EL PAíS › OPINIóN

Golpes a la bartola

 Por Eduardo Aliverti

Que la semana pasada haya empezado con las alarmas de pesificación generalizada y después avanzado con el lanzamiento de un megaplán de viviendas para sectores populares y medios es una muy buena fotografía del mapa político en su sentido más integral. Incluye cuanto se desee envolver en el paquete de la agenda publicada.

Los rumores de que se pasarían a pesos todos los contratos individuales, y hasta el pago de bonos, fueron una obscena operación de prensa que no resistía la menor consideración. De un párrafo relativamente confuso introducido en el proyecto de reforma del Código Civil, algunas mentes obsesionadas con la provocación de escándalos, o amenazas graves para la economía, extrajeron que se venía la noche para quienes tuvieran acreencias en dólares. “Cerebros” periodísticos, aclaremos, porque en rigor no hubo dirigencia opositora que actuara ni en el origen ni en la amplificación del operativo. El ministro de Justicia salió a aclarar los tantos y sanseacabó. No había margen para más, y ésa fue la culminación de una maniobra destinada a morir antes de implementar los primeros pasos. Apenas les quedó espacio para alguna de esas columnas de opinión que, cuando el pescado podrido se revela como tal, intentan licuar falaces intentonas hablando del “clima” vigente. Bajo ese ardid pudo leerse que el Gobierno introdujo de modo clandestino (sic) la modificación de dos artículo del Código Civil. Esto es simplemente maravilloso. Un proyecto ingresa al Congreso con letra explícita y el periodismo de la ultraoposición militante le adjudica carácter secreto, oculto, de espaldas a la ley, ilícito y siguen las acepciones del término “clandestino”. El periodista vuelve a recurrir a una figura que ya usó varias veces: ¿hace falta que metan los goles con la mano? ¿Tan poco les importa siquiera el papelón consigo mismos, de tanto apuro por taladrar? ¿A cuáles y cuántos “ciudadanos” y “gente” se refieren cuando citan la urgencia por hacerse de divisa extranjera? ¿Se sostiene que citen, textualmente, la existencia de una “fiebre” por el dólar? Qué impagable sería meterse en la cabeza de estos tipos cuando están a punto de tipear esas cosas. No se trata de los editores, que definen los títulos y las bajadas de las notas. No. Son los columnistas que, bien a solas con sus datos y su conciencia, resuelven construir un concepto. Los que editan son portavoces ya entregados o resignados a la orientación furibunda que determina la patronal. Y sus avisadores. Si se titula que “para el Banco Mundial, la Argentina crecerá menos”, en lugar de que por tanto seguirá creciendo, es entendible. Si la analista senior de una de esas consultoras de fama mundial que viven para ¿equivocarse? mundialmente, Moody’s, reconoce que le bajan la nota a Argentina sólo porque es Argentina (sic), no por las señales de su economía, también se entiende (ver Ambito Financiero, miércoles pasado, entrevista a Verónica Améndola). Con esa clase de alimento, los referentes del mañanero radiofónico y los escritores de zócalos televisivos, a quienes no les ingresa más originalidad que la pautada por los diarios, ya tienen de sobra. Pero los opinadores diríase que a secas, o “presentados” así al margen de que porten renombre mayor o menor, ¿no tienen mínimo prurito a la hora de inventar? ¿No les da para pegarles una vuelta a mentiras pornográficas? ¿No intentan guardarse vías de escape para cuando el mañana los señale como fabuladores, por haber escrito fantasías que pudieron disimular con mayor elevación retórica?

Cuando Cristina lanzó el plan de créditos hipotecarios, al cabo de ese comienzo de semana insuflado por las versiones de pesificación, cambió el eje y el punto fue llenar de sospechas la noticia. Recelos justificados, debe reconocerse, porque respecto de la vivienda el oficialismo ya boqueó, y muy mal, con aquello de los inquilinos que serían propietarios. Sin embargo, la cuestión no es (únicamente) ésa sino, otra vez, la capacidad del Gobierno –sea cual fuere la eficacia ejecutora de su anuncio– para desarmar la ofensiva propagandística en su contra. Aquí es necesario detenerse. Preguntar cuánto hay de reflejos oficiales y cuánto de una prensa comandante que, al gobernarse a sí misma sin base de fuerzas o individualidades extraperiodísticas, cae en repeticiones previsibles de aliento corto. Un marciano de pocas luces habría adivinado que, siendo los recursos previsionales el principal inyector de fondos para construir viviendas, seguiría inmediatamente la acusación de estar usando la plata de los jubilados. Así fue. Validos de una acordada de los supremos, titularon en bloque que la Corte le dio treinta días a la Anses para que informe cómo se emplea el dinero jubilatorio. Pero la solicitud judicial al Gobierno no tiene nada que ver con el lanzamiento del plan hipotecario, salvo que algún otro marciano pueda creer que la Corte empalma sus dictámenes a medida que el oficialismo procede. En este caso, vendría a ser que Cristina anunció la operatoria crediticia el martes y unas pocas horas después ya estaba reunida la Corte para advertirle que con la plata de los jubilados no se jode. No digan que no es asombroso por donde quiera vérselo. Por un lado, resultaría que entonces sí hay la Justicia independiente por cuya inexistencia se indignan unas cacerolas devaluadas y unos comunicadores más patéticos todavía. Como si fuera poco, esa Justicia que no existe acaba de cercar nuevamente a Boudou por el affaire Ciccone. ¿En qué quedamos? ¿Existe o no? Repárese en que, en esta oportunidad, ni hace falta retrucar en primer término la pelotudez bíblica de que la plata de los jubilados debe quedar en una cuenta intocable por los años de los años, como si el Estado no tuviera la responsabilidad de invertirla para asegurar su satisfacción y rédito. No. Esta vez alcanzaría con exhibir las inenarrables contradicciones de “la corpo”, con el solo señalamiento de sus disparates. Incurren en ellos, además de sus necesidades político-empresariales, porque de lo contrario sobraría lugar para meterse en lo que no les conviene. En el PRO termina de estallar una interna que va de dura a salvaje. Funcionarios de la Ciudad se enfrentaron con aspereza por el cierre del plazo para armar las listas, aunque el tema excede a esa razón burocrática. Gabriela Michetti vetó a Esteban Bullrich, el ministro de Educación, como presidente de la asamblea general del, digamos, partido. Bullrich se hartó y renunció, pero Michetti también está harta de Horacio Rodríguez Larreta, y viceversa, porque entre ambos juegan si la primera acepta ir de candidata a la provincia y si el segundo toleraría que no lo haga y le compita en Capital. Nada de este chiche de armonía es informado por los medios de la oposición, casi obsesionados por proteger la figura de Macri a como dé lugar, bien que equilibran entre eso y continuar midiendo a Daniel Scioli como gran esperanza blanca. La clausura del palco desde el que sacaron la foto al celular de José María Ottavis, vicepresidente de la Cámara baja bonaerense, cuando recibía un mensaje que en verdad lo alertaba sobre un presunto ofrecimiento de compra de votos; y una conjetura acerca de que se intentó cambiar de lugar a los periodistas parlamentarios, lo cual nunca se concretó, fueron otros de los apasionantes temas ensanchados. Como tampoco daba para mucho, reapareció la ola de inseguridad porteña mediante la mención a toda página de una “seguidilla de robos audaces”. Y hasta la sugerencia de que vivir en la capital colombiana tal vez sea más seguro que hacerlo entre Flores y Caballito. Impactante.

Lo significativo de este mapa mediático, mucho más que lo que revela puntualmente a través de cada episodio y su tratamiento, pasa por una renovada demostración: todos, invariablemente, continúan corriendo detrás del oficialismo. De lo que hace y de lo que deja de hacer. De los entusiasmos y de los enconos que despierta. Cuando ocurre algo así, y sin que suponga perder reflejos de pensamiento crítico sino todo lo contrario, cabe el sentido figurado de que no hay mucho más que hablar. Al no disponer en el equipo de jugadores sobresalientes que las conviertan en acción política concreta, las críticas y denuncias, del tenor que fueren, carecen de base ejecutiva y transformadora. Seguramente, y apartando las chicanas en torno de la clase social a que pertenecen o de su imposibilidad para articular dos frases seguidas, eso explica que los centenares o pocos miles de gentes impulsados a cacerolear un ratito no sean capaces de encontrar una consigna unificadora. Bien al revés de lo sucedido en 2008, cuando “el campo” amalgamaba, hoy no tienen argumentos. Sólo el odio. Corean inconsistencias cuya hondura es la misma que la de manifestarse a favor de la felicidad.

Algunos lo hacen con cacerolas. Y otros desde los medios.

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