Sociedad 
          civil, memoria urbana
        Por 
          Pedro C. Sonderéguer *
          La 
          ciudad de Buenos Aires, en mucho mayor medida que cualquier otra de 
          nuestras ciudades, es (o fue) el resultado de un proyecto histórico, 
          la empecinada materialización (hoy desdibujada) de una idea de 
          sociedad y de una estrategia de organización territorial consciente: 
          en esto radicó su diferencia. Ese proyecto elaboró una 
          reflexión sobre los problemas de la modernidad periférica, 
          y esa reflexión debería ser el punto de partida de nuestra 
          propia reflexión. Hoy, como al comienzo, la circunstancia argentina 
          pasa por la ciudad, por la organización civil de la sociedad 
          frente a un desierto cargado de incertidumbres y amenazas y, también 
          hoy, la cuestión de la ciudad es ante todo un emergente de la 
          voluntad, más que una consecuencia inevitable de la aglomeración: 
          una posibilidad, sin duda, pero una posibilidad que depende sobre todo 
          de la decisión de realizarla.
          Una operación de la razón, más que una necesidad 
          de la economía. Hace dos siglos, esa operación de la razón 
          se fundó no sólo en una ruptura, sino también en 
          la recuperación de la memoria. Ante problemas quizás comparables, 
          la palabra del siglo XIX fue, también, memoria, y la ciudad el 
          ámbito irreemplazable de construcción de la nueva sociabilidad. 
          Después de Rosas (y no dudemos en ir tan lejos para mejor contrastar 
          el presente) la primera preocupación fue recuperar en todo su 
          significado la condición civilizadora de la ciudad: ¿por 
          qué combatimos? Combatimos por volver a las ciudades su vida 
          propia, dirá Sarmiento (Facundo, Primera parte, Cap. IV).
          Todo argentino desarrolla, desde la niñez, un diálogo 
          silencioso con la figura de Sarmiento. A veces, si se tiene esa suerte, 
          a ese diálogo se suman ecos de los innumerables testigos que 
          Sarmiento interpeló a su paso. Con el tiempo, sucesivas lecturas 
          irán ahondando una conversación que muchas veces se inicia 
          con una polémica y termina en un homenaje. No es entonces una 
          fórmula reconocer ese prolongado ejercicio. En Sarmiento, la 
          memoria es una presencia viva del pasado, un elemento del presente. 
          Si el Facundo comienza por una apelación al pasado es porque 
          el pasado contiene la verdad, la explicación de la vida 
          secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas 
          de un noble pueblo: la historia es el desenvolvimiento de las 
          propias causas. 
          Si, en el escenario del XIX, el pasado era para algunos una rémora, 
          para Sarmiento será una herramienta. Comparte la creencia en 
          un cambio necesario, pero su mirada abarca también un tiempo 
          histórico que siente suyo. Sarmiento se reconoce recargado 
          de recuerdos e historias de lo pasado y de lo entonces presente, que 
          me han habilitado después para tomar con facilidad el hilo y 
          el espíritu de los acontecimientos, invoca la memoria 
          de mis deudos que merecieron bien de la patria, evoca un pasado 
          triste, luminoso y útil, como aquellos lejanos faroles 
          de las aldeas que con su apagada luz enseñan, sin embargo, el 
          camino a los que vagan por los campos (Recuerdos de Provincia). 
          Enlaza así en un mismo movimiento el pasado y el futuro. 
          Esta solidaridad entre generaciones, esta vindicación de 
          las injusticias de la suerte es su cualidad esencial. Si la memoria 
          contiene la emergencia del individuo, la aparición romántica 
          del yo, la memoria, en Sarmiento, hace de la actividad cívica 
          un deber. Ese impulso mueve su vida. La memoria solidaria será 
          entonces una guía contra los extravíos de la razón, 
          una luz como los faroles de las aldeas, que permite controlar 
          el rumbo: memoria crítica que abre la mirada a la apreciación 
          del presente. 
          Sarmiento entendía su época como un tiempo de transición: 
          En 1830, preludiaba una nueva era en la historia de la República 
          Argentina, indecisa aún como la frontera que divide dos naciones 
          distintas (Recuerdos). La intensidad de su visión histórica 
          anima todos sus escritos y sugiere algo único: Sarmiento, como 
          muchos de sus contemporáneos, sabía que el futuro estaba 
          abierto. Sabía, o creía, que podía optar: así, 
          lamemoria crítica dirigida al pasado encubre o anuncia otras 
          posibilidades: lost moment, momentos perdidos de la historia (Trevor 
          Ropper). 
          ¿En qué nos toca esta reflexión? Si la globalización, 
          entendida como enorme salto histórico, supone la intensificación 
          de una tendencia secular, implacablemente verificada cada revolución 
          tecnológica (telares, automóviles, computadoras), multiplica 
          la creación de riquezas y profundiza la diferenciación 
          social, el único recurso sigue siendo educación 
          y condición urbana. La revolución es una necesidad 
          de la ciudad. La constante construcción y preservación 
          de la ciudad como dispositivo civilizador, adaptando sin pausa la ciudad 
          heredada a las condiciones históricas de su propia expansión, 
          es una necesidad ineludible de la sociedad, frente al proceso dual riqueza 
          y exclusión generado por la economía global.
        * Arquitecto. 
          Director de la Carrera en Gestión Ambiental Urbana de la Universidad 
          Nacional de Lanús