Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche
Convivir con virusBoleteríaCerrado
Abierto

Ediciones anteriores

  Fmérides Truchas  

KIOSCO12

Jueves 1 de Febrero de 2001

tapa
tapa del No

ALEJANDRO ROSSO, EL ERUDITO DE PLASTILINA MOSH, SE TOMA LAS COSAS CON CALMA

“Nunca me creí eso de que somos los mejores”

Detrás de esa media hora magistral que es la segunda obra del dúo de Monterrey respira la sabiduría de un muchachito que se duerme temprano y prefiere encerrarse en un estudio de grabación antes que tocar frente a “100 mil personas brincando”. En entrevista exclusiva, Rosso revela la fórmula que hace funcionar a este tremendo eclipse mexicano.

POR PABLO PLOTKIN

“Hoy voy a pasar mi día en el jacuzzi, hoy voy a nadar en shampoo. No creo estar seco... de la espuma y el shampoo.” (Ostentación de bienestar entonada por Jonás después de los susurros de una tana ardiente en un contestador automático. Del funk de sauna “Shampoo”, segundo tema de Juan Manuel, coproducido por Chris Allison, Money Mark y los autores.)

Durante la grabación de su segundo disco, los Plastilina Mosh escuchaban tanto a Roberto Carlos que habían acordado incluir la canción “Detalles” en su versión original. “Así nada más”, sin remezclas ni inyecciones tecnológicas. Asuntos burocráticos entre compañías discográficas echaron a perder los planes, pero la idea ejemplifica el descaro del dúo de Monterrey. Considerando su naturaleza degenerada de recicladores de basura, la primera sensación es que se trataría de un gesto de sarcasmo trash. Alejandro Rosso, la mitad ilustrada de Plastilina, no lo ve de ese modo. “Creo que disfrutamos de ese tipo de música porque era lo que escuchaban nuestras mamás, nuestras tías, cuando nosotros éramos niños”, le dice al No desde un estudio regiomontano. “Encontrarle el lado cool, el sabor a eso, es bonito, porque son buenas composiciones, a pesar de que ya puedan sonar viejitas.”
La anécdota de Roberto Carlos se aplasta bajo el yunque Juan Manuel, un álbum profundamente ambicioso (en la acepción más noble del término): música disco (“Boombox baby”), empleo de vocoder en el soul robótico “Baretta 1989”, free jazz (“Graceland”, con la orquesta de Gil Evans sampleada), raggammufin y electrónica terrorista (“Supercombo electrónico”) y un final dulce y melancólico, con el trotecito de un caballo alejándose hacia el crepúsculo al cabo de una canción instrumental –”Good bye happy farm”– que inventa el lounge granjero. Graznidos, berridos y cacareos sobre una hermosa melodía de piano. “No pretendíamos cerrarlo en ese específico estado de ánimo”, cuenta Rosso, “pero al momento de terminar esa canción, los dos teníamos muy claro que queríamos que ésa fuera la última del disco, independientemente del resto. Nuestro punto de vista era: ¿qué otra canción puede seguir después de ésa? No creíamos que hubiera alguna.”
Plastilina Mosh –una multiprocesadora inteligente de música universal– puede considerarse un dúo instrumental, puesto que usa las palabras con un fin puramente sonoro. Eso de no decir nada puede entenderse como un embarazoso déficit intelectual, pero también como una sabia decisión de autoexcluirse de un género que se la pasa diciendo. “Las letras nunca ocuparon un lugar trascendente en nuestra manera de componer”, corrobora Alejandro. “A la mayoría de las canciones yo las hubiese dejado sin voz. En este caso, el que se encarga de escribir la lírica es Jonás. Y lo que siempre comentamos es que a él le atrae mucho el escribir con un enfoque más fonético, más sonoro que literal. Nos preocupa más que las palabras y los títulos de las canciones suenen interesantes antes que transmitan contenido.”
Desde su aparición pública tres años atrás –cuando Aquamosh y el hit emtivideano “Mr. P. Mosh” lo convirtieron en el chiche nuevo más extravagante del rock latino– quedó claro que en Plastilina cohabitaban dos personalidades opuestas. Jonás, rocker disperso fogueado en bandas de metal, y Rosso, el hijo dilecto de una familia musicalmente instruida. El eclipse funcionó, y el dúo sacó provecho del contraste. “Jonás y yo somos realmente distintos, no sólo como músicos sino también como personas”, asegura Rosso. “Y cuando tienes un amigo que es muy distinto a ti, pues nunca tienes que vivir con él como si estuvieras casado. Después de las giras nos dimos cuenta de que lo más sano es aceptar y sacarles el sabor a las diferencias. Ese fue el gran cambio entre el primer y el segundo disco. En el primero no sabíamos quiénes éramos, e hicimos algo que nos gustaba. En el segundo todo es mucho más claro: yo sé quién es Jonás y él sabe quién soy yo. Por eso creo que éste tiene una cadencia más suave, unadinámica mucho más uniforme, independientemente de que las canciones sean de diferentes estilos.”
Cuando el agua y el aceite se mezclaron –y eso que suele llamarse “química” cobró un sentido inédito para la música moderna de América latina–, Alejandro descubrió en primer lugar los diferentes propósitos que motivaban a él y a Jonás a hacer música. “Yo soy una persona que estudió música desde muy temprana edad, y en mi familia eso era muy aceptado y apoyado”, cuenta. “En el caso de Jonás, la música fue como un escape de su vida cotidiana. Eso nos llevó a ocupar un lugar muy definido y distinto dentro del mismo proyecto. Creo que para Jonás ha de ser fascinante el hecho de que algo que empezó como un escape se haya convertido en un boleto para salir de gira y compartir eso con otra gente. En mi caso, la satisfacción pasa por progresar en el estudio, aprender arreglos y técnicas musicales y llevarlos a cabo en un disco. Somos muy distintos en ese aspecto, pero a su vez creo que se hace mucho más bonito de esa manera.”
–Vos tenés fama de ser la antiestrella.
–(Se ríe.) A lo mejor es simplemente otro enfoque. Para mí el éxito es otra cosa. Yo no encuentro nada gratificante el tocar enfrente de 100 mil personas brincando, si no me siento lleno musicalmente. Para mí es mucho más gratificante el hecho de terminar un disco y saber que a mí me va a gustar, porque soy un juez muy crítico y muy estricto conmigo mismo. El éxito para mí es terminar el disco, escucharlo, que me guste, y entonces saber que voy a poder hacer cualquier cosa. No podría ser hipócrita y componer canciones para los demás sin que me gusten a mí. Yo vivo para hacer y grabar música, no tanto para expresarla enfrente de la gente.
–¿Y qué importancia le das a las críticas, teniendo en cuenta que en el caso de Plastilina casi siempre fueron a favor?
–Nunca he considerado una crítica como negativa, aunque lo fuera. Simplemente creo que es el punto de vista de alguien más, y se me hace algo muy bonito que se tomen el tiempo para dar su opinión acerca del trabajo que hacemos. Como no creo que pase de ser una opinión más, nunca me creí eso de que somos los mejores, o los más originales simplemente porque alguna vez alguien lo comentó. Hay que tener los pies en la tierra.
–¿Cómo es su relación con México en este momento?
–Pues es algo bizarra, porque de antemano, cuando terminamos este disco, Jonás y yo comentábamos que era obvio que no iba a ser tan exitoso comercialmente como el anterior. Por la cadencia misma del álbum y los cortes, que no son tan accesibles como los del primero. No creo que haya vendido ni siquiera la mitad del anterior, pero sucede algo muy extraño, también: es más respetado, más alabado y más reconocido que el primero, incluso en el exterior. En lo personal –y creo que Jonás te diría lo mismo– estoy muy contento con este disco, y si me dieras a escoger me quedaría con éste.
–El hecho de que los elogien tanto desde el exterior, ¿los tienta a abandonar Monterrey, o México, llegado el caso?
–Nunca ha sido una opción para nosotros, porque creo que cada vez se hace menos necesario. Disfrutamos mucho del lugar donde vivimos, y creo que es una influencia muy fuerte para nuestra expresión. Sería un error salir con la intención de abarcar cierto mercado. El hecho de seguir aquí nos va a hacer llegar más lejos, porque estamos haciendo las cosas más honestas que si nos fuéramos a otro lado. Creo que lo que más nos conviene es seguir aquí, olvidarnos de lo que es el resto de la escena de México y componer tranquilos, como siempre lo hemos hecho.
–¿Qué te gusta de Monterrey?
–Honestamente, no podría decir cuáles son las grandes cualidades de esta ciudad. Al igual que todas, conoces a la gente y haces tu vida aquí. Está nuestra familia, nuestro hogar, pero independientemente de eso creo que es una ciudad muy tranquila y segura, a diferencia del DF, por ejemplo, que es una ciudad muy cargada de gente y con mucho peligro.Nosotros nos adaptamos mejor a ciudades que tengan ese ritmo de vida más lento y relajado, y creo que es mucho más pleno para un artista. Al menos ésa es mi Monterrey. Jonás, por ejemplo, vive la ciudad de noche. Yo soy el diurno del grupo, pues.

Comida china

“La intención es ir a mediados de año. Junio, julio”, adelanta Rosso sobre su próxima visita a Buenos Aires. A cerca de cómo llevan al escenario un disco tan de laboratorio como Juan Manuel, el tecladista y compositor cuenta que piensan trabajar con algunos invitados, y alternar en la ejecución de batería, bajo, contrabajo, teclados, marimbas. A diferencia del look descuidado que cultivaron hasta ahora, Jonás y Alejandro salen al escenario vestidos con chalecos, corbatas y sacos. “Queríamos cambiar un poquillo”, dice Rosso. “Estábamos hartos de no tomarlo tan en serio.” Incansable, el cerebrito de Plastilina ya planea el sonido del tercer álbum del dúo. “Te puedo dar mis primeras visualizaciones. Mi intención va a ser experimentar más con arreglos orientales, trabajar con sonidos e instrumentos de música japonesa, china. Me gusta mucho y no he tenido la oportunidad de utilizarlo mucho hasta ahora. Creo que tiene que ver con haber visto documentales, películas, haber escuchado algo de música, ir a comer comida china. Siempre me ha intrigado mucho, y ya se me han ocurrido varias ideas, así que quiero enfocarlo por ahí. En el caso de Jonás, noto que su enfoque puede ser igual de fuerte y rudo, pero con un toque más electrónico que antes.”