Mié 04.07.2012

CIENCIA  › DIáLOGO CON LAURA TORRES, DOCTORA EN ANTROPOLOGíA SOCIAL, LABORATORIO DE DESERTIFICACIóN Y ORDENAMIENTO TERRITORIAL

Sobre la vida en el desierto

El Jinete Hipotético cabalga por el desierto hasta el Centro Regional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas donde mantiene un diálogo sobre las formas de vida y los intercambios productivos entre el desierto y los oasis mendocinos.

› Por Leonardo Moledo

Desde Mendoza

–Usted trabaja en desertificación.

–Sí.

–¿Y qué hace un antropólogo social trabajando en desertificación?

–La idea fue poder interrogarse acerca de por qué la gente actúa como actúa frente a los recursos naturales, es decir, no dar por sentado que la gente actúa mal porque quiere, que la gente depreda porque quiere, sino intentar comprender desde qué marco está actuando de determinado modo. Entonces empecé a trabajar con Elena Abraham con las comunidades del desierto de Lavalle, en Mendoza, y empezamos a ver cómo se componían estas comunidades domésticas, cómo resolvían sus ingresos y su reproducción social. Y las conclusiones empiezan a señalarnos muy fuertemente que la desertificación está ligada a la pobreza, pero no sólo ligada, sino que la pobreza es causa de desertificación, que la desertificación se entiende como consecuencia de dinámicas sociales de un peso muy profundo y que en parte las dificultades que tiene la gente para definir su reproducción social explican cómo se comportan con respecto a los recursos.

–Hay una historia, que es la historia de la leña: cada vez hay que ir a buscarla más lejos, porque se consume a una tasa muy superior a su reposición. Eso acentúa la pobreza. ¿Qué otros mecanismos hay?

–Si nosotros observamos el área con una perspectiva histórica, vamos a ver que hay recursos naturales que son altamente valorados por los grupos dominantes, básicamente por los oasis mendocinos. El tema de la leña se puede explicar por el consumo doméstico, pero más se explica por una explotación extrarregional, que taló el bosque y lo diezmó. La gente del área era contratada como masa asalariada pobre. En la actualidad, esa misma dinámica de funcionamiento (gente que viene de afuera, extrae las riquezas y se las lleva afuera, perpetuando la pobreza) se sigue dando. Lo que pasa es que se da cada vez con recursos más degradados. Lo que nosotros decimos es que hay dos mecanismos de transferencia de valor del desierto al oasis. Uno es por la vía de los recursos naturales (en este momento, el guano) y la otra es por la vía de la mano de obra.

–¿Por qué?

–Lo que queda en la zona son pasturas y cabras. Las cabras producen guano, que es utilizado por la industria vitivinícola como abono. De alguna manera, el tener alto número de animales tiene que ver con que de esta forma se extrae guano, que es el primer ingreso de la zona. No la venta de cabritos, ni el turismo, ni las artesanías. Eso significa que hay que mantener alto el número de los rodeos. En términos más simples: el oasis sigue extrayendo recursos naturales bajo la forma de guano, extrae pasturas convertidas en guano que se usan en el oasis, que a su vez exporta vinos. El otro mecanismo es la mano de obra: la gente de la zona se contrata en las actividades de cosecha, y esto constituye un ingreso importante. Lo que pasa es que la persona vive y se reproduce todo el año en la unidad doméstica, por medio de la venta del guano, el chivo, etc., y por cinco semanas es contratado en las actividades de viña. A precios bajos...

–Y ni hablar de los derechos sociales...

–Y lo que se encuentra entonces es trabajo infantil, y cada vez más condiciones de precariedad social. Tenemos niños que viven en el desierto, que en las ocho semanas que dura la cosecha se contratan como mano de obra infantil en empresas que a su vez son exportadoras de ajo, de papa, de vino. Estos niños llenan los requerimientos de mano de obra. En síntesis: las dinámicas de relación desigual entre los oasis y los desiertos, lejos de atenuarse, se profundizan con el tiempo. Y el desierto es cada vez más pobre porque cada vez tiene menos que ofrecer, tiene recursos cada vez más degradados.

–Y además se degrada el suelo, ¿no? Usted trabaja sobre Mendoza, y en cierta forma Mendoza es un desierto.

–No en cierta forma. Mendoza es un desierto. Que tiene oasis, pero no deja de ser un desierto en un 96 por ciento.

–Usted explicó el mecanismo. La pregunta es si hay una solución para ese mecanismo.

–La solución es compleja en la medida en que depende de fuerzas que no controlamos. Cuando nosotros hablamos de participación social, tenemos que considerar que la participación social significa también participar en la toma de decisiones. Y esta gente no participa en la toma de decisiones, solamente participa a través del voto. Y si los medimos en términos poblacionales, son muchos menos que los que viven en zonas de oasis, que concentran mayores riquezas y mayor cantidad de gente. Ese mecanismo de participación social es complicado; en lo que participan es en la administración del propio territorio. Eso está bien, pero no alcanza para remontar estos problemas. La única forma de lograr ir remontando estas condiciones es con procesos de empoderamiento social y de construcción de soberanía en el desierto.

–Supóngase que hubiera más participación... ¿qué podrían hacer?

–Algunas alternativas tienen que ver con generar proyectos productivos que mejoren la competitividad de estos grupos en los oasis. Todo lo que tiene que ver con los tambos, con sumar valor agregado a los productos locales, con hacer eso en diálogo con pobladores de la zona... Lo importante es que puedan tomar la conducción de sus propios proyectos. Es bastante difícil trabajar en esto, pero creemos que es la solución.

–¿Hay mucha migración del desierto hacia el oasis?

–Muchísima.

–¿Entonces?

–Bueno, hay varias preguntas que hacerse. Por un lado, ¿qué pasaría si la gente no emigrara? Si ya tenemos más de un 40 por ciento de la población por debajo de la línea de indigencia, probablemente tendríamos aún más. Sería interesante que la zona pudiera tener a su población, pero hay que encontrar actividades y recursos naturales. Y eso es difícil, porque la capacidad de carga ya está duplicada: hay más del doble de animales de los que se deberían tener en teoría. ¿A qué se podría quedar esta gente? Cuando se va, ¿a qué se va?

–Y... a buscar el agua corriente, la electricidad, la escuela, la ciudad...

–Sí, en el presente es comprensible que la gente migre en busca de las cosas que hoy la zona no puede dar. Esto es algo que nos cuenta mucho la gente del lugar: los chicos que salen de escuelas de la zona, por ejemplo, no pueden sostener el ritmo de competencia académica de una facultad. La emigración, de algún modo, balancea, amplía el horizonte de posibilidades, pero con dificultades serias.

–El que migra al oasis, en general se ubica en lugares marginales.

–Sí, porque además es mano de obra poco calificada para lo que necesita la ciudad.

–Es un proceso muy general en toda la historia... Los lugares ricos atraen a los pobres, y no parece haber una solución.

–En el fondo, de lo que estamos hablando es de distribución de la riqueza. ¿En manos de quiénes van a quedar esos recursos económicos transformados en dinero? La lucha contra la desertificación es una lucha contra las injusticias sociales.

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