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Jueves 1 de Febrero de 2001

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LA FABULA DEL CEREBRO DE LA CHICANA, COMPOSITOR MODERNO PORTEÑO

Los años de joda de Acho

Se trata del joven detrás de la música y la lírica de un grupo que combina naturalmente el tango, la milonga, el candombe y toda clase de ritmos rioplatenses. Instruido en partes iguales en cultura rock y tradición maleva, Acho Estol cuenta aquí sus tiempos de cargador de nutrias en Londres, su viaje a la China y de cómo “el germen vivo” del tango se activó en su sistema nervioso.

Por Fernando D’addario

El rock y el tango dieron ya tantas vueltas que la noción de quiebre generacional se adaptó plácidamente a sus vaivenes: Acho Estol, treintaypico de años, líder del grupo La Chicana, confiesa: “Llegué al tango por rebeldía, porque mi familia lo odiaba. En mi casa gustaban Sinatra, Jobim, Brahms, y yo, de pibe, conseguí dos disquitos de Gardel, y los escuchaba sin decirles nada a mis padres”. Esa “actitud rocker”, que no necesariamente se canaliza haciendo rocanrol, evolucionó luego hacia una pasión tanguera sin naftalina ni snobismo. Lo de “pasión tanguera” también es un reduccionismo, porque en el caso de su banda, engloba otras variantes de la sensibilidad porteña: milongas, valsecitos, candombe, murga.
Y hay más: en su segundo disco, Un giro extraño, participan Axel Krygier, La Chilinga y Omar Mollo; versionan “Frank Wild Years” de Tom Waits, pero en versión milonguera, aporteñada (rebautizada “Los años de joda de Aníbal”), con Ariel Prat en plan Edmundo Rivero. En sus shows, a la hora de las presentaciones, zapan “Purple Haze”, de Jimi Hendrix. Este tango ajeno al peluquín, aunque minoritario por el momento, se abre paso entre los perseguidores de la postal de Buenos Aires for export y cierta actitud paródica que intenta rescatar los iconos del malevaje porteño. La figura más visible de La Chicana es Dolores Solá, pero Acho escribe las letras y compone la mayoría de las canciones. “Cuchillo, cadena y faca; patada, puño y cabeza; no es un cuento de los veinte, ya existía el rock and roll”, escribió en “La Patota”, uno de los temas del primer disco, Ayer hoy era mañana, paradigmático en la mirada temporal de una ciudad que suele despertar nostalgia ajena. “Uno se encuentra todos los días con la Buenos Aires real y con la mitológica –dice Acho en la entrevista con el No– y muchas veces las vivís al mismo tiempo. Es una ciudad rockera y tanguera. Yo puedo hablar de un malevo de los años ‘20, porque aunque no los haya conocido, los conocí, a través de los relatos de mi abuelo, de películas viejas, de los personajes de Borges, de los viejitos que todavía te encontrás en un bar, Celedonio Flores, el sainete. Mis vivencias también son un poco de todo eso.”
Entonces, es tiempo de repasar esa historia. De un abuelo periodista itinerante, amigo de Conrado Nalé Roxlo, De Caro, González Tuñón, entre otros artistas e intelectuales de su época, Acho heredó unos cuantos libros interesantes y la pasión por los viajes, dentro o fuera de la ciudad de Buenos Aires. Así conoció los mitos y misterios de los barrios porteños, y a los 22 años, viajó a Estados Unidos y después a Europa. Se gastó demasiado pronto el dinero que llevaba y se encontró de golpe con el otro lado de la aventura turística. “En Washington sobreviví limpiando vidrios, gané unos dólares, pero me los gasté en Nueva York. Llegué a Londres con 100 mangos y tenía dos opciones: quedarme a dormir en la calle o ponerme a laburar de lo que sea. Conseguí un trabajo como cargador de fardos de nutrias muertas. Al poco tiempo, preferí dormir en la calle. Claro, yo me creía un wild boy, pero los wild boys eran unos australianos que andaban con las nutrias muertas como si nada. Un vagabundo me enseñó a armar la caja de cartón para poder acostarme adentro, y listo. Después trabajé como músico callejero, en varias ciudades europeas, en plazas, restoranes, estaciones, donde conocí tipos de todo el mundo. Yo tocaba canciones de Gieco, Cantilo, Gardel, y ganaba lo suficiente para vivir. Estando en España, por ejemplo, con un yanqui agarrábamos un fin de semana un tren, nos íbamos a Zurich, y con lo que sacábamos vivíamos diez días. El único problema lo tuve una vez en Barcelona, y con un mendocino. Era el dueño del boliche donde tocábamos, y se me ocurrió hacer una versión rocanrolera de ‘Luna tucumana’. Me echó a la mierda...”.
También estudió cine en Valladolid y entre sus trabajos como asistente de dirección menciona Highlander 2, y todavía hoy, cuando ve alguna parte de la película, siente el orgullo y la vergüenza de decir: “Esa escena la dirigí yo”. En el medio, tocó, armó y desarmó infinidad de bandas de rock,en las que el tango aparecía sólo tangencialmente. La creación de La Chicana no diluyó su espíritu itinerante y aventurero. Con el grupo estuvo recientemente en la China, en un festival internacional de música y danza, donde había artistas de todo el mundo. Se encontraban, por ejemplo, con la maravilla de estar a las nueve de la mañana probando sonido en la Muralla China, y después tocando frente a miles (y cuando se trata de China, son miles en serio) de campesinos, soldaditos, marineros, que escuchaban tango. “Allí la mezcla era increíble. En una actuación en Pekín, íbamos como en procesión, en carrozas, nosotros en un camión tocando ‘La cumparsita’ y atrás unos gordos noruegos que nos tapaban. Había tipos regrossos, de Pakistán, Senegal, la India y unos locos finlandeses, retruchos haciendo capoeira. Y millones de chinos saludando en las calles.” Claro que a la hora de escuchar música, los chinos no parecen tan eclécticos: “Se la pasaban escuchando Ricky Martin y Kenny G”, recuerda, con un dejo de resignación.
Si en la China tienen problemas de identidad, qué puede esperarse de la Argentina. Acho se enoja y propone que alguien debería hacer una película sobre Eduardo Arolas, un rolling stone en serio. Sortea los compromisos del tiempo, llega a los ‘80, a los ‘90, y nombra como referentes a Palo Pandolfo, a Reincidentes, a Omar Mollo, a Daniel Melingo. Nombra también guitarristas: Vernon Reid, Stevie Ray Vaughan, Oscar Alemán, Ubaldo De Lío. Y dice que, por suerte, “para hacer esta música no hay que tener un carnet aprobado por la Academia del Tango. Cada cual lo agarra del lado de donde le viene. Hay que desghettizar el tango”. Su folklore fue, como el de tantos de su generación, Pink Floyd, Moris, Charly García. No el tango. “Lo que pasa es que para nosotros, lo que nos llegaba del tango era, en el mejor de los casos, la tarjeta postal de ‘Caminito’, y en el peor, ‘Grandes Valores’, con Soldán, los moñitos y toda esa cosa decadente que te daban ganas de matarlos a todos. Ahora en cambio ya está blanqueado. Es natural que una banda de rock se acerque de alguna u otra manera al tango. Y los que tienen un lenguaje más cercano a esa estética son los grupos del rock chabón, donde se encuentran las temáticas barriales. Me parece bárbaro que Los Piojos hayan hecho una versión casi punk de ‘Yira Yira’. Es su modo de entender el tango. Y el tango tiene mucho de punk, por su origen marginal.”
Al margen de La Chicana, Acho tiene pensado grabar un disco solista y otro con música instrumental. En esos proyectos canalizará lo que, por cuestiones estéticas, no encuadra con su banda tanguera: “Ahí meto todo lo que tengo, que también hago en La Chicana, pero menos exagerado: una cosa muy psicodélica, con mezcla de cabaret berlinés, cumbia, vodevil gitano y folklore ácido. Quisiera recrear una onda banda de borrachos en un casamiento gitano, tipo película de Kusturica”.
–¿Es un lugar común eso de que para acercarse al tango hay que tener más de 30 años?
–El tango es como un germen vivo, que en algún momento se activa. A mí me gustó siempre, pero recién a los 30 asumí la responsabilidad de dedicarme a él, de hacer profesionalmente este tipo de música. Lo que pasó acá es que hubo un bache generacional, y los que se criaron en los ‘70 u ‘80 vinculan al tango con la mediocridad. En la década del 40 no hacía falta llegar a los 30 para que te pegara el tango. A los 10 años ya aprendías a bailarlo. Hoy no pasa eso, pero tampoco hay rechazo. Y a determinada edad, si te pasaron ciertas cosas, te tiene que pegar sí o sí, porque si no, ¿dónde viviste?