Ambiente
y planificacion
La cuestión de la modernidad
Por
Pedro C. Sonderéguer *
Una hoy olvidada discusión recorrió el ámbito académico
de la arquitectura y el urbanismo en los años ochenta: la cuestión
de la Modernidad y su crisis. Discusión que era en más
de un sentido indicio de la profunda relación existente entre
la ciudad y el proyecto social. Discusión sobre el pasado aparente,
premonitoria y perdida en la misma medida en que se internó,
con demasiada frecuencia, en los meandros de visiones negativas de la
Modernidad: fruto, quizá, de mal digeridas lecturas de Foucault,
inercia por donde se intentaba una re-interpretación del pensamiento
moderno, ejercicio por definición ajeno a nuestra realidad latinoamericana,
esa realidad donde, como decía Octavio Paz, el proyecto moderno
es más una inconclusa búsqueda que una realización.
Con lo que se perdió la posibilidad de prepararse para prevenir
y quizá moderar lo que se venía: un neoliberalismo
acrítico que desarticuló las herramientas sociales de
la modernidad y se encontró con una fosilización del pensamiento
urbanístico oficial (en el mismo momento en que necesitaba renovarse).
Como se decía en aquellas discusiones, por las mismas características
del trabajo arquitectónico y sus relaciones con la economía,
la técnica, las costumbres y las demandas sociales, resulta prácticamente
inevitable pasar de la cuestión de la modernidad arquitectónica
a preguntas más amplias dirigidas a los procesos de cambio experimentados
por el conjunto de la sociedad.
La inserción del proyecto de la modernidad arquitectónica
en la Argentina de mediados del siglo XX se inscribe así en una
tradición que es consustancial a nuestra historia: la tradición
de re-elaboración, modificación y apropiación del
pensamiento metropolitano como una de las vertientes en la formación
de un pensamiento propio. Reflexionar sobre la Modernidad en la arquitectura
y el urbanismo (modernidad del lenguaje, modernidad como proceso de
ruptura con la sociedad tradicional, modernidad como proyecto democrático
que se expresa en la construcción del espacio) era entonces una
necesidad del momento histórico, cuando ese mismo proyecto de
una sociedad integrada estaba siendo amenazado por la fuerza crecientemente
disgregadora de los mercados globales.
Puesto que la modernidad urbana entendida como proyecto integrador es
una opción de la sociedad, pero no una fatalidad inevitable del
desarrollo. Una nueva relación del hombre con el espacio vertebró
las propuestas de la vanguardia arquitectónica (y urbana) en
el primer tercio del siglo XX. Una relación basada en el libre
contacto con el entorno natural y en la adaptación de la ciudad
a los nuevos tiempos: en el ideal de los nuevos espacios, el jardín
se prolongará en la planta baja de los edificios elevados sobre
pilotis; las ventanas horizontales se desplegarán a lo largo
de la fachada, abriéndose al paisaje y a la luz natural; los
muros portantes desaparecerán y unas esbeltas columnas de hormigón
y acero proporcionarán la estructura; el tejado dará lugar
a la terraza, lugar de reunión o solarium; el edificio se desplegará
sobre el terreno según el dictado de sus propios rasgos funcionales
y lo mismo hará la ciudad, en una búsqueda armónica
de interrelación de funciones (trabajar, circular, descansar,
etc.).
No era sólo una técnica de espacios nuevos, era la propuesta
de una nueva relación social en la vida cotidiana. La confrontación
de ese sueño no realizado con la realidad de las ciudades del
fin de siglo no puede resolverse con un rechazo sino, en todo caso,
con un replanteo: las ciudades necesitan desarrollar un replanteo teórico
de la lógica de sus espacios (integrando visión del escenario
global y realidad propia) no para desplegar una discusión teleológica
sino para recuperar eficiencia frente a las nuevas condiciones de la
economía. Es una discusión terrenal,que exige mantener
la memoria del proyecto social original, capacidad de percepción
directa de los cambios y una humildad esencial.
Como en el XIX, el legislador de la ciudad, imbuido de la virtud antigua,
camina entre ruinas y no sabe por qué (Natalio Botana,
en La tradición republicana). Hoy como entonces, un nuevo ciclo
revolucionario urbano está en plena fermentación. Ha
comenzado otra guerra: el descalabro del orden social de la ciudad,
un cambio de civilización, con menos dramatismo aparente
que las montoneras federales recorriendo las calles, pero con una carga
quizás aún más terrible de exclusión.
*
Arquitecto. Director de la Carrera en Gestión Ambiental Urbana
de la Universidad Nacional de Lanús.