, tanto ella como todos los que hacen de franceses jamás se expresan en otro idioma que no sea el inglés de Shakespeare. También en este punto lapelícula dirigida por Gillian Armstrong (que en otros tiempos supo realizar, en Australia, algunos títulos tan interesantes como personales) sigue estrictamente el modelo del Hollywood de los ‘40 y ‘50. Está casi de más agregar que el amor, el valor, la traición y la tragedia harán su aparición, tan puntualmente como todo en este film, que transcurre con la lisura de los trámites de rutina.

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