PLáSTICA
› “MANIFIESTOS...” EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO
Académicos y anti, reunidos
La presentación del libro en el MAMba dio pie para considerarlo como una “empresa civilizatoria de largo aliento”.
Por José Emilio Burucúa*
He aquí un libro que agrega un eslabón fundamental a una larga y prestigiosa cadena de fuentes editadas, compiladas y comentadas para la historiografía artística de base científica. Creo que las 534 páginas de Manifiestos argentinos que hoy se publican por primera vez juntas se inscriben, con todos los honores, en una constelación de la cual forman parte viejos textos como la Documentary History of Art a cargo de Elizabeth Gilmore Holt (1947-1957, Nueva York, Anchor Books) o el entrañable y siempre utilísimo volumen de Nueva Visión, Documentos para la comprensión del arte moderno, que reunió Walter Hess en 1956, o bien la serie más reciente de tomos que Gustavo Gili dedicó en los años ‘80 a las Fuentes y Documentos para la Historia del Arte al mismo tiempo que, en 1981, Francisco Calvo Serraller sacaba a luz su colectánea, monumental y tan erudita Teoría de la pintura en el Siglo de Oro (Madrid, Cátedra). La obra de investigación y recopilación exhaustiva, hecha por Rafael Cippolini, coloca de tal suerte a nuestro país en una empresa civilizatoria de largo aliento, tal cual es la que implica reunir el corpus principal de lo escrito sobre las artes, bajo la forma del manifiesto o sus equivalentes, y poner nuevamente al alcance del scholar y del público cultivado fragmentos de una alta concentración significante que han definido el pensamiento estético y las prácticas artísticas en el siglo XX argentino. Bastaría señalar este hecho para que celebrásemos con fuegos de artificio la aparición del libro de Rafael que, a partir de este momento, ha de ser obra de consulta obligatoria de nuestros críticos e historiadores por larguísimo tiempo, un pequeño Plinio, me atrevo a decir, de las artes plásticas nacionales. Pero eso no es todo ni de lejos. Porque también nos encontramos en presencia de una meditación, hilvanada no sólo en la pasmosa Introducción sino desplegada en el armado peculiar de la secuencia de fuentes, donde nada tiene de caprichoso el que un autor aparezca y reaparezca varias veces tras las intercalaciones de otros autores (eso pasa con Malharro, por ejemplo, con Maldonado, Kosice o Noé). Ahora bien, ¿qué clase de “meditación” es la que se desprende de la Introducción y de la forma de organización general de Manifiestos argentinos? Dije que el ensayo inicial es “pasmoso” porque, en primera instancia, asombran la libertad o el desparpajo cronológico y disciplinar con los cuales se suceden los argumentos y la consideración de los fenómenos que van componiendo la categoría del “manifiesto” en toda su densidad temporal. El punto de partida no podía ser más pregnante respecto de una tradición argentina que siempre se ha buscado a sí misma como parte protagónica del main stream del arte occidental: el origen del discurrir es, por supuesto, el clímax del Manifiesto Blanco, y sirve a Rafael para deducir la faceta del instrumento de legitimación, seguir luego con las facetas del autosimulacro y de la idea civilizatoria y llegar, por fin, a la cara de la subjetividad, que forman todas el poliedro del “manifiesto”, objeto significante por excelencia del arte moderno (claro está que Rafael nos recuerda, en tal sentido, su deuda con Arthur Danto). Y de eso precisamente se trata: la meditación histórica del libro de Cippolini concierne al sujeto moderno y a las formas estéticas de su aparición en la Argentina, del desarrollo de sus fuerzas, de sus sombras, de su eclipse o su disolución. Quizás el hecho de la persistencia metamórfica del manifiesto, confirmado por esta investigación, nos permita pensar que no hay todavía y tal vez pueda no haber en el futuro imaginable semejante disolución del sujeto. La idea no deja de ser prometedora, pues sigo creyendo que la perduración del experimento de las libertades democráticas, flor exótica de la historia humana que apenas tiene 250 años, sólo depende de una ampliación de la subjetividad moderna, una dilatación cuyas características todavía ignoramos, aun cuando es posible que haya de transitar por el reconocimiento alborozado de nuestras propias emociones y de las emociones del prójimo, bajo una luz nueva que únicamente las artes tendrán la capacidad de encender.
(Texto escrito para la presentación del libro Manifiestos argentinos-políticas de lo visual de Adriana Hidalgo editora, 2003; llevada a cabo en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires el 12/12.)
*Director del Instituto de Teoría e Historia del Arte Julio E. Payró, que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
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