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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
28 ENERO 2001








 

Salarios
flexibles

- La dirigencia política se escandalizó esta semana porque, como reveló Página/12, José Luis Machinea, incluyó datos sobre la caída del salario real en un documento para promocionar los beneficios de invertir en la Argentina.

- Desde hace tiempo que reconocidos economistas de Washington vienen advirtiendo que tal flexibilidad salarial era una condición necesaria para recobrar competitividad y mantener la Convertibilidad.

- Las claves para entender por qué la Argentina bate records de deflación de precios y salarios. Y por qué por un camino así Argentina no sólo “no cierra socialmente”, como dijo Chacho Alvarez, sino que tampoco puede crecer.


Modelo de país

Por Maximiliano Montenegro

La dirigencia política se escandalizó esta semana porque, como reveló Página/12, el ministro de Economía, José Luis Machinea, incluyó datos sobre la caída del salario real en un documento que distribuyó en el exterior para promocionar los beneficios de invertir en la Argentina, una economía “flexible” para bajar costos empresarios. Sin embargo, desde hace tiempo que reconocidos economistas de Washington vienen advirtiendo que tal flexibilidad salarial era una condición necesaria para recobrar competitividad y mantener la Convertibilidad. Y es la misma baja de sueldos que Ricardo López Murphy, convencido de la flexibilidad de la economía, pronosticó que ocurriría hace un año y medio, en plena campaña electoral. Las claves para entender por qué la Argentina bate records de deflación de precios y salarios, siguiendo un patrón de principios del siglo pasado. Y por qué por un camino así la Argentina no sólo “no cierra socialmente”, como dijo Chacho Alvarez, sino que tampoco puede crecer.
Machinea entregó a los inversores externos el gráfico que se puede ver en el facsímil, que muestra claramente una pronunciada caída del salario real en los últimos años, incluso desde que asumió la Alianza. El título (“La economía más flexible”) fue uno de los capítulos principales en las exposiciones del ministro durante su gira internacional y exceptúa otras consideraciones sobre la intencionalidad de la presentación. El gráfico, además, distingue entre “salario real formal” (en blanco) y un indicador inédito hasta ahora en las giras de promoción de los funcionarios argentinos en el exterior: “salario real informal” (en negro), cuya baja es todavía más pronunciada. Ambas, obviamente, se refieren al salario promedio, sin diferenciar por segmentos socioeconómicos.
Ante la publicación de este diario, la reacción de los funcionarios fue muy diversa. El jefe de asesores de Economía, Pablo Gerchunoff, enfrentó el problema: “No se puede negar que cuando bajan los salarios la competitividad aumenta. Pero es el camino más penoso. Lo que describimos ahí fue una realidad que no nos gusta”, afirmó. El propio Machinea, después de negar que se hubiera referido a los salarios sino al costo laboral –en el que también pesan las cargas sociales–, terminó admitiendo que “desgraciadamente, en los últimos tiempos ha ido ajustando a la baja los salarios”. Pero aclaró, para contrarrestar las críticas, que “cuando uno muestra una realidad, no lo hace orgulloso”.
En cambio, la ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, dijo que los números de Machinea estaban desactualizados y difundió datos que muestran un leve repunte de los salarios nominales en la medición de octubre último. Más aún, a instancias de Bullrich, Economía modificó el gráfico original distribuido en el exterior y difundió otro para consumo local con las cifras de Trabajo, que encima rebautiza a la serie de “salario real formal” como “CLU” (“costo laboral unitario”), algo que algunos diarios reprodujeron sin percatarse del canje.
Otros indicadores oficiales confirman el derrumbe de los ingresos totales de las familias, en especial de los sectores medios y bajos, tendencia que continuó firme durante todo el año pasado (ver cuadros). Por ejemplo, según el Indec, para las familias del 30 por ciento más pobre de la población la baja de ingresos fue del 13 por ciento desde octubre del ‘94 y del 6 por ciento sólo durante el año pasado. Sólo las familias del selecto grupo del 10 por ciento más acomodado lograron zafar de esta tendencia, e incluso mejoraron sus ingresos comparado con cinco años atrás.
El salario real surge de descontar a los salarios nominales la inflación en la canasta familiar. Por lo tanto, del lado de las familias, es un indicador del poder de compra; mientras que del lado de los empresarios, es un indicador de costos. Si hay deflación de precios y caída del salario real, como ocurrió los últimos dos años, significa, obviamente, que los sueldos ajustaron más que los precios.

De Murphy a Machinea
Esa flexibilidad salarial es lo que reclamaban quienes dudaban en el exterior de la Convertibilidad. Y temían que, pasada la primera etapa con ganancias fáciles de productividad, la Argentina, con un tipo de cambio fijo en un mundo devaluado, no pudiera deflacionar sus costos en dólares hasta alinearlos con sus competidores en el mercado internacional. La larga lista de economistas con proyección internacional –desde diversos funcionarios del FMI, el Banco Mundial y el BID hasta el argentino Guillermo Calvo–, mostraron siempre a la deflación salarial como un camino virtuoso para ganar competitividad, salir de la recesión, y evitar mayor desocupación. “O la economía ajusta por precios o por cantidades: en el mercado laboral, o bajan los salarios o habrá más desocupación”, argumentaban. Y temían que la presión social sobre la Convertibilidad fuera insostenible.
En todo caso, sus dudas eran si efectivamente podía lograrse en un país con una larga tradición sindical y un Estado que seguía pagando “sueldos demasiado altos”, fijando en el mercado laboral un piso salarial rígido por encima del promedio de la economía. Este último escollo lo levantó en mayo del año pasado la Alianza, al disponer una poda salarial de entre el 12 y el 15%. El primero ya había sido pulverizado a lo largo de una década de menemismo. No es casual que las encuestas del Ministerio de Trabajo revelen que los conflictos laborales en el sector privado son hoy puramente “defensivos”: sólo se declaran ante los despidos, no frente a rebajas salariales, extensiones de la jornada, cambio del período de vacaciones y otros tipos de flexibilidad funcional y horaria. Además, la creciente informalidad –hoy el 45% de los trabajadores está en negro– aceleró la flexibilidad a la baja de las remuneraciones, como lo demuestra el “paper” que repartió Machinea en el exterior.
De López Murphy, un creyente de la flexibilidad salarial, a Machinea pasó apenas un año y medio. Pero de la idea de que la economía argentina puede despegar por esta vía a la realidad pasó un siglo. “La idea de que a mayores salarios menos empleo era funcional al capitalismo del siglo XIX, porque los salarios eran un costo, pero no eran un factor importante de la demanda”, asegura Hugo Nochteff en un artículo publicado en la revista Epoca (“Observaciones sobre la relación salario y empleo, noviembre de 2000).
Más allá de los vaivenes de la historia, en la economía argentina de hoy es evidente que menores salarios no sólo no aseguran más empleo sino que pueden crear un peligroso círculo vicioso. Esto es así porque casi el 80 por ciento de la demanda de la economía argentina se basa en el consumo, mientras que sólo un 8 por ciento corresponde a las exportaciones y el resto a la inversión.
Por más que la baja de salarios aliente las exportaciones, éstas jamás alcanzarían para sostener el crecimiento económico. En cambio, la caída del poder de compra de las familias deprime el consumo, y también a la inversión, concentrada en la producción local. Para colmo, como la recaudación tributaria es superdependiente del consumo, mientras éste no se recupere tampoco habrá posibilidad de sanear las cuentas fiscales, lo cual inquietará aún más a los financistas que le prestan al Estado.
Otra sería la historia si la Argentina fuera Chile, donde casi el 40% del PBI lo generan las exportaciones, que así son capaces de arrastrar a toda la economía, como ocurrió en Argentina hasta las primeras décadas del siglo pasado.
Acosado por los políticos, Machinea expresó que el camino a seguir no era la baja de salarios sino los aumentos de productividad (producir más por empleado), como ingeniosamente lo planteó Domingo Cavallo desde quelanzó la Convertibilidad. Sin embargo, hay dos problemas en este aspecto. Uno es que los grandes aumentos de productividad ya se dieron en la década del ‘90, al pasarse de una economía cerrada a una abierta, desregulada y con grandes inversiones de capital. El otro problema es que no necesariamente aumentos de productividad se traducen en mejoras salariales sino que pueden ir a engrosar las ganancias empresarias. Como lo demuestra la economista Noemí Gioza, en su tesis doctoral de la Universidad de Campinas, mientras que entre 1993 y 1998 la productividad subió un 30%, el salario real por obrero cayó un 8%, en tanto que el empleo se redujo un 11%. Sólo en el grupo de las grandes empresas el salario real mejoró, pero muy por debajo de la productividad: la productividad se incrementó un 53%, el salario real subió apenas un 12%, en tanto que la ocupación cayó un 9%.
Pero, como explica Gioza, los índices salariales no captan en qué medida también aumentó la intensidad del trabajo y de nuevos sistemas de remuneraciones atados al cumplimiento de metas que, de no alcanzarse, les impide acceder a la totalidad del ingreso.

Nuria Susmel economista de FIEL

Más trabajo y menos salarios

Evidentemente, las empresas pagan menos y si la gente está dispuesta a aceptarlo es porque la tasa de desocupación es muy alta. Sin embargo, no es fácil analizar con los números que existen exactamente por qué cae el salario promedio. Si porque la gente que está ocupada gana lo mismo y los que entran al mercado ganan menos, o si le está bajando el salario a todo el mundo. Yo creo que lo que está haciendo la gente ocupada es trabajando más horas por el mismo salario, con lo cual el salario horario de los ocupados disminuye. Es decir: los que entran sí perciben salarios más bajos, mientras que los que conservan el puesto de trabajo aceptan una extensión de la jornada, cobrar menos horas extra, etc. Para adelante, la evolución del salario real va a estar muy ligada a lo que ocurra con el nivel de actividad. Si la economía se empieza a reactivar y el empleo crece, los salarios podrían nivelarse. El problema es que con una tasa de desempleo tan alta los ingresantes al mercado laboral sigan aceptando en promedio salarios más bajos. En todo caso, puede profundizarse la segmentación laboral, con mejoras puntuales de salarios de acuerdo con la calificación o a la escasez de trabajadores especializados en determinadas tareas.

Hector Valle director de FIDE

¿Cuánto tendrían que bajar?

Lo que se advierte es que cuando la economía crece el salario real no mejora. En todo caso crece un poco el empleo, pero la riqueza se sigue concentrando. En cambio, cuando la economía cae en la recesión, el salario ajusta fuertemente. El salario es más flexible a la baja de lo que cualquiera hubiera esperado. Y para aquellos que están en el sector informal, en negro, es mucho más marcado. Con estos niveles de desempleo, todos los salarios van para abajo, sobre todo los de la gente que ingresa o se reinserta en el mercado laboral: lo hacen trabajando más hora y por un salario menor. Sea como fuere, la pregunta de fondo es, ¿cuánto tendrían que bajar los salarios para que Argentina sea competitiva?, como pretendió mostrar el equipo económico a los inversores extranjeros. Con estas tarifas de los servicios públicos indexadas en dólares, con estas altas tasas de interés, con este tipo de cambio no competitivo, ¿cuánto más tienen que bajar los salarios para que Argentina pueda ser competitiva? Y si la condición para la deflación salarial es la recesión, ¿cuánta más recesión hace falta? Este es el dilema de la economía convertible: hay que equilibrar con la deflación, pero hay precios que no se pueden deflacionar (tarifas públicas, tasa de interés, servicios) entonces se deflacionan los precios de algunos productos en mercados competitivos y los salarios.

Claudio Lozano director del
Instituto de Estudios y Formación de la CTA

Las exportaciones y el consumo de los ricos

En los últimos días el Gobierno ha explicitado con claridad las características del modelo económico al que ha deseado abrazar su suerte política. Primero fue Machinea al convocar a los argentinos a consumir aprovechando las buenas oportunidades que, recesión mediante, existen en materia de propiedades, autos y electrodomésticos. Luego, el informe presentado por el Ministerio de Economía a los inversores extranjeros, que destaca la capacidad que la Argentina tiene de ganar competitividad por vía de la baja salarial.
En primer lugar, Machinea alude al consumo de una franja social que involucra, como mucho, al 20 por ciento de la población. Más allá de otras consideraciones, el Gobierno incorpora como motor de expansión de la demanda interna al “consumo de los ricos”. Luego, al destacar el virtuosismo que refleja la “baja salarial”, el Ministerio de Economía reconoce que los salarios no deben ser el motor de expansión de demanda y que su rol se circunscribe a ser un factor de “costo”. Surge así de manera nítida la función que cumple el desempleo masivo en el ciclo económico. Es el que viabiliza la caída salarial en los momentos recesivos, y el que garantiza que la evolución del salario en las fases de crecimiento sea inferior a la que registre la economía en su conjunto. Situación ésta que pone en un cono de sombra la capacidad de reducir ese 40 por ciento de la población hoy por debajo de la línea de pobreza. Y que clausura hacia el futuro cualquier posibilidad de una redistribución progresiva del ingreso. En el presente régimen de política económica, anulado el tipo de cambio; sin decisión para reducir las ganancias del sistema financiero; sin política comercial externa que revierta el aperturismo importador; sin voluntad para reducir las tarifas de la infraestructura de servicios públicos privatizados; sólo resta hacer política económica bajando los salarios o reduciendo el nivel de gasto público. En suma, el patrón de crecimiento al que apuesta la política oficial privilegia el dinamismo de las exportaciones, que son sólo el 9 por ciento de la economía, y el consumo de los ricos.