Cuando el euro nació, al comenzar este año, valía 1,18 peso. Ahora cotiza a poco más de 1,05. El peso se fortaleció casi 13 por ciento en menos de medio año contra la moneda que representa a la poderosa Unión Europea (o más exactamente a 11 de sus 15 países), un bloque con el que el Mercosur está buscando un acuerdo de libre comercio.

Si la pregunta es por qué se robustece el peso en relación al euro, la respuesta es que, en realidad, el euro se vino debilitando frente al dólar, al cual el peso está atado. Si entonces se pregunta por qué el dólar está subiendo en términos del euro, la contestación es que la economía estadounidense está creciendo bastante más rápidamente que la europea.

No es que el crecimiento se traslade linealmente al tipo de cambio, pero los operadores deducen como probable un aumento de la tasa de interés norteamericana por parte de la Reserva Federal, para evitar el recalentamiento de la economía, y como improbable que el Banco Central Europeo decida algo similar, por razones simétricas.

Si la perspectiva es que la tasa de interés suba en Estados Unidos y descienda o permanezca igual de baja en Europa, los especuladores prefieren estar en dólares y no en euros porque del mayor o menor nivel de la tasa depende que una moneda pueda en el corto plazo apreciarse o depreciarse. Y aunque a los europeos les hiera quizás el amor propio la caída de su nuevo emblema, saben que una paridad más débil los ayudará a relanzar la actividad económica.

La Argentina está en una posición bien diferente. El peso subió frente al euro mientras la economía se achicaba, con lo que la revaluación profundizaba la recesión. Como el país no tiene política monetaria, la tasa de interés no se cuenta entre los instrumentos utilizables. Mientras Europa, y particularmente Alemania, busca exportar su recesión para librarse de ella, la Argentina no tiene medios propios para escapar de la deflación. Simplemente espera que el resto del mundo vuelva a crecer para pellizcar algunas migas en la fiesta.