Dulces palabras
La expresión
�endulzar el oído� es típicamente nuestra: indica poner azúcar al
mal trago. Por ejemplo: �pasó a mejor vida�. Preferimos ser seducidos
y luego engañados, antes que ver las cosas de entrada como son.
Nos gusta ver un príncipe donde hay un sapo. ¿Quién podría rechazar
la �liberalización�, la �civilización�, el �progreso�, la �globalización�?
Sin embargo, levantando esas banderas se invadieron territorios
ya poblados, se sujetaron al dominio de las fuerzas armadas invasoras
y, cuando no se ejecutó sin más trámite a los nativos, se los privó
de sus bienes y se les impidió ejercer sus oficios anteriores, hablar
en su lengua o practicar sus creencias. Cuando hablamos de las invasiones
inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807, pensamos en el aceite hirviendo
que se les tiraba a los soldados y en la gloriosa reconquista. Pero
¿qué pensaban del otro lado, el lado invasor, y en particular quienes
idearon esa audaz operación militar? Leemos a H. S. Ferns (Inglaterra
y Argentina en el siglo diecinueve, cap. I) y él habla de �conquista�,
no de invasión, y de la importancia que dio el comodoro Sir Home
Popham a un mercado potencial de varios millones para las manufacturas
británicas, y una potencial fuente de cueros, sebo, oro, harina,
carne, cacao, cobre, lana y cáñamo. Medio siglo después comenzó
a hablarse de �civilizar� a los indios de la pampa y la Patagonia,
por las buenas o por las malas, y apareció la expresión �el cañón
civilizador� en la pluma de Bartolomé Mitre. La invasión también
se llamó en este caso �conquista�, y dando por hecho el resultado
que se buscaba, fue conquista �del desierto�, es decir, libre de
indios. El fin era convertir en arable la tierra pampeana, y obtener
de ella cueros, sebo, harina, carne, lana y cáñamo. Inglaterra lograba
así sus objetivos, sin derramar sangre de sus soldados. A los fines
prácticos, obtener esas materias primas vía comercio era igual que
haber adosado la región pampeana a su isla. El país entró en el
camino del �progreso�, aunque éste derramase antes sobre la clase
gobernante y la nueva clase terrateniente, que sobre los ocupantes
anteriores (indios) o sobre las nuevas masas de trabajadores explotados.
La fórmula del Imperio fue y es: �entrégame todo y no pretendas
alcanzarme�. La fórmula que no dejó de dar jugo a los que mandan
en las cuasicolonias: �¿no puedes con el Imperio? Pues únete a él�.
Fuiste
En
otros siglos los reyes atribuían su condición al mandato divino.
Al crearse las repúblicas, en muchos casos los gobernantes electos
se sintieron como reyes, y por consiguiente asumían como muy natural
que los cargos públicos fuesen una suerte de botín del conquistador,
es decir, del ocasional gobernante. En lugar de la elección por
concurso, el gran dedo del gobernante era el elector. Y ello presuponía
cierta �reciprocidad� o �lealtad� del funcionario electo hacia su
elector. Más concretamente, el funcionario debía acompañar la gestión
de su benefactor, y en caso contrario perdía su derecho al cargo.
Los profesores de Economía Política no escaparon a esa ley de hierro.
Entre 1822 y 1826 Rivadavia, primero como ministro de Gobierno y
luego como presidente, designó directamente a los catedráticos.
Los individuos elegidos �Vicente López y Planes, Pedro José Agrelo
y Dalmacio Vélez Sársfield� eran, más allá de sus cualidades académicas,
personas identificadas con las ideas y gestión de Rivadavia. La
presidencia de Roca actuó con mano de hierro con sus adversarios.
El profesor Emilio Lamarca, quien había expresado en el Congreso
Pedagógico su opinión contraria al gobierno, fue destituido de la
cátedra de Economía de la UBA, y puesto en su lugar Luis Lagos García,
cuñado de Pellegrini. La Reforma Universitaria de 1918 llamó �autonomía�
a la independencia respecto del Poder Ejecutivo. Sin embargo, ese
postulado se violó repetidamente. Juan José Díaz Arana fue, como
Juan B. Justo, un eminente repúblico y propulsor del cooperativismo
libre, además de profesor de Economía en la Facultad de Derecho
desde 1913 y profesor honorario desde 1930. La Revolución de 1943
lo destituyó de ese cargo. Poco después, en 1946, Luis Roque Gondra
en Ciencias Económicas fue jubilado de oficio, sin consideración
a sus aportes o a su enfermedad terminal. En 1948, por negarse a
opinar sobre el primer Plan Quinquenal, el presidente Perón encomendó
al decano Justo Pascali la cesantía de Raúl Prebisch. Caído Perón,
fue cesanteado el eminente profesor e investigador Carlos Eugenio
Dieulefait, el �Pearson argentino�, de la Facultad de Rosario. En
1974 fue privado de la cátedra Rolf R. Mantel, cuando desarrollaba
en Harvard, con licencia de la facultad, su investigación más trascendente.
Lejos de ser tranquilo y sereno, el oficio de pensar es uno de los
más insalubres.cación, la concentración en las finanzas y en las
comunicaciones. Ello quita significado a las estadísticas globales.
A la vez, se ha castigado la difusión y aun el estudio de mediciones
sobre pobreza y exclusión, reveladores del estado real de la gente.
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