Por Mariana Enríquez Un año atrás, la televisión
estaba dominada por los talk shows. Quizá ninguno fue un enorme suceso de rating, pero lo
cierto es que la exposición de la gente común, las historias bizarras y los dramas
familiares eran moneda corriente. Karin Cohen conducía Sin Vueltas talk
show de clima calmo/reflexivo, que podía incluir desde mujeres golpeadas hasta cirugía
estética, siempre con psicóloga presente. María Laura Santillán, en Causa
Común, elegía temas más simpáticos, desde mi hija tiene un novio
raro hasta la mujer de mi ex marido es mi amiga, siempre en un tono
liviano de mujer moderna. Moria Casán, con Amor y Moria se concentraba
en violencia familiar: uno de sus entregas más recordadas consistió en la ubicación de
una cámara oculta en casa de una mujer golpeada, para registrar al marido violento e
iniciar una demanda judicial. Esto sin mencionar el caso de una mujer que recientemente
había recibido un transplante hepático y que en Amor y Moria se encargó de
relatar cómo su marido la maltrataba a pesar de su estado. Y por supuesto Mauro Viale,
con su talk show de semicelebridades que de alguna manera anticipó el estado actual de
las historias de la vida real en la TV. Porque, hoy, las historias de la vida real han
dejado de ser las historias de la gente común.
Karin Cohen es actriz. Causa Común ya no se trata de pequeños problemas de
gente como uno: exhibe famosos reviviendo infancias, recordando viejos amores, en fin,
tratando de mostrarse como, precisamente, gente común. Y Moria Casán, como nadie a esta
altura ignora, se ha convertido en protagonista de su propio talk show. La Noche de
Moria empezó como un talk show con famosos (con llanto emocionado
obligatorio al final del programa), y a partir de las últimas entregas se transformó en
una suerte de terapia de grupo para la familia de Moria. Primero fue el programa con dos
maridos repetido a pedido del público y el lunes pasado uno con su hija, la
hija de su actual pareja y dos de los tres hijos de su ex marido. Un cambalache que llevó
a Jorge Rial, contratado como moderador, a expresarle que estaba pasando hacia un lugar
sin retorno. A partir de estos programas de Moria, con su familia en el piso, las
posibilidades son infinitas: ya no es delirante pensar en Susana Giménez proponiendo un
living con Huberto Roviralta y su nuevo novio JR. O un encuentro entre Silvia Soldán y
Silvia Süller que termine en apasionada reconciliación. O una charla madura entre
Guillermo Coppola, Alejandra Padrón y María Fernanda Callejón, con Diego Maradona como
moderador.
Paralelamente además, se da otro fenómeno. Los famosos han invadido todos los lugares
televisivos de la gente común. Si Televisión Abierta se fue de la pantalla,
entró Trip, que es más o menos la misma idea: una cámara casual donde la
gente (en este caso famosa) dice lo que tiene ganas. Nicolás Repetto sortea autos... para
famosos que ganan miles de dólares, un hecho inédito de gusto bizarro. Tal para
cual, el programa de concursos para parejas que conduce Jorge Rossi por Telefé,
está intentando levantar su magro rating con la introducción de parejas famosas en el
juego. Y mientras sucede esto dice Viviana Gorbato, periodista, las
telenovelas cambiaron: ya no se trata de ricos y famosos, es al revés. Ahora los héroes
ficticios son gente común: los Gasoleros y los Campeones. La vida
cotidiana se idealiza: Gasoleros es una idealización. Y Campeones
es la idealización de la Argentina corporativa que ya no existe, que se perdió y que
sólo puede recuperarse a través de la TV.
El proceso es más o menos el siguiente: la vida de la gente común es telenovela, es
ficción, y la de los famosos se ha convertido en vida real. Los personajes mediáticos
tratan de mostrarse en todas las facetas posibles: punzantes e inteligentes en La
Biblia y el Calefón de JorgeGuinzburg (América), fiesteros y divertidos en el
programa de Andrea Frigerio (América), críticos y reflexivos en Yo amo a la
TV (América), tiernos y normales en Causa Común (Canal 13)
y problemáticos y no tan perfectos en La Noche de Moria.
Los talk shows viven su mejor momento en Estados Unidos, el país que creó el formato.
Allí Jerry Springer obtiene ratings siderales con sus historias bizarras y sus invitados
desenfrenados, todos desconocidos. Cada programa termina en golpiza, o en rotundo drama
lacrimógeno. Pero eso nunca sucedió en los talk shows vernáculos, con la excepción de
Mediodía con Mauro, que en algún sentido superaba el género: no se trataba
específicamente de un talk show, los invitados no eran necesariamente famosos
en sí mismos, y de alguna manera definía el gusto por la disección de las intimidades
de ricos y famosos.
Yo fui fan de Mediodía con Mauro dice Gorbato. Era un
espectáculo grotesco, muy de la sociedad argentina, que no puede ser superado. Tuvo que
terminar porque ya no se podía seguir adelante: parecía que iba a terminar en un crimen,
y por ende ya no se puede innovar en ese género: lo único que queda es destrozar a los
famosos. O mostrarlos como personas comunes. Tiene que haber una destrucción
de los ídolos, mostrar que esa vida de brillo no es deseable. Quizás esté relacionado
con el posmenemismo. Si la gente común ya está destrozada, habrá que idealizarla. Y
esto reclama un chivo expiatorio. Los talk shows se están convirtiendo en el crimen y
castigo de los ricos y famosos.
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