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Viernes, 19 de junio de 2015

COSAS MARAVILLOSAS

Camas para volar

Un objeto amado y una estructura doméstica es el mapa donde Sylvia Plath traza su universo de fantasía en El libro de las camas, ideal para niñxs de entre 4 y 7 años.

 Por Alejandra Varela

Sylvia Plath se deja ganar por la imaginación infantil y asume el rol de la niña que lleva a la cama todos sus juguetes. En unos instantes ese sitio se convertirá en una nave espacial, en un barco o en un trapecio. El cambio del valor de uso es lo que abre el mundo ficcional. La escritura de El libro de las camas reproduce el modo espontáneo que impulsa a el/la niñx a no conformarse, a imponer en cada lugar la voluntad de su creación.

Los dibujos de Quentin Blake desbordan el límite. Hacen de la hoja, de la invasión de líneas, una réplica del desenfado infantil. La escritora y el ilustrador se vuelven niñxs.

La cama permite viajar, ser cohete o submarino. El dibujo se expresa con inocencia, como si temiera cautivar o llamar demasiado la atención. Explota en la conjunción con la palabra, en el trazo que los acerca y hace de la página una imagen donde la armonía y un suave desequilibrio la vuelven amigable al ojo del niñx.

Comer en la cama, hacer de la noche el lugar del revuelo infantil. Convertir ese mobiliario en un artefacto transformable, propagador de aventuras, habla del contagio frente al entusiasmo que genera el alboroto, el abandono de las normas para pintar la cama con manchones. La cama devenida en nave para adentrarse en otros mundos mientras se permanece al amparo del hogar, acurrucadx bajo las sábanas, es el castillo, la armadura que construyen Plath y Blake para mostrar que mientras lxs niñxs juegan, el tiempo y el espacio son otros, se han ido, aunque los adultos crean retenerlxs y lxs observen a su lado.

Como animales hogareños las camas parecen reflejar estados de ánimo o interpretar la personalidad de sus pequeñxs dueñxs.

Pero la cama puede ser un ínfimo accesorio que se esconde entre la ropa y se despliega en ese lugar donde te atrape la noche. La fantasía de llevar la cama a cuestas convierte a Plath en una inventora de juguetes descomunales. El cuento infantil se acopla a esta sumatoria de ideas. Sabe que el/la chicx que se acerque a este texto va a armar recorridos infinitos. Su escritura se caracteriza en ofrecer preciosos disparadores para la inventiva infantil sin preocuparse por completarlos, segura de que lxs lectorxs agradecen ese espacio donde entrometerse y rellenar la historia.

La mujer que alguna vez le escribió a su hijo Nicolás “¿Cuánto tiempo podré ser muro y contener el viento?/ ¿Cuánto tiempo podré/ aplacar el sol con la palma de la mano?” construyó en El libro de las camas un poema luminoso. Su marido, Ted Hughes, era un constante escritor de textos para niñxs. Los dos hicieron de la literatura un oficio, una tarea que se traducía en dinero pero que en el caso de Sylvia se veía siempre amenazada por el escaso tiempo, por el proyecto de alcanzar todos los frutos de ese árbol con el que soñaba en su adolescencia, ser el mejor promedio en Smith, casarse con el hombre más apuesto, ser una perfecta madre, una escritora famosa y una cocinera siempre sorprendente.

Atrapada por la nieve londinense, con el agua congelada y la mano deshecha, escribiendo en condiciones dickensianas pasó su última Navidad con dos hijxs espectrales, testigos de cómo su joven madre iba perdiendo el alma entre cada nuevo texto publicado, ante cada rechazo editorial y en las sucesivas visitas de un esposo que la había abandonado pero que no podía apartarse mucho tiempo de esa belleza triste.

El libro de las camas permite sumar a esa odisea ácida e irónica sobre la adolescencia que es La campana de cristal a los pocos volúmenes de poemas que la bella suicida logró publicar en su vida, un texto que la muestra fresca, alejada del drama. Donde esa niña que pierde a su padre tempranamente y debe vivir con esa ausencia que se hace fuego en “El coloso”, renace en la escritura para festejar la inocencia.

El libro de las camas, Sylvia Plath
con ilustraciones de Quentin Blake.
Libros del zorro rojo

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