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BUENA MONEDA


Adolescentes de la city

Por Alfredo Zaiat

Los candidatos a presidente tienen la inclinación a pensar que todo lo que pasa alrededor suyo que pueda afectarlos en su objetivo de desembarcar en la Casa Rosada forma parte de una conspiración. Cuando el golpe viene de esa abstracción denominada mercado financiero la imagen de una mesa redonda con poderosos banqueros subiendo o bajando el pulgar se instala con mucha fuerza, idea que en esos casos es asumida no sólo por los candidatos. La mayoría, alejada del cosmos de la city, piensa que existe el hombre de la bolsa que viene a comerse a débiles criaturas de Dios. Las bruscas caídas de las cotizaciones de acciones y bonos, que sorprenden en un primer momento porque no se encuentran relevantes motivos al derrape, facilita el desarrollo del imaginario colectivo sobre conjuras de chicos malos. Pero la realidad es más sencilla, sin tantos misterios, y los monstruos de la película son en verdad tan impulsivos y atolondrados como los adolescentes que dan la vuelta olímpica en el Nacional Buenos Aires.
La plaza bursátil argentina es tan pequeña en el mundo financiero globalizado como esas isletas perdidas en el Pacífico que hay que encontrarlas con lupa en el mapa. Eso no significa que no forme parte de las carteras de cientos de bancos de inversión internacionales. Quienes deciden dónde colocar o retirar el dinero de una de esas tantas bolsas que integran su portafolio son jóvenes ambiciosos a quienes no les importa mucho saber cuestiones estructurales sobre esos países. Sólo evalúan si en esos mercados exóticos están dadas las condiciones para hacer una diferencia sobre el capital invertido. Y actúan en manada cuando para ellos se gatilla algo que no les gusta, aunque sea un hecho menor y que, en realidad, es apenas un emergente de un problema mucho más grave que en primera instancia no han considerado. En concreto, las declaraciones sobre la deuda externa de Eduardo Duhalde no pueden ser entendidas de otra forma como un recurso nervioso de un candidato que está retrocediendo en las encuestas y que buscó así un camino para remontar la cuesta. En cambio, el ímpetu teenager de los financistas lo interpretó como que Argentina va camino a una cesación de pagos.
Aunque eso pueda ser cierto dada la actual fragilidad de las cuentas externas, no lo entendieron de esa forma cuando al recalcularse el PBI la deuda pasó a ser una mochila aún más pesada al aumentar la relación deuda/producto del 38 al 44 por ciento. O cuando en los últimos dos años la deuda ha estado creciendo a un ritmo que duplica el déficit de las cuentas públicas. O cuando Roque Fernández se tiene que conformar con colocar deuda en el mercado local a tasas altísimas porque tiene cerrado el acceso al internacional. O cuando se conoce que la deuda pública y privada alcanzó un nivel desconocido de casi 260 mil millones de dólares. O cuando ya no quedan activos por vender para pagarla.
Hasta hace dos semanas todo esto no era motivo de preocupación para los financistas. Pero apareció la frase de Duhalde. Así, una estrategia de política doméstica para recuperar votos actuó de disparador para que esa cuestión pase repentinamente a ser relevante al momento de decidir inversiones. Y, en última instancia, resulta razonable que haya sido así, pero no por esa declaración de campaña. Entonces, esa inesperada reacción de vender desesperadamente acciones y bonos precipitando una de las caídas más fuertes del año abonó la tesis de la conspiración, aunque más bien se trató de un acto reflejo superficial de los operadores o, en todo caso, de una visión especulativa de la city que no tiene nada que ver con el intento de evaluar qué está pasando en una economía fuertemente endeudada.
Así se verá cuando superado el trance Duhalde y lograda la fe pagadora de los candidatos, a los financistas poco les importará la magnitud de la deuda y volverán con la desfachatez de los teenagers a comprar bonos argentinos por las elevadas rentas que prometen.