INFORME
El rostro cruel
Extracto
del documento “De la urbanización acelerada a la consolidación de los
asentamientos humanos en América latina y el Caribe: el espacio regional”,
presentado por la Cepal en la Reunión Regional Preparatoria para Hábitat,
en Santiago.
Por la Cepal *
América latina y el Caribe es la región en desarrollo
más urbanizada del mundo: 380 millones de personas viven en las
ciudades y 127 millones en las zonas rurales y su nivel de urbanización
llegó a un 75 por ciento en el 2000. Las ciudades tienen hoy
enormes rezagos de infraestructura, institucionalidad y base productiva,
además de una aguda desigualdad en la distribución de
los bienes y servicios entre sus residentes. La urbanización
de la pobreza es un fenómeno propio de la región,
ya que en Asia y Africa la mayoría de los pobres aún vive
en el campo.
Entre los principales desafíos para mejorar la calidad ambiental
de las urbes están la ampliación del acceso al agua potable
y el saneamiento de los sectores de menos recursos, la superación
de la contaminación ambiental y la congestión en las ciudades
y la reducción de la vulnerabilidad de los asentamientos frente
a los desastres naturales.
En el año 2000, América latina y el Caribe tiene 49 ciudades
con más de un millón de habitantes. Algunas de sus metrópolis
de mayor tamaño (5 o más millones) se consideran hoy ciudades
globales, por su dimensión demográfica e importancia
económica. Se ha acentuado la tendencia de estas grandes urbes
a vertebrar un territorio cada vez más extendido, integrando
social y económicamente a otros núcleos urbanos extendidos.
Las ciudades intermedias (entre 50.000 y un millón de habitantes)
mantuvieron un dinamismo demográfico sobresaliente. Si se las
compara con las ciudades grandes, presentan en muchos casos mayor potencial
para un desarrollo urbano sostenible.
En el decenio de 1990 se consolidó la tendencia a la desaceleración
del ritmo de crecimiento de la población urbana, al bajar su
crecimiento vegetativo debido a la transición demográfica
que se vive y al reducirse la migración desde el campo. La ocupación
de los espacios interiores y menos densamente poblados, como las cuencas
del Amazonas y del Orinoco, siguió un curso a veces agresivo
en los últimos años, incentivada por el atractivo de sus
recursos naturales renovables y no renovables. Esos desplazamientos
de personas han carecido con frecuencia de mecanismos de control y han
provocado severos daños en los ecosistemas y en las poblaciones
originarias.
Otro cambio se refiere a la migración del campo a la ciudad,
que ya no es la forma predominante de desplazamiento poblacional. Ahora
prima la interurbana: entre los distintos estados, entre ciudades, a
otros países. Situaciones de violencia, como las que sufre Colombia
o la que afectó a Guatemala, generan un desplazamiento de grandes
masas de población rural o semirrural. En Colombia, cifras no
oficiales estiman en alrededor de un millón a los desplazados.
Una característica negativa de las actuales ciudades de América
latina y el Caribe es la segregación. Los grupos de altos ingresos
se aíslan en barrios autosuficientes dotados de costosas viviendas,
servicios y lugares de trabajo. A su vez, los hogares pobres ocupan
zonas alejadas o áreas de riesgo con alojamientos precarios y
serias carencias de equipamiento.
Allí, las desmedradas condiciones materiales de vida se agravan
debido a las insuficiencias de los servicios sociales ofrecidos por
municipios desfinanciados. Se han debilitado los mecanismos tradicionales
de integración como la enseñanza pública, los sistemas
de salud pública o, incluso, los lugares centrales de recreación
y cultura.
La informalidad habitacional ha aumentado en algunas ciudades sudamericanas.
En Lima, más del 40 por ciento vive ahora en asentamientos ilegales;
en Quito es el 50 por ciento. En Venezuela, el 48 por ciento de la superficie
construida en Maracaibo corresponde a inmuebles asentados ilegalmente.
En Río de Janeiro y Belo Horizonte, la población favelada
es del 20 por ciento, en San Pablo, del 22 por ciento y en Recife, del
46 por ciento. La propiedad de la vivienda en el Caribe, en cambio,
es alta: entre el 60 y 80 por ciento.
A partir de los cambios estructurales operados en la región,
han surgido o se han acentuado nuevos rasgos en las políticas
de vivienda, con mayor participación del sector privado. Ahora
el sistema de financiamiento se basa en tres pilares: subsidio estatal,
ahorro previo y crédito hipotecario. Chile, Colombia y Costa
Rica son ejemplos exitosos de políticas de viviendas sociales
basadas en subsidios a la demanda y orientadas al mercado.
El componente de ahorro previo está mejor valorado y se espera
rebajar las cuotas de morosidad, que aún son preocupantes en
algunos países. El crédito hipotecario se otorga ahora
preferentemente en condiciones de mercado. Sin embargo, los países
encuentran dos dificultades para su operación: la escasez de
fondos de mediano y largo plazo, y el insuficiente desarrollo del mercado
financiero.
Por otro lado, los programas se orientan de manera casi exclusiva a
la adquisición de viviendas nuevas, sin incorporar alternativas
como el mejoramiento de las antiguas. Esto resulta inadecuado tanto
para los países menos urbanizados, donde el déficit cualitativo
suele ser mayoritario, como para aquellos en donde se construyeron masivamente
viviendas durante las décadas pasadas, las que ahora entran en
obsolescencia o deterioros que requieren programas de mantención.
*
Comisión Económica para América latina.