CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

Corte y confusión

 Por Juan Sasturain

Estas no son reflexiones sino sensaciones. Las ideas que subyacen, bastante obvias y ya escuchadas/leídas por boca/palabra de otros más dotados para entender la cuestión y más aptos para exponerlas con propiedad en este mismo diario y otros medios, son el pretexto que apenas disimula un exabrupto proferido con la cadena personal suelta, si se quiere. La cuestión elemental es que hay toda una alevosa ideología del corte. O mejor, con casi las mismas palabras barajadas: que en las apreciaciones respecto del gesto de cortar (rutas, calles, negociaciones, diálogos) se manifiesta alevosamente una ideología que se disimula –como toda ideología– como sentido común de estos putos tiempos.

Los supuestos de esta ideología que repiten y asumen grandes sectores de la opinión pública y de la clase media urbanas, esta misma que veo, escucho y conozco –porque pertenezco a ella, claro– partes del país concebido como empresa (la lógica empresarial como medida de todas las cosas), la condición de dueño como aspiración existencial y la nefasta rentabilidad santificada; más la política/los políticos como mala palabra y el Estado –identificado con el Gobierno– como enemigo entorpecedor y parásito. Muchos lo sostienen, más lo repiten como catecismo.

Desde ese lugar de pensamiento, los mismos sectores que se quejaban de los piqueteros y sus maneras salvajes, del desorden, del caos que provocaban en la ciudad las protestas de desocupados, subocupados, desalojados o simples laburantes necesitados y pedían a gritos una represión que nunca se produjo observan con beneplácito y simpática comprensión los desplantes y exabruptos de quienes hoy de alguna manera extorsionan sin pudor al resto de la sociedad. Y lo pueden hacer porque en su esquema de pensamiento, los cortes pueden ser siempre desglosados en parejas asimilables al bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto.

De salida –memorable declaración– se aclaró que éstos no eran cortes “de negros” sino “de blancos”. No hay por qué adherir (nadie lo hace) a semejante desglose racista: basta con señalarlo “como un hecho”. Y no olvidarse de mostrar la bandera argentina para oponerla a los “trapos” con más rojo que otra cosa de las otras expresiones de protesta. Los medios que diferenciaron y diferencian entre manifestantes/piqueteros y “la gente” reflejan con desfasada exactitud esa “diferencia” de calidad entre unas y otras manifestaciones.

Es evidente, además, que –según estas opiniones y lecturas– ahora se corta por lo sano y antes se cortaba por lo enfermo. Para ciertos intérpretes oficiosos, los cortadores de hoy representan –según ese imaginario ideológico– la salud moral y física, la reserva ética, lo natural, lo simple, lo verdadero de la economía y del sentimiento de la nación. Todo lo demás es corrupción, populismo, intermediación, burocracia, estatismo, clientelismo... En esa lectura, la actitud de la gente sana que corta se suma a las bondades de las operaciones de “cirugía mayor” que postulaba y operaba Menem.

Estos gestos actuales son –con razón– interpretados como respuestas al modelo de país que se votó mayoritariamente y se propone desde el gobierno ocasional que comanda el Estado. En ese sentido son auténticos, soberbios “cortes de manga” que son –supongo– jocosa e inconscientemente celebrados: no importa que medio país afronte el invierno con “manga corta”.

Es que, finalmente, y en términos alimentarios y con la vaca presente: si en otro momento hubo cortes más o menos populares, los de hoy son sobre todo cortes de primera y de exportación. En fin... Un corte (más) y volvemos.

Ojalá.

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