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DES economías

Por Julio Nudler

Un déficit en cuenta corriente de casi mil millones de dólares diarios no es una fruslería, ni siquiera tratándose de Estados Unidos. Si se lo combina con la persistente caída del dólar frente al yen, ese enorme y creciente bache externo puede conducir a peligrosas respuestas por parte de Washington. De hecho, el escenario establecido en los últimos años comenzó a girar, y es posible que para el 2000 se esté viendo un decorado muy diferente.
Una clave de la incesante expansión de la economía norteamericana, y de la relativa atención prestada allí a la explosiva curva del déficit comercial, ha sido la infinita disposición del resto del mundo a inyectarle fondos a la Unión, a “huir hacia la calidad”. Pero un dólar en declive revela que hay brotes de desconfianza, mientras la recuperación japonesa y de sus vecinos ofrece a los capitales líquidos una alternativa hasta hace poco inexistente.
Quizá la debilidad del dólar achique en alguna medida el desequilibrio comercial estadounidense, pero difícilmente remedie el problema de cómo financiar el bache si los excedentes financieros del mundo deciden buscar otros destinos. Hay quienes presagian una reacción proteccionista, empujada por el Capitolio, mientras otros ven como más probable que la Reserva Federal suba la tasa de interés para enfriar la economía y defender al dólar. En este último caso, si Wall Street sintiera el golpe, ya que la tasa compite con las acciones, la salida de capitales podría acelerarse en lugar de ralentarse.
Cada posibilidad afectará directamente a la Argentina, más allá de la obvia bendición de un dólar en caída, que suaviza la sobrevaluación del peso frente a terceras monedas (aunque nada hay definido aún, por culpa del zafarrancho alemán, respecto del euro). Pero esa ventaja puede disolverse si sube el costo del financiamiento externo.
A Estados Unidos le está pasando lo que a cualquiera: puede vivir más allá de sus medios si los demás se lo bancan. Si no, tendrá que ajustarse.