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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
23 ENE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Tierra color trabajo

Cuando hace frío nos ponemos un pulóver y pronto el cuerpo se siente mejor. ¿El pulóver nos da calor? Tal pregunta se hacía Wimpy, sutil comentarista radial de los cincuenta: ¿el pulóver nos calienta o nosotros calentamos al pulóver? Respuesta: el calor que se conserva en un recinto �el hueco entre nuestro cuerpo y el pulóver� resulta del calor que ingresa y el calor que se fuga: el calor lo produce nuestro cuerpo, y el pulóver, por sus fibras especiales, impide que el calor se fugue. Nuestro sentido de la causalidad suele traicionarnos y hacernos ver como causa lo que es efecto, y viceversa. Por ejemplo, nuestra idea de la pampa, a la que vemos como una bandera bicolor, con una franja celeste arriba y una franja verde abajo. Lo de abajo es el pasto, alimento de la vaca. Luego, la vaca resulta del pasto: el pasto es causa y la vaca es efecto. Pero la aparición de la vaca es un hecho histórico, y por tanto tiene un antes: los primeros 500 vacunos aparecieron con Garay en 1580. ¿Y antes? Recuerdo haber escuchado una clase de Jorge Luis Borges sobre Echeverría �el primero que según él había �visto� la pampa en una obra literaria� en que se preguntaba por el color de la pampa antes de poblarla el vacuno. �La imagino amarillenta, decía �con su sabida tendencia a ver sólo el amarillo� antes que la presencia del ganado la hiciera verdear�. Fue el metabolismo alimentario ganado-tierra lo que dio a la pampa su color peculiar y produjo la tierra de pastoreo. Los economistas clásicos creían que la tierra era un factor no producido: nuestro caso muestra que la tierra es fruto de quienes la habitan y de qué hacen con ella. La tierra arable, por ejemplo, no existió hasta que fue roturada por inmigrantes que el gobierno argentino buscó en zonas de Italia con agricultura moderna. No nació una planta de trigo hasta que el trabajo humano transformó la tierra. La inmensa superficie de la pampa no tiene nada que ver con su capacidad productiva. Un mito argentino hizo creer que con inmensas tierras y población de origen europeo el país tenía el porvenir seguro. Hoy vemos que superficie no es tierra arable y que habitantes no son trabajo calificado. Hoy se pronostica un desborde demográfico mundial, escasez de alimentos y de agua. La Argentina, si ha de tener futuro, debiera prepararse para albergar a 60 millones de ciudadanos debidamente educados, y aprovechar científicamente sus recursos naturales.

¿Cantidad o calidad?

El gobierno anterior, ante las muchas críticas que recibía, solía responder exhibiendo el comportamiento de las variables macroeconómicas: que el producto nacional subió, que el nivel general de precios se mantuvo estable, etc. Quienes protestaban aducían que a ellos no les había llegado su parte en el crecimiento del ingreso, o que no les servía la estabilidad de precios si habían perdido el empleo y toda posibilidad de comprar, o que gastaban lo mismo, pero comprando artículos de calidad inferior. Era un diálogo en que uno preguntaba en latín y el otro contestaba en zulú. Los habitantes se quejaban a nivel microeconómico, o como miembros de determinados sectores (pymes, jubilados, maestros, universitarios, etc.) y los responsables de la política económica se expresaban en términos macroeconómicos, es decir, en el lenguaje de la política económica cuantitativa. Con lo cual se incurría en una verdadera trampa semántica, pues las categorías macroeconómicas no existen en la realidad. Son una construcción de laboratorio, producto de reunir en una única suma un montón de ingredientes distintos. La construcción conserva validez en tanto, y sólo en tanto, la proporción en que participa cada ingrediente en el conjunto se mantenga invariable. Si entre enero de un año y enero del año siguiente la gente tuvo que dejar de consumir aceite envasado y sustituirlo por aceite suelto, o freír con grasa y no con aceite, lo que indique el índice de precios al consumidor no significa mucho, pues se refiere a conjuntos de bienes distintos. Lo mismo cabe decir de cualquier otra magnitud macroeconómica, ya sea el ingreso nacional, el consumo global, la inversión o la cantidad de empleo. Se sabe que en los países en desarrollo los precios relativos de los productos y de los factores son muy fluctuantes, tanto en intensidad como en su frecuencia en el tiempo. En nuestro caso la estructura socioeconómica misma ha estado sujeta a cambios frecuentes, inducidos por el propio gobierno, como la privatización de empresas públicas, el Mercosur, el apoyo a los shoppings contra el pequeño comercio, la provincialización de la educación, la concentración en las finanzas y en las comunicaciones. Ello quita significado a las estadísticas globales. A la vez, se ha castigado la difusión y aun el estudio de mediciones sobre pobreza y exclusión, reveladores del estado real de la gente.

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