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La política de la choppera

Por Alfredo Zaiat

Unos días después de que amainó la euforia nacionalista, una joven bonita empezó a caminar por las principales calles de Puerto Argentino llevando una abrigada campera con la inscripción Isenbeck en la espalda. Los kelpers la observaban sin entender nada, sorprendidos por su belleza como también por la iniciativa de la fábrica de cerveza argentina. ¿Qué le puede interesar a una compañía un mercado en el fin del mundo, de apenas 3000 habitantes más 4000 militares? El canciller Guido Di Tella seguramente tendría una rápida respuesta, pretendidamente ingeniosa. En verdad, más no se le podría pedir cuando se trata de estrategias comerciales globales, como lo muestra su participación en el desarrollo del conflicto con Brasil. Obviamente, Isenbeck no llevó a cabo esa iniciativa en un sentido altruista. La oportuna idea tiene el objetivo de dar un certero golpe publicitario para ganar puntos en su guerra comercial con la competencia.
Esa jugada de la cervecera tiene, de todos modos, aspectos no buscados por la empresa que sirven para pensar cuál debería ser una estrategia comercial hacia el mundo y, en particular, de integración racional con las islas Malvinas de una forma más productiva y efectiva que la enarbolada por desaforados nacionalistas, alimentados por la ansiedad mediática. (Al respecto, a quien se le ocurrió la inverosímil puesta en escena del soldado-periodista Edgardo Esteban, acompañado por Julio Bazán de Telenoche, encontrando sorprendido, 17 años después de la guerra, una ¡bolsa de comida vacía! que había quedado de la campaña detrás de unos arbustos donde él afirmaba que era su trinchera. ¿En Malvinas hay un poco de viento, no?)
El desembarco de Isenbeck para distribuir sus productos en la cadena de comercialización malvinense y para cerrar contratos con los pub para instalarles chopperas, compromisos que se regirán por las leyes británicas, tiene un sentido simbólico-marketinero más que económico. Es lo mismo que hacen primeras marcas en algunos shoppings, donde pierden dinero pero tienen que estar por imagen y presencia.
La ausencia oficial en esa iniciativa revela que la Cancillería y Economía carecen de una política de ganar mercados externos, aunque sea uno irrelevante en términos económicos pero tan caro a los sentimientos nacionalistas. Las invasiones hoy no son lideradas por ejércitos, como la impulsada por el desvariado dictador Galtieri, ni por gestos de buena voluntad, como los mensajes infantiles de Winnie Poo del alegre Di Tella. La batalla se da en el comercio internacional, abriendo fronteras y peleando mercados para posicionarse en un lugar que no sea el de mero espectador pasivo. La soberanía sobre las Malvinas podría recuperarse en el futuro –si eso fuera lo importante–, si la presencia de empresas argentinas en esa economía con ingresos anuales por 80 millones de dólares (más otros 100 millones que el gobierno británico gasta en defensa) no se da solamente por un impulso de algún ejecutivo iluminado.
En ese sentido, dejando de lado la soberbia antipática de los funcionarios brasileños de Itamaraty, el ministro de Relaciones Exteriores Luiz Felipe Lampreia ha dado una lección de cómo se defienden los intereses comerciales ante una crisis, igual estrategia que aplican para ganar mercados. La receta es muy sencilla: una política de Estado, que reúne consenso para pelear espacios en una economía globalizada que no perdona a aquellos países que no dan batalla en la darwiniana guerra comercial del fin del milenio.