Mar 22.02.2005

PLáSTICA  › FOTOGRAFIAS DE HORACIO COPPOLA EN EL CENTRO CULTURAL BORGES

Buenos Aires según Coppola

Calles, edificios, habitantes y vida cotidiana de los porteños del ’30, a través de un maestro de la fotografía.

› Por Fabián Lebenglik

El Centro Borges presenta una muestra de fotografías de Horacio Coppola –98 años cumplidos–, tomadas en las décadas del ’20 y del ’30, en las que el fotógrafo recorre, registra y retrata con una mirada entre sorprendida y cotidiana a la Buenos Aires de entonces.
La exposición celebra los veinte años de creación del grupo Imagema, fundado por Coppola en 1984. Por ese grupo pasaron decenas de fotógrafos, varios de los cuales acompañan con sus obras al maestro en esta exhibición.
La selección de la muestra está casi toda dedicada a la serie de tomas que hizo para el libro Buenos Aires 1936, editado aquel año para conmemorar el cuarto centenario de la fundación de la ciudad.
Coppola nació en el 31 de julio de 1906 y sus fotografías constituyen una parte importante de la historia de la fotografía argentina. Su relación con la cámara de fotos comenzó de niño y a los 18 años admiraba a Nadar y a Weston, a quienes consideraba sus maestros. Fundó un cineclub en 1929 y algunas de sus fotos se publicaron en la edición del Evaristo Carriego de Borges, en 1930.
A lo largo de su vida estudió fotografía, cine, trabajó en unos estudios alemanes y filmó varias películas propias, cortometrajes y documentales.
En el libro sobre Coppola que el Fondo de la Artes publicó hace una década, el fotógrafo da cuenta de su vida en un largo texto autobiográfico, en el que recuerda su relación íntima con Buenos Aires por dentro: desde los túneles del subterráneo recién inaugurado, gracias al cual recorre la ciudad bajo tierra, desde el primer vagón de la formación, y con ojos de niño, experimentando el vértigo de la velocidad y la fuerza centrífuga del coche chirriando en las vías al dar las curvas.
Aquellos hitos que la posteridad transformaría en efemérides pasan en presente ante los ojos de Horacio Coppola, que recuerda también en 1918 el festejo del armisticio europeo en Buenos Aires: una multitud reunida en la Avenida de Mayo para celebrar la firma del Tratado de Versalles. Hay conciencia de estar mirando la historia, como también la hay de la necesidad de establecer una suerte de registro personal de todos esos cambios de paradigma que abarcan lo histórico, político, estético, arquitectónico, urbano.
Como sucede con casi toda la buena fotografía de las primeras décadas del siglo XX, la obra de Coppola demuestra que no hay nada demasiado nuevo en el género después de los años ’20 y ’30. Los debates de la época –centrados en la relación conflictiva y enriquecedora entre la pintura y la fotografía– también se pueden ver claramente en sus trabajos.
El recorrido por Buenos Aires que ofrece la muestra del Borges incluye, entre muchas otras clasificaciones, un registro y un diario en imágenes: La Boca, la avenida Corrientes, Paseo Colón, avenida Alvear, una cancha de fútbol –en donde los hinchas de la tribuna iban todos de sombrero–, el campo de polo, el Congreso, la Avenida de Mayo, una serie de esquinas emblemáticas de la ciudad, la villa miseria del Riachuelo, el microcentro y así siguiendo.
Pero también hay una nítida distinción entre lo que podría llamarse la “prosa” y la “poesía” fotográficas, entre el documento, el registro y los distintos grados de estetización, donde se abre una puerta hacia el artificio y la ficción, generados por el punto de vista. Hay una separación entre la intención de generar una imagen abstracta y la perspectiva de registro apegado a lo real. En este último caso el gesto del fotógrafo es producir un encuadre sorprendente o un punto de vista inesperado.
De viaje por Europa durante los primeros años ’30, Coppola se entusiasma con Berlín. Allí conoce a Grete Stern y ella le presenta al célebre fotógrafo y matemático Walter Peterhans, que dirigía el departamento defotografía de la Bauhaus. Coppola y Stern cursan un semestre en la Bauhaus, entre fines del año ’32 y comienzos del ’33. “Walter Peterhans -dijo mucho después Grete Stern– nos enseñó a ver fotográficamente. Nos hizo comprender que no se debía juzgar una composición sobre la lente de la cámara. Esto quiere decir que se debe reconocer el motivo simplemente con el ojo.”
Coppola concurre como asistente a un estudio cinematográfico y cuando quiere iniciarse en la célebre UFA, en Potsdam (la compañía cinematográfica estatal alemana en la que hacía sus películas, entre otros, Fritz Lang), los nazis frustran esa posibilidad. Coppola sigue entonces un curso de cine en la Universidad Karl Marx, hasta que a fines de 1933 integra un grupo junto con Grete Stern y otros que frecuentan el círculo de Bertolt Brecht. Con la cámara Leica y una filmadora Siemens de 16 milímetros recorre el este de Alemania, saca fotos y filma un cortometraje. Se va de Berlín junto con toda la diáspora antifascista para encontrarse con Grete Stern en Londres y se mudan a un domicilio/estudio. Colabora en los Cahiers d’Art y allí se publican sus retratos de Joan Miró y Marc Chagall. Luego se publica otra serie de fotos suyas, junto con otras de Stern y Walter Peterhans.
Le encargan fotografiar el arte sumerio del British Museum y del Louvre. Con ese material se edita el libro L’Art de la Mesopotamie en 1935 y lo presenta nada menos que Henry Moore con un extenso análisis en la publicación The Listener, de junio de ese año.
Cercano a la creación de la revista Sur y su entorno, amigo de Victoria Ocampo –quien lo invitó a presentar en Sur una muestra junto con Grete Stern, su flamante esposa– y de Xul Solar –a quien recuerda haberlo visto comer pétalos por la calle–, Coppola se rodeó desde siempre de escritores, pintores y músicos. El y su mujer habían decidido volver por unos meses a la Argentina, pero se quedaron a vivir permanentemente y unos años después se separan.
Para aquella muestra en la revista Sur escriben un texto teórico, asertivo y casi desafiante que, con el tono de un manifiesto, define los principios formales de sus trabajos y postula la fotografía como un modo de conocimiento. Su calidad y rigor –que de hecho constituyeron el comienzo de la fotografía moderna argentina– fueron prolijamente ignorados por la mayoría del ambiente fotográfico local, pero obtuvo reconocimiento entre los pintores y escultores de la época.
Con la novedad porteña del Obelisco y el crecimiento de Buenos Aires, el intendente De Vedia y Mitre le encarga a Coppola la realización del libro de fotos porteñas que ahora sirve de base para la presente exposición.
En 1937 realiza el documental en 16 mm Así nace el Obelisco. Ese mismo año instala un estudio con Grete Stern en Buenos Aires. Y hasta aquí el breve relato sobre los principales datos y aspectos de la relación de Coppola con esta ciudad durante la década del ’30: el resto, lo más importante, debe verse en la muestra.
(En el Centro Borges, Viamonte y San Martín, hasta el 12 de marzo.)

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