Martes, 7 de junio de 2011 | Hoy
Por Juan Gelman
El país más poblado del mundo árabe parece haber desaparecido. No del mapa, pero sí de los titulares de los periódicos en los que ahora rara vez tiene presencia. Se comprende: los estruendos de Libia y los asesinatos de Siria lo han quitado del medio. Caído Mubarak, la primavera egipcia adquiere tintes de otoño prematuro. Un vistazo a este adelanto estacional podría proporcionar indicios sobre el destino posible de un movimiento que sacudió al mundo y alimentó esperanzas de democracia en regiones donde sólo se conoce la palabra.
Las decenas de miles, sobre todo jóvenes, que el 2 de febrero se lanzaron a las calles de El Cairo querían algo más que echar al dictador: entre otras cosas, libertad de expresión, de reunión y de opinión. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, al que Mubarak entregó el poder, declaró su apoyo a los reclamos largamente y con sangre expresados, pero la consigna que los manifestantes voceaban en la plaza Tahir, “el pueblo y el ejército unidos”, ha recalado en la base de la Y que separa dos caminos.
Se ha fundado en El Cairo la red de televisión independiente Tahir. Hace unos días, el entrevistado y bloguero Hossam el Hamalawy expresó que “todas las instituciones del país que viven de nuestros impuestos deben de estar abiertas al escrutinio”. Para Mahmoud Saad, el entrevistador, fue demasiado: “No, no, no, no le permitiré que diga esas cosas en esta red”. Al día siguiente, Hamalawy y otros dos periodistas de televisión conocidos por su pensamiento liberal fueron convocados a una sede militar y sometidos a hábiles interrogatorios. Saad, desde luego, no (www.nytimes.com, 31-5-11).
Las autoridades militares están enviando cartas a los medios advirtiéndoles que deben supervisar todo artículo, análisis o discusión sobre las fuerzas armadas antes de publicarlo o difundirlo. Una corte militar sentenció a un bloguero a tres años de prisión por lo que calificó de “ataques persistentes” al Consejo Supremo y presentó cargos contra un candidato presidencial, que tiene el defecto de practicar la franqueza, por calumniar a un general y por insultar a los militares. No pocos periodistas son citados a cuarteles para que revelen el nombre de sus fuentes. Sucede que hay denuncias de manifestantes torturados por elementos de un gobierno provisional que ha prometido mucho. Las promesas, ya se sabe.
La cadena CNN citó el lunes pasado a un general egipcio que admitió que los uniformados practicaron humillantes “exámenes de virginidad” a las mujeres arrestadas en las manifestaciones de marzo. “Las chicas que fueron detenidas no eran como su hija o la mía –adujo el general–. Eran muchachas que habían acampado junto con varones durante las protestas en la plaza Tahir” (www.time.com, 2-6-11). A saber cómo se llevó a cabo ese examen.
Los organismos de derechos humanos señalan que los abusos contra los manifestantes sufridos durante la represión militar de marzo fueron minimizados en la prensa egipcia, aunque se difundieron ampliamente por Internet. The New York Times recoge el testimonio de Rami Essam, apodado “El cantor de la revolución” por las baladas que creó recogiendo las demandas de la gente. Luego de ser apaleado con saña, lo entrevistaron periodistas de la TV local “y todos me advirtieron que no hiciera ‘travesuras’ ni criticara a los militares. Me dijeron que si mencionaba que me habían torturado, la entrevista no salía y que hasta podían clausurar la estación. Mubarak se fue, pero es la misma gente, la misma cosa”.
El mismo régimen también. Los jefes y oficiales de las fuerzas armadas recibieron no pocas prebendas y beneficios económicos de manos de Mubarak. ¿Por qué renunciar a ellos? Como en la época de su antecesor, la junta militar sigue fomentando el sectarismo que divide a la población a fin de debilitar su empuje reformador. A comienzos del 2011, cuando una multitud ocupó diversos edificios gubernamentales, se encontraron documentos secretos que revelan que el propio régimen había organizado los ataques contra la comunidad cristiana del país. Los extremistas islámicos salafistas repitieron la práctica, pero ya no sólo contra los cristianos: también agredieron a musulmanes chiítas. Dirigentes coptos y chiítas han denunciado la entente de la junta militar cairota, Israel y Arabia Saudita (www.globalresearch.ca, 28-5-11).
Este contubernio se las trae. Pretende convertirse en la columna vertebral del dominio estadounidense en Medio Oriente y goza, desde luego, de la jubilosa bendición de Washington. Estaría propiciando la instalación en Egipto de un gobierno presuntamente islamita merced al apoyo de diferentes partidos políticos organizados y financiados por Arabia Saudita y el proyecto contaría, al parecer, con el acuerdo de algunos sectores de la Hermandad Musulmana. Es muy difícil imaginar qué cambios introduciría un sistema de esa índole. En tanto, Mubarak sigue internado en una clínica de Sharm el Sheik, ciudad turística donde posee mansiones y otros bienes de un valor estimado en siete millones de dólares. Una junta médica reciente diagnosticó que el estado de salud del dictador no permite su traslado a la cárcel donde debería esperar que lo procesen. La junta es oficial, los médicos también.
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