Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Finanzas

E-Cash

El Baúl de Manuel

E-mail

Volver

Transgénicos y concentración en el sector agrario

¿Semillas Frankestein?

Una nueva tecnología produce semillas resistentes que elevan la producción. Pero el productor debe comprarlas para cada siembra. Negocio para las multinacionales mientras se cruzan el discurso ecológico y el proteccionismo europeo.

Por Claudio Scaletta

Desde los orígenes de la industrialización, las nuevas técnicas agrícolas superaron sistemáticamente las oscuras predicciones maltusianas: la producción de alimentos siempre pudo acompañar, con creces, el aumento de la población mundial. Los años 60 marcaron el inicio de la “revolución verde”, que trajo el uso masivo de los fertilizantes, plaguicidas y semillas híbridas. Hoy se asiste a una nueva revolución en el agro caracterizada por la aplicación de las técnicas de la ingeniería genética a la producción de semillas. En el lenguaje de las empresas el nuevo fenómeno se conoce como “carrera biotecnológica”; disputa que elevó al centro de la escena a las semillas transgénicas. Pero, tras las frágiles membranas de estas semillas, se expresa mucho más que los genes modificados por el genio humano.
La producción más importante del agro argentino es la de soja. De acuerdo con la Dirección Nacional de Producción y Economía Agropecuaria y Forestal, el total del área sembrada de cereales y oleaginosos para la campaña de 1998/99 alcanzó una superficie aproximada de 24 millones de hectáreas, de las cuales casi la tercera parte –7,8 millones– correspondió a soja. El resultado fue una cosecha que alcanzó los 18 millones de toneladas que, sin considerar el valor agregado de los derivados del complejo (aceites y harinas), equivale a unos 3200 millones de dólares.
El aumento de la producción se explica esencialmente por la masiva utilización de las semillas de soja transgénica resistentes a herbicidas. Argentina mostró un nivel de adopción vertiginoso de esa nueva tecnología, ya que en las últimas tres campañas se registró una utilización de transgénicas en el 70 por ciento del área sembrada. Por supuesto, el aumento de la producción también supuso un aumento del área sembrada, pero se trata, en muchos casos, de la extensión a suelos de calidad inferior o muy deteriorados por el laboreo excesivo, donde no se habrían obtenido rindes rentables sin la utilización de la nueva tecnología.
Las semillas transgénicas, que permiten tanto la obtención de rendimientos superiores como la disminución del costo de siembra por hectárea, son el resultado del desarrollo biotecnológico, pero también de la apropiación de las mejoras en las semillas domésticas. La apropiación tiene lugar vía la reproducción asexuada o esterilización. Aunque no todas las transgénicas son completamente estériles, presentan una productividad decreciente; la segunda generación supone una importante disminución en los rindes. El efecto final es el mismo: el productor –si quiere mantener la productividad media– debe comprar la semilla para cada siembra en vez de utilizar parte de la cosecha del período anterior. Las empresas justifican la técnica con el argumento emergente de la rentabilidad del desarrollo tecnológico, pues de esta manera se garantiza el retorno de la inversión en el mejoramiento de las semillas. La razón económica es evitar que, después de la primera cosecha, la innovación quede en manos de los agricultores. La debilidad genética de estas semillas obliga a utilizar una mayor cantidad de herbicida. Quien comercializa el paquete “semillas + agroquímicos” ingresa así, definitivamente, en el circuito de acumulación agraria participando de los mayores rindes obtenidos.
En términos económicos el ciclo resultante es claro. Para el economista Pablo Levín, del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad de Buenos Aires, “la capacidad del capital tecnológico de renovar técnicas y procesos (los desarrollos biotecnológicos y su difusión y comercialización) permite la obtención de ganancias extraordinarias. Los capitales agrarios, más simples, al perder la capacidad de producir nuevas técnicas productivas, quedan limitados en su gestión y jerárquicamente subordinados. Su permanencia en el mercado dependerá de la velocidad de adopción de las nuevas técnicas”. Técnicas que sólo están en condicionesde reproducir, ya que su producción quedó reservada a las multinacionales. Según datos del Consejo Profesional de Ingeniería Agronómica, la colocación de un nuevo producto biotecnológico en el mercado insume, en promedio, una inversión de 200 millones de dólares.
Pero, en el debate mundial en boga contra las semillas transgénicas, no se discute la posición de esas multinacionales en la gestión y apropiación del excedente agrario, sino que se entrecruzan posiciones ecologistas y proteccionistas. Desde la ecología se reclama por las consecuencias potencialmente adversas para el medio ambiente de los organismos genéticamente modificados. En el caso particular de las semillas resistentes a los herbicidas se teme la posibilidad, aún no demostrada, de transmisión del gen resistente a través del polen, lo que daría lugar a la evolución de “supermalezas”. Los argumentos proteccionistas, ocultos tras razones ecologistas, sostienen que se desconocen aún los efectos de los alimentos transgénicos sobre el organismo humano y reclaman medidas arancelarias y paraarancelarias, entre ellas; la distinción de los alimentos de origen transgénico a través de una etiqueta en los productos finales.
Al respecto, el director de biotecnología de ASA, Juan Kiekebusch, explicó a Cash que “hoy no hay prueba científica de que los alimentos de origen transgénico causen algún problema. La gran discusión que hay en Europa alrededor de la biotecnología tiene otro origen: la disputa comercial con Estados Unidos”, enfatizó. Las argumentaciones ecologistas tienen su fuente principal en la Unión Europea, a cuyos gobiernos les resulta cada vez más insostenible el mantenimiento de subsidios agrarios y cuyos productores ven en los menores costos internacionales, originados por el aumento de la productividad de los transgénicos, una amenaza a la colocación de la producción propia. Si se considera que, de acuerdo con estadísticas de la Bolsa de Cereales, el 80 por ciento de la producción argentina de soja se exporta, es claro que la economía local podría verse afectada por medidas proteccionistas de terceros países.