Ambiente
y planificación
Por
Pedro C. Sonderéguer *
Si, como bien se sabe, las transformaciones de la economía global
cambiaron de manera definitiva las prácticas de las disciplinas
urbanas, la planificación en particular vio sustancialmente modificado
su escenario: alcances del mercado y transformación territorial,
herramientas de gobierno y juego político, flujos económicos
y modos de producción, tradiciones ideológicas y nuevos
actores sociales, todos los elementos heredados cambiaron de sentido.
La planificación tradicional se encontró ante la necesidad
de una rápida transformación, que algunas ciudades realizaron
con éxito hace una o dos décadas (los tantas veces mencionados
casos de España, EE.UU. y Canadá y ejemplos aislados como
Curitiba, Porto Alegre, Montevideo o Córdoba, en alguna medida):
incorporación de las herramientas conceptuales del planeamiento
estratégico, articulación del fragmento en una visión
territorial, modernización de las infraestructuras de transporte
de pasajeros y de carga, movilización ciudadana en la concepción
del proyecto, emprendimientos público-privados, presupuestos
participativos, radicación de zonas francas fueron, entre otras,
herramientas que renovaron la práctica de la planificación
urbana. En otros casos, la coyuntura fortaleció el planteamiento
dilemático (o esto o aquello): el problema quiso verse en las
transformaciones de la economía global y la solución adoptada
consistió en negar sus efectos, contra toda evidencia y mientras
las condiciones objetivas del hecho urbano cambiaban innegablemente.
El resultado ha sido un intenso deterioro de la condición urbana
y la declinación del espacio público como escenario común
de la sociedad: ámbito de integración social y de construcción
política, ámbito donde se verifican las políticas
de distribución de la renta, ámbito generador de los valores
que distinguen el hecho urbano como creación civilizadora. ¿Cómo
se sale de esto sin caer en interminables discusiones ideológicas?
En Buenos Aires, donde este proceso coincide con una crisis grave del
sistema natural (contaminación de las cuencas, inundaciones,
colapso de las napas freáticas), pero también con un aumento
de la renta urbana (en números globales, no en su distribución
social), la incorporación de una dimensión ambiental al
proceso de gestión urbana aparece como una necesidad impostergable
y tiene, por añadidura, una serie de efectos que, desde adentro
mismo de la disciplina, expanden la comprensión del hecho urbano:
a) Lleva a una mirada histórica (visión prospectiva, longue
durée, atención a las inercias heredadas, con balance
y ponderación de daños y beneficios a largo plazo de las
decisiones y de las indecisiones);
b) Obliga a salir de los nichos tranquilizadores de las especialidades
(refugios tan soberbios como ineficientes ante el hecho urbano) y por
ese camino inaugura la comprensión de la ciudad como fenómeno
de alta complejidad;
c) trasciende, en fin, las delimitaciones jurisdiccionales y administrativas,
facilitando el abordaje del continuum del territorio natural en su interacción
con el sistema metropolitano (interacción que no reconoce parcialidades
de espacio, tiempo o función). Esta cualidad histórica
de la dimensión ambiental se expresa, o comienza, por una reivindicación
de la memoria: memoria del ambiente natural donde la ciudad se instala
y desarrolla, memoria del hecho urbano como creación civil, memoria
de los proyectos que dieron a la ciudad origen, forma y sentido. Por
donde la cuestión urbana vuelve a sus fuentes.
*Arquitecto.
Director de Gestión Ambiental Urbana de la Universidad Nacional
de Lanús.