Martes, 25 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Raúl Dellatorre
Dentro del castigo que recibió la oposición el domingo, los dos casos más elocuentes son los de las fuerzas que encabezaron Eduardo Duhalde y Elisa Carrió. El discurso económico que embanderaron estas dos fuerzas es un correlato de esa oposición frontal a las propuestas del Gobierno. Martín Redrado, como frustrado candidato duhaldista a diputado nacional, y Alfonso Prat Gay, el “elegido” de Carrió para ser su ministro de Economía, son la expresión de esa oposición cerrada a toda propuesta emanada desde las filas oficialistas en materia económica.
Ambos, Redrado y Prat Gay, fueron presidentes del Banco Central en distintas etapas del kirchnerismo, pero fueron desplazados de sus cargos coincidiendo con momentos de definiciones que evidentemente los ponían en la vereda de enfrente del proyecto oficial. Ambos, en sus respectivas variantes, se alejaron defendiendo las políticas de ajuste y confrontando con la intervención heterodoxa del Estado en contra de los intereses de los sectores financieros más poderosos.
A Alfonsín no le fue tan mal como a los anteriores, pero es verificable que el vice que le impuso De Narváez, Javier González Fraga, otro representante del establishment financiero y del discurso neoliberal, le sacó más de lo que le aportó. A partir de los resultados electorales, cabría ilusionarse de que ciertos discursos que pretenden volver a las prácticas del pasado hayan quedado enterrados. Pero sería prudente no ir tan rápido.
Quienes mejor parados quedan del espectro opositor son Hermes Binner y el FAP, aunque no por esgrimir un discurso económico tan progresista como su emblema. De hecho, el candidato adhirió a algunas de las recetas antiinflacionarias que formulaba el elenco neoliberal, compartió las críticas al uso de reservas y hasta prometió bajar las retenciones a las exportaciones de granos, aunque el desfinanciamiento fiscal que provocaría llevara a reiniciar el ciclo de endeudamiento externo. Pero en su propia alianza hay otras fuerzas que se empeñan en mostrar una postura diferente, lo que en buena medida disimuló aquellos gestos.
En la etapa que se inicia, podría ocurrir que las propuestas del Gobierno tuvieran que confrontar con un tironeo desde izquierda para hacerlas más redistributivas. O que le reclamaran reformas estructurales que atacaran la concentración económica que prevalece en buena parte de la economía. Esa alternativa dejaría afuera a los voceros tradicionales del neoliberalismo, provocaría un debate enriquecedor y reflejaría, quizá, más fielmente lo que se votó el domingo. Pero no es seguro que sea así. El neoliberalismo no está derrotado, sino apenas agazapado. Incluso, detrás de fuerzas que públicamente se exhiben como contrarias a sus postulados.
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