LA
FABULA DEL CEREBRO DE LA CHICANA, COMPOSITOR MODERNO PORTEÑO
Los
años de joda de Acho
Se
trata del joven detrás de la música y la lírica de un grupo que combina
naturalmente el tango, la milonga, el candombe y toda clase de ritmos
rioplatenses. Instruido en partes iguales en cultura rock y tradición
maleva, Acho Estol cuenta aquí sus tiempos de cargador de nutrias en Londres,
su viaje a la China y de cómo “el germen vivo” del tango se activó en
su sistema nervioso.
Por Fernando Daddario
El rock y el tango dieron ya tantas vueltas que la noción de quiebre
generacional se adaptó plácidamente a sus vaivenes: Acho
Estol, treintaypico de años, líder del grupo La Chicana,
confiesa: Llegué al tango por rebeldía, porque mi
familia lo odiaba. En mi casa gustaban Sinatra, Jobim, Brahms, y yo, de
pibe, conseguí dos disquitos de Gardel, y los escuchaba sin decirles
nada a mis padres. Esa actitud rocker, que no necesariamente
se canaliza haciendo rocanrol, evolucionó luego hacia una pasión
tanguera sin naftalina ni snobismo. Lo de pasión tanguera
también es un reduccionismo, porque en el caso de su banda, engloba
otras variantes de la sensibilidad porteña: milongas, valsecitos,
candombe, murga.
Y hay más: en su segundo disco, Un giro extraño, participan
Axel Krygier, La Chilinga y Omar Mollo; versionan Frank Wild Years
de Tom Waits, pero en versión milonguera, aporteñada (rebautizada
Los años de joda de Aníbal), con Ariel Prat
en plan Edmundo Rivero. En sus shows, a la hora de las presentaciones,
zapan Purple Haze, de Jimi Hendrix. Este tango ajeno al peluquín,
aunque minoritario por el momento, se abre paso entre los perseguidores
de la postal de Buenos Aires for export y cierta actitud paródica
que intenta rescatar los iconos del malevaje porteño. La figura
más visible de La Chicana es Dolores Solá, pero Acho escribe
las letras y compone la mayoría de las canciones. Cuchillo,
cadena y faca; patada, puño y cabeza; no es un cuento de los veinte,
ya existía el rock and roll, escribió en La
Patota, uno de los temas del primer disco, Ayer hoy era mañana,
paradigmático en la mirada temporal de una ciudad que suele despertar
nostalgia ajena. Uno se encuentra todos los días con la Buenos
Aires real y con la mitológica dice Acho en la entrevista
con el No y muchas veces las vivís al mismo tiempo. Es una
ciudad rockera y tanguera. Yo puedo hablar de un malevo de los años
20, porque aunque no los haya conocido, los conocí, a través
de los relatos de mi abuelo, de películas viejas, de los personajes
de Borges, de los viejitos que todavía te encontrás en un
bar, Celedonio Flores, el sainete. Mis vivencias también son un
poco de todo eso.
Entonces, es tiempo de repasar esa historia. De un abuelo periodista itinerante,
amigo de Conrado Nalé Roxlo, De Caro, González Tuñón,
entre otros artistas e intelectuales de su época, Acho heredó
unos cuantos libros interesantes y la pasión por los viajes, dentro
o fuera de la ciudad de Buenos Aires. Así conoció los mitos
y misterios de los barrios porteños, y a los 22 años, viajó
a Estados Unidos y después a Europa. Se gastó demasiado
pronto el dinero que llevaba y se encontró de golpe con el otro
lado de la aventura turística. En Washington sobreviví
limpiando vidrios, gané unos dólares, pero me los gasté
en Nueva York. Llegué a Londres con 100 mangos y tenía dos
opciones: quedarme a dormir en la calle o ponerme a laburar de lo que
sea. Conseguí un trabajo como cargador de fardos de nutrias muertas.
Al poco tiempo, preferí dormir en la calle. Claro, yo me creía
un wild boy, pero los wild boys eran unos australianos que andaban con
las nutrias muertas como si nada. Un vagabundo me enseñó
a armar la caja de cartón para poder acostarme adentro, y listo.
Después trabajé como músico callejero, en varias
ciudades europeas, en plazas, restoranes, estaciones, donde conocí
tipos de todo el mundo. Yo tocaba canciones de Gieco, Cantilo, Gardel,
y ganaba lo suficiente para vivir. Estando en España, por ejemplo,
con un yanqui agarrábamos un fin de semana un tren, nos íbamos
a Zurich, y con lo que sacábamos vivíamos diez días.
El único problema lo tuve una vez en Barcelona, y con un mendocino.
Era el dueño del boliche donde tocábamos, y se me ocurrió
hacer una versión rocanrolera de Luna tucumana. Me
echó a la mierda....
También estudió cine en Valladolid y entre sus trabajos
como asistente de dirección menciona Highlander 2, y todavía
hoy, cuando ve alguna parte de la película, siente el orgullo y
la vergüenza de decir: Esa escena la dirigí yo.
En el medio, tocó, armó y desarmó infinidad de bandas
de rock,en las que el tango aparecía sólo tangencialmente.
La creación de La Chicana no diluyó su espíritu itinerante
y aventurero. Con el grupo estuvo recientemente en la China, en un festival
internacional de música y danza, donde había artistas de
todo el mundo. Se encontraban, por ejemplo, con la maravilla de estar
a las nueve de la mañana probando sonido en la Muralla China, y
después tocando frente a miles (y cuando se trata de China, son
miles en serio) de campesinos, soldaditos, marineros, que escuchaban tango.
Allí la mezcla era increíble. En una actuación
en Pekín, íbamos como en procesión, en carrozas,
nosotros en un camión tocando La cumparsita y atrás
unos gordos noruegos que nos tapaban. Había tipos regrossos, de
Pakistán, Senegal, la India y unos locos finlandeses, retruchos
haciendo capoeira. Y millones de chinos saludando en las calles.
Claro que a la hora de escuchar música, los chinos no parecen tan
eclécticos: Se la pasaban escuchando Ricky Martin y Kenny
G, recuerda, con un dejo de resignación.
Si en la China tienen problemas de identidad, qué puede esperarse
de la Argentina. Acho se enoja y propone que alguien debería hacer
una película sobre Eduardo Arolas, un rolling stone en serio. Sortea
los compromisos del tiempo, llega a los 80, a los 90, y nombra
como referentes a Palo Pandolfo, a Reincidentes, a Omar Mollo, a Daniel
Melingo. Nombra también guitarristas: Vernon Reid, Stevie Ray Vaughan,
Oscar Alemán, Ubaldo De Lío. Y dice que, por suerte, para
hacer esta música no hay que tener un carnet aprobado por la Academia
del Tango. Cada cual lo agarra del lado de donde le viene. Hay que desghettizar
el tango. Su folklore fue, como el de tantos de su generación,
Pink Floyd, Moris, Charly García. No el tango. Lo que pasa
es que para nosotros, lo que nos llegaba del tango era, en el mejor de
los casos, la tarjeta postal de Caminito, y en el peor, Grandes
Valores, con Soldán, los moñitos y toda esa cosa decadente
que te daban ganas de matarlos a todos. Ahora en cambio ya está
blanqueado. Es natural que una banda de rock se acerque de alguna u otra
manera al tango. Y los que tienen un lenguaje más cercano a esa
estética son los grupos del rock chabón, donde se encuentran
las temáticas barriales. Me parece bárbaro que Los Piojos
hayan hecho una versión casi punk de Yira Yira. Es
su modo de entender el tango. Y el tango tiene mucho de punk, por su origen
marginal.
Al margen de La Chicana, Acho tiene pensado grabar un disco solista y
otro con música instrumental. En esos proyectos canalizará
lo que, por cuestiones estéticas, no encuadra con su banda tanguera:
Ahí meto todo lo que tengo, que también hago en La
Chicana, pero menos exagerado: una cosa muy psicodélica, con mezcla
de cabaret berlinés, cumbia, vodevil gitano y folklore ácido.
Quisiera recrear una onda banda de borrachos en un casamiento gitano,
tipo película de Kusturica.
¿Es un lugar común eso de que para acercarse al tango
hay que tener más de 30 años?
El tango es como un germen vivo, que en algún momento se
activa. A mí me gustó siempre, pero recién a los
30 asumí la responsabilidad de dedicarme a él, de hacer
profesionalmente este tipo de música. Lo que pasó acá
es que hubo un bache generacional, y los que se criaron en los 70
u 80 vinculan al tango con la mediocridad. En la década del
40 no hacía falta llegar a los 30 para que te pegara el tango.
A los 10 años ya aprendías a bailarlo. Hoy no pasa eso,
pero tampoco hay rechazo. Y a determinada edad, si te pasaron ciertas
cosas, te tiene que pegar sí o sí, porque si no, ¿dónde
viviste?
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