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Viernes, 19 de junio de 2015

HOMENAJES > MARTA MERKIN 1947-2005

La educación feminista

 Por Flor Monfort

En 1983 Marta Merkin volvió del exilio con su familia y un puñado de ideas necesarias para motorizar proyectos que se conviertan en dinero lo más rápido posible. Armar una nueva casa, poner a las chicas en el colegio, volver a caminar las calles conocidas y los espacios públicos horadados por la experiencia de la dictadura no era tarea sencilla. Costó tomar la decisión de volver cuando la hija menor, Inés, hablaba y se sentía mexicana a pesar de tener un grupo fuerte y cerrado de amigxs argentinxs, a los que la experiencia de la familia por elección acuñó los argenmex. Esxs amigxs también volvían y con ellos una ráfaga de aire fresco que la democracia ayudaba perfumando con promesas. La atmósfera estaba cargada y Marta sabía hacer muchas cosas: fotógrafa, cronista, investigadora, caminante. Su militancia política como estudiante universitaria en Arquitectura alimentó ese perfil volcado a la solidaridad que todxs quienes la conocimos no podemos olvidar; por único, por genuino. Y esa pose al prender un cigarrillo con un fósforo que la convirtió en estampa de recuerdos, siempre con ironía de la buena. Pero volviendo a aquel regreso, Marta inauguró, tal vez sin saberlo y junto a su desde entonces amiga y compañera de aventuras, Ana María Muchnik, un espacio que multiplicaba ese deseo de hermanarse y sobre todo de hablar, de contarse los años oscuros, de sacar las alfombras a las ventanas para que el polvo se revuelva por el aire. No fue un proyecto craneado con precisión, se fue haciendo en el camino, porque todas las que participaban se iban reinventando, como ese destino nuevo que Marta estaba reescribiendo desde que volvió. Así nació Ciudadanas y el fin de tantos años de silencio, un programa con el que Radio Belgrano inauguró una época y donde tantas mujeres tuvieron micrófono abierto para plantar bandera en temas como aborto, salud sexual y reproductiva, violencia de género, y todos los feminismos que se habían labrado en los setenta, en esa revuelta reflexiva que tenía la impronta de los derechos humanos y que acá se erigió como praxis colectiva plasmada en las Madres y Abuelas que marchaban en círculo en la Plaza.

En ese contexto crecimos dos de las hijas de las conductoras del programa, Inés y yo. Ibamos mucho a la radio, formábamos parte de una rutina que arrancaba temprano con la reunión de preproducción en La Tola, el bar de al lado, donde la imagen de China Zorrilla parpadea en la memoria porque vivía enfrente y siempre aparecía con algún bocadillo humorístico o su misterioso chal con el que se esfumaba con su Yorkshire a cuestas. Después el aire, y esos paseos interminables por los pasillos vacíos de la radio, las escaleras heladas y los llamados telefónicos de los que tomábamos nota: casi siempre eran mujeres que llamaban para agradecer o para pedir un dato, hacer una pregunta, algunas hablando bajo para no ser escuchadas por otros de su entorno. Marta se sonreía muda por las letras torcidas que acerábamos con orgullo las nenas. Teníamos ocho, nueve años y ya escribíamos al ritmo frenético del habla, resumíamos pensamientos o poníamos simplemente “gracias”. La dupla al frente nos tomaba como parte de ese grupo, unas más de producción, en esos instantes históricos que marcan los destinos con el fuego de la herencia: Inés y yo de grandes seguimos escribiendo, seguimos cultivando ese humor ácido que hacía que las amigas hablen como dos ancianas rusas con restos de idish en la lengua, que sólo se sacaban a golpe de risotadas. La educación feminista, algo que nunca me hubiera atrevido a enunciar antes que ahora, a diez años de la muerte de Marta, es la insignia que llevo con la frente alta. Marta se hubiera reído de tanta solemnidad. Pero a dos semanas de la histórica marcha del 3 de junio no puedo sino acordarme de los bombos que escuchamos de la mano, todas las movilizaciones a las que fuimos juntas, cobijadas en la tribu y donde pedíamos paredón a los milicos como un mantra de iniciación ineludible.

Quien sino la amiga de una madre, esa en la que una puede reconocer el gesto canchero que en la propia es más difícil de ver, es capaz de recibirte siempre con una sonrisa, escuchar tus lamentos de niña y después de adolescente conflictuada y labrar con tanta paciencia y amor un recuerdo que hoy me impide escribir este texto, porque hacerle honor, estar a su altura, es un desafío también feminista.

Hemos defendido a las mujeres desde siempre, ¿qué otra cosa podíamos hacer? De lo personal es político Marta hacía una bandera con géneros de distintas y extrañas procedencias de amigxs variadxs, vecinxs, compañerxs, ex compañerxs, familias enteras y fans de distintas edades a lxs que escuchaba con especial interés, con una vocación de servicio que las ciudadanas, esas mujeres que empezaban a hacer visibles los temas que les quemaban en las manos, encarnaban en nombres propios que marcaron una época: Eva Giberti, Diana Maffía, Gloria Bonder, Mabel Bianco, María Moreno, Florentina Gómez Miranda, Dora Barrancos, Nelly Minyersky, Norma Morandini, Ilse Fuskova, Josefina Delgado, Martha Rosenberg, Dora Coledesky, Laura Bonaparte, algunas de ellas.

El 8 de marzo del ’85 el estudio de la radio se llenó de mujeres, más los pañuelos blancos y el blanco y negro que siempre tiñe los recuerdos cuando se vieron tantas veces en fotos: nosotras cuatro en ese estudio radiante donde aunque chicas entendíamos que éramos parte de algo grande, un ritual en el que si cabían los varones era para mirar admirados esa cualidad de organización que ponía en suspenso los espacios vaciados. Faltaban muchísimos espacios por conquistar, de allí que los temas que recuerdo urgentes eran el cupo femenino, el divorcio, la patria potestad y el aborto, siempre el aborto, esa figurita difícil que era casi mala palabra en esos años. Mucho menos se nombraban las violencias domésticas o las experiencias en primera persona que se vivían tras los muros pero se nombraban los barrios, las provincias, el barro de las pequeñas organizaciones que la democracia real venía a dar lugar en la arena política. El temario que hoy damos por hecho empezó a escribirse en ese trafico de informaciones, de nombres y datos que, muy lejos de Internet y las redes sociales, construían puentes entre todas ellas, todas nosotras. Marta hacía de respaldo cuando las cartas parecían volar por el aire, llamaba a casa todas las noches y más de una vez por día, le cambió la vida a mi propia madre y es gracias a quien vi a mi mamá en ese rol espontáneo de mejor amiga, como queríamos ser a los ocho años las nenas, amigas para siempre, hasta que la muerte nos separe. Así fueron ellas, y así fue Marta para tantas otras, la gran amiga, la cómplice. Algo de esa ronda de mujeres que se armaba en su casa de la calle Viamonte, con la pared llena de soles que Marta coleccionaba, y el olor a café que bajaba por las escaleras, se replica cada vez que nos acordamos de ella, o que, como ahora, escuchamos con Inés a las Ciudadanas rebobinando los casettes con una birome para tratar de capturar la magia.

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