Jueves, 16 de junio de 2011 | Hoy
PSICOLOGíA › A PARTIR DEL TRABAJO EN SITUACIONES DE GRUPO
En un texto especial para Página/12, el destacado psicoanalista francés René Kaës –a punto de visitar Buenos Aires– postula la existencia de tres espacios para el inconsciente: el que se revela en los grupos humanos, incluso la familia y la pareja; el del vínculo intersubjetivo y el de cada sujeto.
Por René Kaës *
Cuando algunos psicoanalistas crearon dispositivos adecuados para entablar un trabajo psicoanalítico en situación plurisubjetiva de grupo, produjeron un segundo acto fundador del psicoanálisis: se reunieron entonces nuevas condiciones de acceso a la experiencia del inconsciente y a las formas de subjetividad que éste organiza. El grupo abre el acceso, no a uno sino a tres espacios de la realidad psíquica: el espacio del sujeto singular, el de los vínculos intersubjetivos y el del grupo en sí mismo, en tanto formador de una entidad específica. Cada uno de estos espacios, aliados en la experiencia del grupo, debe ser especificado, distinguido y articulado en un modelo apto para dar cuenta de su complejidad.
Los primeros psicoanalistas que trabajaron con un dispositivo grupal partieron de las dificultades que encontraban en la clínica; el dispositivo grupal les parecía mejor adaptado para tratar los trastornos que hasta ese momento eran tomados a cargo por el dispositivo de la cura individual. Con el fin de continuar el trabajo psicoanalítico con sus pacientes psicóticos que se encontraban con él en una impasse transferencial, Foulkes perfeccionó a partir de 1938 el método del “grupoanálisis”. Confrontado al tratamiento psíquico de los traumatismos de guerra sufridos por los militares ingleses, Bion inventó, para la misma época –1939–, un dispositivo diferente del de la cura individual para tratar tales trastornos. En este punto, el dispositivo grupal volvió a imponerse, como ya lo había hecho antes de Foulkes y antes de Bion, para tratar a pacientes con adicciones o para la psicoterapia de niños y de adolescentes (R.S. Slavson).
En otro contexto, en la Argentina, hacia mediados de la década del ’30, un joven psiquiatra, Enrique Pichon-Rivière, implementó, en un hospital psiquiátrico en crisis permanente, un dispositivo de capacitación destinado a las enfermeras para asociarlas a los cuidados que debían dispensarse a los enfermos. Utilizó en ese entonces un dispositivo grupal, que llamaría “grupo operativo”. Este modelo se aplicó en lo sucesivo a las familias y a la psicoterapia de grupo.
Todas estas iniciativas innovadoras tienen en común el hacer de la situación grupal y de los procesos psíquicos que en ella despliegan el agente de un cambio que se produce en el sujeto, independientemente de que esta transformación sea de orden terapéutico o formativo. El interés de los primeros psicoanalistas se centró en el funcionamiento del grupo concebido como un todo dinámico. Seguramente las referencias teóricas que inspiran a estos tres pioneros no son en absoluto las mismas: tienen una mayor tendencia a lo psicosocial para Pichon-Rivière en aquel momento, y son más psicoanalíticas para Foulkes y Bion. Una referencia a la teoría de la Gestalt prevalece en el primer autor así como también en Foulkes, quien se formó en la Escuela de Francfort.
Al hacer trabajar un dispositivo grupal fundado en las hipótesis de base del psicoanálisis, estos primeros psicoanalistas sometieron a prueba la idea freudiana en virtud de la que existe una “psique de masa”, un “alma de las masas”. Le otorgaron una validez y lo caracterizaron dándole contenido y procesos, reconociéndole una consistencia de realidad psíquica específica: los procesos y las formaciones del inconsciente se combinan de una manera diferente de como ocurre en el espacio de la realidad psíquica del sujeto.
Las investigaciones centradas en el grupo dieron lugar a la construcción de modelos teóricos y prácticos concebidos para dar cuenta del funcionamiento de esta psique de masa, inaccesible para el método de la cura, excepto a través de algunos de sus efectos.
El modelo que propuse se distingue de los demás modelos, basados en una concepción holística del grupo, por tomar en consideración tres espacios psíquicos. Abordé este trabajo a fines de los ’60 y propuse, en El aparato psíquico grupal (1976), un modelo general que distingue tres espacios de la realidad psíquica: el espacio del grupo como tal, el espacio de los vínculos intersubjetivos y el espacio del sujeto. Mi objetivo era (y lo sigue siendo en la actualidad) comprender cómo se anudan estos tres espacios y se articulan unos con otros, cómo y en qué condiciones pueden confundirse y diferenciarse. Mis investigaciones se refieren tanto a la especificidad de los procesos y de las formaciones propias al grupo, al vínculo intersubjetivo y al sujeto dentro del grupo, como a los efectos de dichos procesos y de dichas formaciones en el espacio intrapsíquico del sujeto singular.
No es éste el ámbito apropiado para exponer las principales propuestas de este modelo. Sólo quisiera focalizarme en una cuestión clínica y teórica.
Trato de llamar la atención sobre el estatuto que los psicoterapeutas y los psicoanalistas que trabajan con un dispositivo grupal le reconocen, en la clínica y en su pensamiento, al sujeto singular dentro del grupo. Esta cuestión concierne igualmente a los psicoterapeutas y a los psicoanalistas que trabajan con las familias y con las parejas. El interés que acordamos a la “psique de masa”, la de la familia o la de la pareja, resulta necesario para que el conjunto aparezca como la matriz o el telón de fondo a partir de los cuales el sujeto se incluye o, separándose, logra distinguirse. Pero cuando nuestras intervenciones sólo recaen sobre el conjunto concebido como un todo, cuando la interpretación sólo se dirige al grupo, el riesgo consiste en dejar de lado al sujeto y en hacer de este último una suerte de dependencia del conjunto. En la mejor hipótesis, es deseable pensar y formular la interpretación “en términos grupales”, es decir, tomando en cuenta los procesos grupales en los que se involucran los sujetos.
Estas dos formulaciones son diferentes: corresponden a momentos diferentes del proceso grupal. La primera se impone cuando prevalecen las formaciones y los procesos que pertenecen al espacio de la realidad psíquica del grupo: por ejemplo, cuando la ilusión grupal, los ideales y las representaciones comunes y compartidas, las alianzas inconscientes, las posiciones ideológicas, utópicas o mitopoéticas son predominantes. Tales interpretaciones, dirigidas al grupo o en términos grupales, mantienen el marco y la situación del trabajo psíquico dentro del dispositivo específico del grupo o del “neogrupo” familiar: estos dispositivos no se confunden con los de la terapia o del análisis personal, pues una confusión de esta naturaleza subvertiría tanto a unos como a otros.
Cuando este tipo de intervención o de interpretación dirigida “al grupo” sigue siendo considerado como exclusivo, debemos preguntarnos acerca de sus efectos sobre los sujetos, cuya singularidad respecto de nuestra concepción psicoanalítica no puede reducirse al estatuto de individuo.
Un ejemplo: en un grupo, a partir de las primeras sesiones y en lo sucesivo, un participante es violentamente atacado por uno y luego por varios participantes. Queda al descubierto que el agredido encuentra en este ataque un goce que mantiene su propia posición masoquista. ¿Podemos contentarnos proponiendo un análisis en términos de “chivo expiatorio”? Si nos limitamos a hacerlo así, desaparecen la escucha del sujeto, de su deseo y de su sufrimiento. Lo que aquí está en juego es una alianza inconsciente defensiva, de aquellas que atan a ciertos participantes, activos o pasivos, a otro o a más de un otro, y cada uno de ellos encuentra en esta alianza un beneficio al que no podría renunciar sin privárselo a los otros, lo que implicaría privar a cada uno de su goce.
Una interpretación en términos del “sujeto dentro del grupo” podría ser eficaz, como acabo de sugerirla y como frecuentemente lo he comprobado, dado que ella señala una metadefensa, pero no siempre es suficiente para tornar posible el desprendimiento de los sujetos de la parte que toman en su alianza. En este caso, seguir dirigiendo la interpretación solamente al grupo, como si fuese isomorfo al espacio psíquico del sujeto, no hace más que mantener la alianza en lo que ella tiene de específica: nadie siente ser su coautor ni su cobeneficiario, dado que la alianza en sí permanece inconsciente.
En la hipótesis de una alianza defensiva, ella “preserva” a los individuos, pero les carga el precio de hacerlos desaparecer como sujetos del inconsciente. En estas condiciones, si la interpretación dirigida “al grupo” y “en términos grupales” no incluye una redirección a los sujetos de la alianza defensiva, el terapeuta o el analista contribuye a mantenerla, refuerza la resistencia.
Existe una actitud inversamente simétrica a esta última: en un dispositivo grupal de trabajo, centrarse exclusivamente sobre el sujeto, no aportar nada a los procesos o a las formaciones de grupo, particularmente a la transferencia sobre el grupo. Aquí funciona una resistencia al grupo por la ilusión individualista.
La extensión al grupo de la práctica psicoanalítica ha suscitado resistencias y reticencias, pues obligó a reformular algunos problemas relativos al método y a la teoría del psicoanálisis, hasta entonces basados en la práctica de la cura “individual” y en el espacio de la realidad psíquica inconsciente del sujeto.
Vuelvo a esta idea que he expuesto frecuentemente: el inconsciente se inscribe y se manifiesta en varios espacios, en varios registros y en varios lenguajes: en el del conjunto formado por el grupo, la familia o la pareja, en el del vínculo intersubjetivo y en el de cada sujeto. El trabajo psicoanalítico de la cura individual trabaja esencialmente en el espacio intrapsíquico y en la transferencia de los otros espacios en este último. En los dispositivos grupales, familiares o de pareja, el trabajo psíquico implica necesariamente los demás espacios. Ninguno de ellos puede serle sustraído. Muy por el contrario, debemos aprender a discernir qué sucede con los demás espacios cuando uno de ellos tiene preponderancia en el proceso o cuando es ocultado por el terapeuta o por el analista y, en esas condiciones, cómo el inconsciente se las ingenia para producir sus efectos. El trabajo del análisis consiste en restituir a cada uno su posición subjetiva, desligando las alianzas inconscientes y renunciando a los beneficios que de ellas derivan para cada uno.
Si el inconsciente no es contenido en su totalidad dentro de los límites del aparato psíquico individual, si hay realidad psíquica en otros espacios diferentes del espacio del sujeto singular, debemos pensar las consecuencias de la extensión del ámbito teórico y práctico del psicoanálisis. Esto es lo que propongo dibujando los lineamientos de una metapsicología de tercer tipo, fundada en esta pluralidad de los espacios psíquicos.
* Texto ofrecido por el autor con relación a la conferencia “Entre el sujeto y el grupo, tres espacios de realidad psíquica: cómo pensarlos con el psicoanálisis”, que dictará en el XIX Congreso Latinoamericano “El psicoanálisis vincular de Latinoamérica”, en Buenos Aires.
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