ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO

La enfermedad brasileña

 Por Alfredo Zaiat

La crisis en la Eurozona y en Estados Unidos ha puesto en alerta a los países latinoamericanos. Lo que en los últimos años había resultado una tarea complicada, la debilidad de las economías centrales y, en especial, la de sus liderazgos políticos para definir otras medidas que no sean las del ajuste recesivo, está acelerando el armado de una arquitectura financiera regional. Los diques defensivos instrumentados en forma individual por cada país han sido los mismos y han sido eficaces para amortiguar los costos del shock externo negativo de 2008-2009. Se destacaron la estrategia de mantener un elevado stock de reservas, impulsar estímulos fiscales para sostener la demanda interna y preservar el superávit comercial. A partir de la última reunión de presidentes de la Unasur del fin de semana pasado y de la posterior de ministros de Economía de ayer se busca que esas estrategias nacionales formen parte de un marco de coordinación y confianza regional para avanzar en la conformación de mecanismos de cooperación e integración para enfrentar un horizonte recesivo en las potencias mundiales. Se trata de un progreso sustancial para economías acostumbradas a recibir en forma individual y pasiva el impacto de las crisis internacionales. Este cambio cualitativo, que aún requiere de su consolidación en la ejecución conjunta de políticas preventivas, enfrenta otro desafío, además de diseñar una malla de contención al descalabro económico europeo y estadounidense: el complejo panorama económico de la potencia latinoamericana, que ámbitos académicos han bautizado como “la enfermedad brasileña”.

Este concepto es una revisión del conocido como “enfermedad holandesa”, que surge en la década del ’60, cuando los ingresos de los Países Bajos aumentaron repentina y considerablemente a partir del descubrimiento de grandes yacimientos de gas natural cerca del Mar del Norte. La explotación de esas riquezas provocó un fuerte incremento de las exportaciones de esa materia prima, con la consiguiente entrada de divisas en cantidad. Ese flujo positivo derivó que el florín, moneda holandesa, se fortaleciera en relación a otras divisas. Esa apreciación del tipo de cambio puso en riesgo la competitividad externa del resto de la producción de bienes y servicios que exportaba ese país. Esto derivó además en que la importación resultaba más conveniente para los agentes económicos. Se ha denominado desde entonces “enfermedad holandesa” el impacto adverso que sufre la industria local como resultado de la apreciación de la moneda.

La particularidad del caso brasileño es que esa dinámica de primarización de sus exportaciones y estancamiento del desarrollo industrial no está relacionada directamente con el alza de las materias primas, sino que la pérdida de competitividad está vinculada con la cuestión financiera. El economista Ramiro Albrieu, del Observatorio Económico de la red del Mercosur, explica que “antes como después de la crisis subprime Brasil tuvo un boom de financiamiento externo”. Parte de esos fondos fueron inversión extranjera directa, pero el grueso del ingreso de capitales se dirigió a la colocación a tasas altas medidas en dólares y a la compra de acciones y títulos de deuda. “Las colocaciones más dinámicas se refieren al mercado de acciones, que ya representan un tercio de los pasivos externos totales de la economía cuando en 2003 apenas eran un décimo”, detalla Albrieu. Sostiene que para definir los problemas externos de Brasil, a la enfermedad holandesa hay que agregarle el efecto nocivo sobre la competitividad de la entrada masiva de capitales.

La aparición de la “enfermedad brasileña” no ha sido independiente de la estrategia de política monetaria. La apertura financiera, la flexibilidad cambiaria y el control de la inflación se han convertido en factores de atracción para esos capitales. La política ortodoxa de su banca central subordinada al esquema de Metas de Inflación implica que ante cualquier pequeño desvío del objetivo previsto en la evolución de precio se gatille un aumento de la tasa de interés. La suba de la de referencia (Selic) en 175 puntos básicos, pasando de 10,75 por ciento en diciembre de 2010 a 12,50 por ciento el mes pasado es un imán para inversores especulativos. Implica un retorno esperado de dos dígitos en dólares en un mundo con tasas de interés de casi cero. El juego de los agentes financieros es bastante predecible: obtienen fondos en otras monedas a tasas muy bajas e invierten en reales a tasas muy altas y con expectativas de apreciación cambiaria. Es lo que se conoce en la jerga financiera como carry trade, que se desarrolla con intensidad en el mercado brasileño pese a que sus variables macroeconómicos, como las cuentas fiscales, la balanza comercial, la cuenta corriente, la baja inversión en relación al Producto por debajo del 20 por ciento, no serían elementos de atracción de capitales del exterior.

Brasil fue el país en el mundo que más competitividad cambiaria perdió en la etapa postcrisis. El real se ubica en el mismo valor nominal que en 1999, y el economista Albrieu calculó en casi el 80 por ciento la apreciación de esa moneda respecto al promedio de 1991-2011. Ese recorrido impactó en la evolución de la balanza comercial, achicando el superávit y marcando la primarización de sus exportaciones. La participación de bienes de capitales en las ventas externas totales se encuentra en los niveles más bajos de los últimos veinte años, retroceso que no sólo se produce por un alza de los precios de las materias primas, sino también por las cantidades despachadas. Un informe de Ecolatina consigna que la producción industrial está estancada desde abril de 2010: acumula una insignificante suba del uno por ciento en los últimos trece meses. En similar período, las ventas minoristas registraron un alza de 8,2 por ciento. La brecha entre oferta y demanda interna se reflejó en un salto de las importaciones.

El prestigioso economista brasileño Luiz Carlos Bresser-Pereira advierte que en un país que aún no está industrializado, como la mayoría de los países exportadores de petróleo, la “enfermedad holandesa” significa bajo crecimiento y pobreza. En cambio, en países con una importante base industrial, como Brasil, la sobrevaluación genera desindustrialización, aun cuando la cuenta corriente esté equilibrada. La “enfermedad brasileña” presenta el dilema entre inflación y primarización. La aplicación del régimen de Metas de Inflación significa tasas de interés muy altas en un contexto de liquidez excedente en las finanzas internacionales y con presiones deflacionarias en los países centrales. Por ese camino los capitales seguirán fluyendo a Brasil. Romper con esa dinámica, en ese contexto de manejo monetario y cambiario ortodoxo, derivaría en una tasa de inflación más elevada.

El riesgo que existe en esa tensión entre inflación y desindustrialización es que la economía empiece a perder dinamismo e ingrese en una fase recesiva por una todavía más exagerada apreciación cambiaria. El paquete de estímulo fiscal a la industria anunciado esta semana por el gobierno de Dilma Rousseff identifica ese peligro. La eventualidad de un escenario de recesión brasileña sería hoy el factor más perturbador para las economías latinoamericanas, en especial para la argentina, debido al importante intercambio comercial entre ambos países. Comercio bilateral que no está muy influido por las competitividades relativas según las respectivas paridades del tipo de cambio, como se puede observar en el saldo del intercambio, que sigue siendo muy favorable a Brasil, pese a la fuerte apreciación del real. El consenso de economistas del establishment igual plantea que uno de los factores de incertidumbre para la economía argentina es una devaluación del real, porque afectaría la competitividad de la industria. Sin embargo, con su política monetaria y cambiaria ortodoxa los brasileños están más cerca de una recesión que de un ajuste devaluatorio. Una eventual recesión, que se traduciría en excedentes de la industria brasileña presionando en el mercado argentino, terminará afectando más los niveles de producción local que una devaluación del real.

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