|
Un
brindis por el coctel
La vacuna contra el vih
no llegó, pero las combinaciones de drogas que combaten el virus
y retrasan su avance convirtieron el sida, en muchísimos casos,
en una enfermedad crónica comparable a la diabetes o al asma.
|
Por Andrea
Ferrari
Javier dice que no piensa
en la muerte. O tal vez sí, pero muy de vez en cuando. Para él
ahora el vih es como la diabetes o el asma: una enfermedad crónica.
Desde hace tres meses toma pastillas. Siete, aclara, siete pastillas cada
día. Pero no se queja. Los que la pasaron realmente mal, afirma,
fueron los de antes. Y cuando habla de antes se refiere al antes de los
cócteles, esas combinaciones de drogas que dieron vuelta la vida
de mucha gente. Como Carlos.
Las primeras noticias del cambio se oyeron en 1996. Hasta entonces, sostiene
Carlos, decir sida era casi como decir muerte.
Te daban el diagnóstico y vos preguntabas: ¿cuánto
me queda de vida?
Eso preguntó él allá por 1994. La médica le
dijo que, si se cuidaba, bastante. Pero todo se fue complicando, lo golpeó
el sarcoma de Capozzi y después esa afección en las piernas
que no lo dejaba caminar bien. Hasta entonces se trataba con AZT, con
3TC. El lenguaje de Carlos está lleno de letras, números,
de términos médicos, pero de pronto se vuelve directo, como
cuando dice: uno tenía la idea de que llegaba el fin.
Fue entonces cuando su médica le habló de los cócteles.
El había leído algo en los diarios sobre esa combinación
de inhibidores de proteasa con otras drogas que lograban bajar la carga
viral. Pero hasta que ella no se lo explicó no terminó de
entender de qué se trataba: era convertir al sida en una enfermedad
crónica. En ese momento su vida dio un vuelco.
Al principio tomaba veintitantas pastillas por día. Las tomaba
todo el tiempo. Salía de mi casa con una heladerita, para no romper
la cadena de frío.
Después las drogas fueron mejorando: se redujeron los efectos adversos,
el número de pastillas y la cantidad de tomas diarias. No es un
tema menor, explica Javier, porque si uno toma pastillas a cada momento
lo convierte en algo público.
No podés ocultarlo. En el trabajo, ante los amigos... porque
muchas veces vos no querés que todos sepan que sos seropositivo.
Por la discriminación y por no preocuparlos. Incluso dentro de
la familia, porque hay gente que oye vih y sigue pensando en la muerte.
El no. Javier dice que uno se acostumbra, que al final tomar las pastillas
es como cepillarse los dientes a la mañana. El miedo se lo sacó
ver a los que andan por la vida llevando el virus encima hace diez o doce
años. Vivos.
Los datos oficiales dicen que desde que en 1982 se inició la epidemia
en el país murió el 25 por ciento de los enfermos. Pero
con el cóctel las cifras cambiaron. Entre 1997 y 1998, la mortalidad
cayó un 8,5 por ciento y un año después había
disminuido un 12,2 por ciento más. No hay datos de 2000, pero todo
indica que la tendencia se acerca al Primer Mundo, donde la mortalidad
cayó hasta un 80 por ciento.
La cuestión es la adherencia, dice Carlos. Tomar conciencia, tomar
las pastillas.
Ahora el que no quiere no se muere.
Pero Javier diría que la cuestión también es aceptarlo.
Porque al principio todo se resume a un resultado, una cifra en un papel.
Y el cuerpo, como si nada.
Uno no siente nada y te dicen que tenés que tomar todas esas
pastillas y no lo querés aceptar. Pero de pronto pasa algo, fallece
alguien, como un amigo mío hace dos semanas, y tomás conciencia
de lo que es.
Y que es para siempre. Porque la ilusión de negativizarse, una
idea que sobrevoló entre algunos pacientes durante un tiempo, quedó
descartada. Ahora saben que el virus sigue allí, aunque gracias
a los cócteles ni siquiera se detecte en los estudios. Saben que
si abandonan el tratamiento, reaparece.
Por eso se trata de tomar la medicación. Pero antes, hay que conseguirla.
Aún hoy no siempre es fácil. Sigue habiendo hospitales donde
un día falta una droga; otro, el reactivo. Y lugares donde hay
que hacer largas colas para llevarse apenas una parte de lo que se necesita.
Después del descubrimiento de los cócteles, las metas en
el campo del sida pasaron por dos lugares. El primero es democratizarlos,
un objetivo aún lejano en lugares como Africa, donde miles mueren
por no tener acceso a las drogas.
El otro es la cura. La vacuna que aún no se consigue.
Hasta que aparezca, vamos a tener que seguir tomándolas dice
Carlos No hay otro remedio.
Pero no es poco.
|