Tierra color trabajo
Cuando hace frío
nos ponemos un pulóver y pronto el cuerpo se siente mejor. ¿El pulóver
nos da calor? Tal pregunta se hacía Wimpy, sutil comentarista radial
de los cincuenta: ¿el pulóver nos calienta o nosotros calentamos
al pulóver? Respuesta: el calor que se conserva en un recinto �el
hueco entre nuestro cuerpo y el pulóver� resulta del calor que ingresa
y el calor que se fuga: el calor lo produce nuestro cuerpo, y el
pulóver, por sus fibras especiales, impide que el calor se fugue.
Nuestro sentido de la causalidad suele traicionarnos y hacernos
ver como causa lo que es efecto, y viceversa. Por ejemplo, nuestra
idea de la pampa, a la que vemos como una bandera bicolor, con una
franja celeste arriba y una franja verde abajo. Lo de abajo es el
pasto, alimento de la vaca. Luego, la vaca resulta del pasto: el
pasto es causa y la vaca es efecto. Pero la aparición de la vaca
es un hecho histórico, y por tanto tiene un antes: los primeros
500 vacunos aparecieron con Garay en 1580. ¿Y antes? Recuerdo haber
escuchado una clase de Jorge Luis Borges sobre Echeverría �el primero
que según él había �visto� la pampa en una obra literaria� en que
se preguntaba por el color de la pampa antes de poblarla el vacuno.
�La imagino amarillenta, decía �con su sabida tendencia a ver sólo
el amarillo� antes que la presencia del ganado la hiciera verdear�.
Fue el metabolismo alimentario ganado-tierra lo que dio a la pampa
su color peculiar y produjo la tierra de pastoreo. Los economistas
clásicos creían que la tierra era un factor no producido: nuestro
caso muestra que la tierra es fruto de quienes la habitan y de qué
hacen con ella. La tierra arable, por ejemplo, no existió hasta
que fue roturada por inmigrantes que el gobierno argentino buscó
en zonas de Italia con agricultura moderna. No nació una planta
de trigo hasta que el trabajo humano transformó la tierra. La inmensa
superficie de la pampa no tiene nada que ver con su capacidad productiva.
Un mito argentino hizo creer que con inmensas tierras y población
de origen europeo el país tenía el porvenir seguro. Hoy vemos que
superficie no es tierra arable y que habitantes no son trabajo calificado.
Hoy se pronostica un desborde demográfico mundial, escasez de alimentos
y de agua. La Argentina, si ha de tener futuro, debiera prepararse
para albergar a 60 millones de ciudadanos debidamente educados,
y aprovechar científicamente sus recursos naturales.
¿Cantidad
o calidad?
El
gobierno anterior, ante las muchas críticas que recibía, solía responder
exhibiendo el comportamiento de las variables macroeconómicas: que
el producto nacional subió, que el nivel general de precios se mantuvo
estable, etc. Quienes protestaban aducían que a ellos no les había
llegado su parte en el crecimiento del ingreso, o que no les servía
la estabilidad de precios si habían perdido el empleo y toda posibilidad
de comprar, o que gastaban lo mismo, pero comprando artículos de
calidad inferior. Era un diálogo en que uno preguntaba en latín
y el otro contestaba en zulú. Los habitantes se quejaban a nivel
microeconómico, o como miembros de determinados sectores (pymes,
jubilados, maestros, universitarios, etc.) y los responsables de
la política económica se expresaban en términos macroeconómicos,
es decir, en el lenguaje de la política económica cuantitativa.
Con lo cual se incurría en una verdadera trampa semántica, pues
las categorías macroeconómicas no existen en la realidad. Son una
construcción de laboratorio, producto de reunir en una única suma
un montón de ingredientes distintos. La construcción conserva validez
en tanto, y sólo en tanto, la proporción en que participa cada ingrediente
en el conjunto se mantenga invariable. Si entre enero de un año
y enero del año siguiente la gente tuvo que dejar de consumir aceite
envasado y sustituirlo por aceite suelto, o freír con grasa y no
con aceite, lo que indique el índice de precios al consumidor no
significa mucho, pues se refiere a conjuntos de bienes distintos.
Lo mismo cabe decir de cualquier otra magnitud macroeconómica, ya
sea el ingreso nacional, el consumo global, la inversión o la cantidad
de empleo. Se sabe que en los países en desarrollo los precios relativos
de los productos y de los factores son muy fluctuantes, tanto en
intensidad como en su frecuencia en el tiempo. En nuestro caso la
estructura socioeconómica misma ha estado sujeta a cambios frecuentes,
inducidos por el propio gobierno, como la privatización de empresas
públicas, el Mercosur, el apoyo a los shoppings contra el pequeño
comercio, la provincialización de la educación, la concentración
en las finanzas y en las comunicaciones. Ello quita significado
a las estadísticas globales. A la vez, se ha castigado la difusión
y aun el estudio de mediciones sobre pobreza y exclusión, reveladores
del estado real de la gente.
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