�La Argentina está comoditizada�, afirmó alguien tiempo atrás, queriendo
decir que casi lo único que exporta el país son commodities, es
decir, mercancías normalizadas, preferentemente materias primas
e insumos. Pero esa misma palabra reaparece en contextos muy diferentes,
y Jeremy Rifkin apeló a ella recientemente para referirse a la gigantesca
fusión entre America On Line y Time Warner. Bien mirado, el negocio
de esa enorme corporación y la de otras, desde Disney a Sony Corp,
consiste en tomar recursos culturales, comoditizarlos y empacarlos
en un proceso rigurosamente controlado, y dominar los ductos o canales
�físicos o virtuales� que el público debe usar necesariamente para
acceder a ellos. En cada ducto o canal hay una cabina de peaje,
que nadie puede eludir. Pero, aun pagando, lo que se compra no es
una auténtica materia prima cultural, sino productos estandarizados.
Al determinar toda la secuencia de elección de contenidos, comoditización
y entrega contra pago, las mastodónticas corporaciones -básicamente
estadounidenses� adquieren una considerable capacidad de condicionar
y formatear el gusto de los consumidores de cultura y entretenimiento,
vivan donde vivan, hablen el idioma que hablen, para asegurarse
así, con poco margen de fracaso, la demanda de sus productos. Este
hipercapitalismo, cuyo vehículo más notorio es la globalización,
somete la cultura a la economía: toda experiencia cultural debe
ajustarse a sus leyes. La primordial de ellas es que todo disfrute
se paga, para lo cual es preciso que los hombres queden mediatizados
de su propia cultura. El gran articulador de la provisión y el acceso
a los commodities culturales (televisión y parques temáticos, música
y deporte profesional...) es el mercado, que es por añadidura un
mercado imperfecto, dominado por un puñado de grandes corporaciones.
Lo pérfido de esta comoditización es que destruye un fundamental
acervo ecológico de la humanidad, que es la diversidad cultural.
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