Ahora
que ya pasó me doy cuenta de lo cobarde que soy. Y eso que no
fue nada. Apenas 48 horas de fiebre. Alta, eso sí: llegué
a tener más de 39. Lo digo para que se den una mínima
idea del susto que me pegué. Sí, ya sé, no es tan
terrible, hay gripe por todos lados, todo el mundo la tiene, etc., etc.
Pero la mía es distinta, pensaba, muerta de miedo por lo que
me pasaba en el cuerpo, que no me respondía, que me podía
arrastrar a un abismo en el que la cabeza no me respondiera como yo
quiero, que las manos no me den, que se me pasen las cosas, las ideas,
las imágenes. Esta gripe no es como las demás, por ejemplo
no estoy resfriada, ni siquiera me duele la garganta, sólo esta
fiebre, esta fiebre que te lleva a otros mundos, te tienta con escenas
de terror, 48 horas después del primer termómetro no puede
ser que siga así, me digo. NO puede ser, esto no es una gripe,
esto es algo peor. Esto es sida. NO, perdón, es un chiste. Pero
puede ser varicela. Alba tiene y la vi el día anterior a que
cayera en cama, compartimos cigarrillos, como siempre. Se lo digo al
médico que me viene a ver: El día anterior al que
cayera en cana, perdón, en cama. Yo ya tuve varicela, pero
como tengo hiv, a lo mejor... Terror pánico, una vergüenza.
No soporto sentirme mal, a esta altura del partido todavía no
puedo tomarlo como un hecho aislado. En algún lado siempre me
pega como un presagio. Me acuerdo de mis amigos, en cama durante meses,
y mientras estoy ahí con esa fiebre de mierda, digo no lo voy
a soportar. Y esa idea es insoportable. Ahora que me siento mejor me
da risa la dimensión del miedo. Pero mi ego está herido
de muerte (y el cuerpo como si me hubiera caído una lluvia de
piedras). No me lamento. Algo quedó desnudo otra vez y tengo
que mirar allí. Limpiarse las larvas del miedo es un trabajo
diario que no puedo enfrentar todos los días. Reconocer el miedo
es también reconocer un problema que no quiero recordar. Las
pastillas traen la ilusión de que está todo resuelto.
Pero el imaginario de la enfermedad no se cura con pastillas. Es un
espectro con aliento de perro muerto que a veces respira en mi nuca.
Y bueno, tendré que empezar a buscar nuevas anclas para que no
me corran tan fácilmente de mi centro. Al fin y al cabo no fue
nada, una gripe, eso es todo (¿o un ensayo general?). Pero me
sentí atrapada por el cuerpo, esa cárcel. Lo sentí
ajeno, este cuerpo no soy yo que quiere salir de la cama o entrar sólo
en busca de placer. Y sin embargo es el mío. El mismo que me
hace gozar. No hay nada que temer en él. Y si algo me preocupa
podría ir al médico y dejarme de joder. Hay que ver lo
práctico que resulta a veces el sentido común.
MARTA DILLON