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Buena
Moneda
El
último chiste de Roque
Por
Alfredo Zaiat
¡Puede
haber algo más absurdo que proponer una fuerte disminución
del gasto público en medio de una profunda recesión! Sí,
que Roque lo presente y diga que lo haría en caso de continuar
un gobierno de Menem. Todavía más es que los principales
candidatos a sucederlo piensen igual. Una pretensión de recorte
de casi 1800 millones de dólares, como la que se propone en el
proyecto de Presupuesto 2000, es improbable y, sobre todas las cosas,
irrealizable. Pero de ese modo la city está contenta y Roque puede
retirarse con la conciencia tranquila del trabajo realizado y seguro de
ser recibido como un líder en el apacible ámbito académico
de la ultraortodoxa CEMA. Ese borrador de Presupuesto da respuesta a la
demanda, que ya se transformó en slogan repetido por parte de la
mayoría de los economistas, de ajustar bajando gastos. La confusión
es tan grande cuando se aborda el tema de los ingresos y egresos del Estado
que sólo queda por pensar que algunos lo hacen deliberadamente
y otros directamente por ignorancia. Parece que muchos se olvidaron de
releer del manual el capítulo Impuestos. Con poco esfuerzo podrían
encontrar algunas vías para equilibrar las finanzas públicas
teniendo en cuenta que, por evasión y un sinnúmero de exenciones,
entre otras iniquidades, es ridículamente baja la presión
impositiva en el país, al ubicarse en apenas el 17,7% del PBI.
No se puede pretender que durante esta década el Producto haya
crecido 50 por ciento en términos reales y que el gasto se mantenga
constante en términos nominales. Eso es una aspiración totalmente
absurda, más aún en una economía con caída
de la actividad, aumento del desempleo y graves problemas sociales. Otra
cosa es discutir la eficiencia del gasto, debate al que no son muy propensos
por pereza intelectual los economistas del elenco estable y mucho menos
los políticos, por intereses particulares y de bolsillo.
A esta altura, a apenas cinco semanas de las elecciones, pasa a ser una
simple anécdota la provocación de Roque de mostrar cómo
debería ser para él la administración de los recursos
del Estado. Más inquietante es que, con pequeños matices
y dejando de lado que la Concertación Ahora no tiene otro objetivo
que calentar la campaña electoral, tanto los equipos económicos
de Eduardo Duhalde como los de Fernando de la Rúa proponen también
achicar el gasto como parte del publicitado shock de confianza. Por un
lado, Jorge Remes Lenicov impulsó la convertibilidad fiscal, que
no es otra cosa que establecer un rígido esquema para garantizar
el pago de la deuda, y por otro José Luis Machinea habla de eliminar
los ATN y los fondos reservados, entre otros. Pero esos retoques, que
de por sí son importantes y necesarios, tienen impacto de show
mediático más que de relevancia en el total del gasto público.
Más que poda en realidad, no es mucho lo que se puede hacer
se necesita hacer eficiente el gasto público.
En ese sentido, no es un hecho menor, aunque la mayoría lo asume
impávidamente como un dato previsible y lógico, que se destine
el 18,8 por ciento del gasto a pagar los intereses de la deuda, que para
el 2000 crecerán en 900 millones de dólares para totalizar
9034 millones. Sumando las amortizaciones de capital y la necesidad de
cubrir el déficit de las cuentas públicas, el próximo
gobierno requerirá del mercado financiero local e internacional
nada menos que 25.900 millones de dólares. En la actualidad, obviamente,
la cuestión no pasa por el debate de pagar o no pagar, sino en
cómo pagarla y sobre quién debería recaer la carga
para honrar los intereses de la deuda. Porque, como se sabe, el dinero
sale de lo que recauda el Estado con impuestos. Y aquí debería
estar el principal desafío de los que vendrán y no exclusivamente
la discusión sobre el nivel del gasto público. Si la opción
no fuera exclusivamente agradar al podere conómico, un impuesto
a las ganancias extraordinarias de las privatizadas no sonaría
descabellado. Es una cuestión de elección.
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