Jue 17.10.2002

CONTRATAPA

Juegos bélicos

Por Alicia Oliveira *

Hace poco tiempo recibí una invitación para concurrir a un seminario sobre seguridad y defensa auspiciado por una universidad y un organismo de derechos humanos. Al leer el programa y ver el carácter del temario y el perfil de los asistentes, recordé una vieja receta de guiso chino. Según las enseñanzas culinarias orientales, todos los ingredientes se deben agregar por partes iguales, de allí que debas echar a la olla “tanto una codorniz como un caballo...”. Entre los caballos de la olla se encontraba el general Reimundes, que ocupa un alto cargo en el Estado Mayor y que hasta hace poco tiempo fue agregado militar en la embajada argentina en Estados Unidos.
Mi respuesta fue que no asistiría a “tan ilustre seminario” porque aún me sigue fascinando el canto del jilguero y me repele el sonido del clarín militar. Al poco andar se supo que el gobernador de la provincia de Buenos Aires había decidido que a los chicos de catorce a dieciséis años que no hubiesen ingresado al polimodal y que no tuviesen trabajo alguno se los llevara a los cuarteles del ejército para que aprendieran un oficio. Esta brillante idea fue justificada con el nombre de “colimba educativa”. Fue allí que vino a mi memoria el teórico militar prusiano Von Clausewitz, que en algún momento –y haciendo gala de su inteligencia– dijo que la guerra es un asunto muy serio como para dejarlo en manos de militares. Pero también entre estos recuerdos reapareció el viejo concepto de la nación en armas. Este concepto decía muchas cosas. Algunas de importancia en aquellos viejos tiempos, pero que ahora ya se han esfumado en el aire. Otras cosas ni siquiera eran posibles en aquellas épocas: decían que en esas instituciones cerradas estos niños y jóvenes aislados del mundo recibirían formación, educación, salud y altos valores morales, perteneciesen a la clase social que perteneciesen. De estos lugares míticos surgirían los grupos solidarios que salvarían a la patria.
Probablemente creer que aquello era cierto hizo que muchos de los jóvenes politizados de los años `60 y `70 adhirieran a políticas militaristas. De esto me surge un nuevo recuerdo: el Operativo Dorrego, donde jóvenes montoneros desfilaban con el general Harguindeguy, quien honró su uniforme militar como jefe de la Policía Federal en época de la triple AAA y ministro del Interior durante la dictadura de Videla. Según contaron los actores, habían ido a auxiliar a los inundados de la provincia de Buenos Aires. Tal vez alguna ayuda prestaron. Yo sólo recuerdo esa patética imagen y el trágico final de la perversa alianza.
Todos aquellos que hemos leído algo sabemos los problemas de convivencia y riesgo que se viven en las instituciones cerradas como los cuarteles, donde la antigüedad es un grado que permite la arbitrariedad en las órdenes, el maltrato, la discriminación y todo tipo de abusos físicos y mentales.
Existe en la sociedad un grito programado para que aumenten las estructuras de encierro. Personas de memoria frágil olvidan el caso Carrasco e ignoran hechos recientes como el de Cazanave. Esas amnesias permiten que Felipe Solá hable de la “colimba educativa”, que Ricardo Brinzoni reclame el “servicio militar obligatorio” y el ministro de Defensa, el “servicio social obligatorio”.
Querer recurrir nuevamente a la nación en armas es tratar de repetir la historia. Es sólo una excusa para la muerte y la represión. Tal vez del guiso chino quieran sacar una codorniz que simule gobernar, pero que en realidad será un político timorato y disciplinado, y eso les permitirá inmediatamente extraer de la olla al caballo, que es el general que pretenden imponernos para justificar el orden.
Ya hemos sufrido mucho por estos juegos bélicos. Sin embargo la historia no se repite del mismo modo. Por ello es bueno recordar las palabras de Marx: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó agregar: Una vez como tragedia y otra vez como farsa”. Nuestros personajes han sido caricaturescos, pero produjeron una gran tragedia. Hoy pretenden reiniciar sus historias y sólo podrán construir una obra dramática, desarreglada, chabacana y grotesca.

* Ombudsman porteña.

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