CONTRATAPA › UN CUENTO DE NAVIDAD
› Por Mempo Giardinelli
La noche del 22, justo cuando el calor baja de los 35 grados y parece un alivio dispuesto por los dioses, Rafa y Cardozo se encuentran en el “Bar La Estrella”.
–Pero no es duda que me carcoma –avisa Rafa, recolocando hielos en el whisky.
–La duda es una ventaja –concede Cardozo–. Al menos sirve para entretenerse.
–Usted también podría. Va y escribe un cuento y se raja de la menesunda.
Desde las ocho y pico, discuten títulos de libros que no escribirán. Cada dos por tres les da por esa especie de juego –ellos no lo llaman así–, como si el “Bar La Estrella” y los varios whiskies que ya tienen encima los inspiraran.
–“No repare en gastos” –dice Cardozo–. Mire qué título para un libro sobre la estupidez de los ricos.
–No funcionaría –opina Rafa, revolviendo el hielo con el índice derecho–. Ese debería ser un ensayo y un ensayo con ese título no lo lee nadie. Me gusta más “El que se mueve no sale”: buen título para un libro de cuentos.
–Qué le parece “Mañana quién sabe”.
–Va mejorando, aunque es muy de policiales. Recuerda a Ellery Queen, a Hadley Chase. Escuche éste: “El fantasma de Donna Kay”.
–Explíquese.
–Amparado en una trama policial clásica, con toques froidianos, una novela sobre la reaparición siempre maravillosa del más memorable fracaso masculino. Ambientada en Boston, Massachussetts, en noviembre del ’78, con la tragedia de la dictadura en difuso segundo plano, el detective es un argentino traspapelado que reflexiona: “Se me entregó la mujer más hermosa del mundo y yo no supe hacerla mía”.
–No se le para.
–Usté lo ha dicho.
–Hum. Demasiado fálico el asunto, Rafa. No estaría a la moda.
–Otra posibilidad sería “Micción imposible”. ¿Qué le parece? Podría ser un cuento sobre los padecimientos de un macho prototípico el día que se entera de que tiene cáncer de próstata.
Y se larga a reir de su propio chiste, como esos animadores de asados de amigos de la secundaria.
–“Al final de la calle” –dice Cardozo.
–Ese me gusta. ¿De qué va?
–No sé, quizás un militante de barrio al que todos aprecian: hace carrera política, pero se corrompe y eso se ve años después en la fría mirada cargada de dolor de Angelita, su novia de adolescencia.
–Se le dispara para culebrón. Buen título pero culebrón.
–Se lo regalo.
–Mejor se lo cambio por “Cuando era lindo morir”. Sobre las formas aparatosas y divertidas que teníamos de morir histriónicamente cuando éramos chicos y jugábamos a los cow-boys.
–Eso no da ni para cuento de Navidad, que son los más simples.
–Cómo sería eso.
–Que cualquiera tiene un cuento de Navidad. Desde Dickens se echaron a perder.
–¿Y qué le parece un tipo que tartamudea raro, Cardozo, uno que sólo repite las sílabas con “pe”? Dice Pépero, y poporeso, y prépresidente. Sin embargo, cuando debe decir “papá” lo dice como todo el mundo. Y como es tarta pero no tonto, y consciente de su problema, elige siempre oraciones en las que no existen las “pe”. Experto en eufemismos, por ejemplo en vez de decir: “Hay que preprepapararse poporque hay popoco vino papara poponer en la mesa”, él dice: “Hay que alistarse ya que estamos carentes del vino que hará falta en la mesa”.
–Tá bueno, Rafa.
–Lo mejor es que el tipo es peronista pero no puede decirlo.
–¿Y eso cómo se titula?
–“El whisky que nos parió a los dos” –se ríe Rafa, y encendiendo un cigarrillo ordena a Midori, por señas que imitan a un ridículo jinete, que repita la dosis de caballito blanco.
–Título vulgar. Inadmisible –dice Cardozo en voz alta.
–No era título. Apenas un comentario impresionista.
Cuando la japonesa deja los vasos llenos y se retira, Rafa comenta:
–Va a ser una Navidad de mierda –y mira hacia afuera, hacia un chibato florecido que es un poema en bermellón y verde.
Cardozo lo mira de reojo pero no dice nada. Es obvio que ahora que Rafa regresó de México y se gana los garbanzos como publicista, anda viendo cómo y con quiénes pasar la noche del 24.
–“Discurso por el 25 aniversario” –anuncia Rafa.
Cardozo sigue en silencio, viéndolo venir.
–Un escritor debe pronunciar un discurso para el aniversario de su promoción del Colegio Nacional. Alegría por el reencuentro, orgullo, una generación especial, etc., etc. Pero tiene un problema de conciencia: no puede traicionarse con un discurso plagado de lugares comunes, como todos esperan de él, pero a la vez comprende que no tiene sentido escribir un texto conceptual y denso. El auditorio no aguarda calidad, sólo nostalgias fáciles y uno que otro pedorreo. El escritor juega a sustituir los lugares comunes por formas alternativas más o menos crípticas, cada vez más rebuscadas y exigentes. Lo divierte pensar en las infinitas maneras de decir las cosas.
Cardozo lo escucha con genuino desinterés.
–El desenlace del cuento es cuando el lector advierte que el escritor en efecto está leyendo un complejo y filosófico discurso ante sus viejos compañeros, que lo aplauden a rabiar, a la vez que se siente solo, desolado, porque es consciente de que eligió burlarse de sus compañeros. El cuento termina cuando advierte que su propia erudición lo deja solo, lo desampara. El final es abierto, pura tristeza paradojal.
Cardozo se mueve en la silla como un arquero a punto de atajar un penal. Sigue en silencio.
–No dice nada –dice Rafa–. Título: “Un obtuso silencio”.
–¿Qué quiere que le diga, si a ésta ya la vi, Rafa? Cuando usté empieza a hablar de la tristeza y la soledad, y pone esa cara... Siempre lo mismo.
Rafa se manda un trago y después se pasa la lengua por el bigote. Tiene, en efecto, y como a pleno, la cara de desamparo que le quedó de cuando estuvo en cana durante la dictadura, cinco años y pico y después exiliado otros tantos. Lo único que quiebra el efecto desolador de ese hombre es la colección de ridículos anillos baratos que usa en cada uno de los dedos.
–Ma sí –dice Cardozo–, yo sabía que iba a terminar invitándolo: venga nomás a pasar el 24 en casa...
–Si quiere, no voy nada.
–No, está bien, la patrona a usté lo banca.
–Chasgracias. A qué hora.
–Qué sé yo, venga a la hora que quiera. Pero por lo menos tráigase un whisky paraguayo, con lo que chupa usté...
Rafa piensa un ratito.
–Eso délo por hecho –dice, y sonríe como un niño–. Mire qué título: “Délo por hecho”.
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