CONTRATAPA
Ingratitud
› Por Antonio Dal Masetto
El tema de esta noche en el bar son los legisladores y la ciclópea responsabilidad que cargan sobre los hombros, el compromiso ante la historia, los sacrificios permanentes, el trabajo agotador, las noches sin dormir, el desarraigo, la familia que está lejos y los extraña. Y pese a todo eso, lo único que cosechan por parte de la gente es falta de afecto y agravios. Es curiosa esta costumbre de calumniarlos siempre, de que nadie crea en su sinceridad y buenas intenciones, de que todo el tiempo se hable peste de ellos. ¿Qué más deberían hacer para ganarse la credibilidad de sus representados? Vivimos tiempos de gente egoísta y desagradecida.
Hoy nos visita don Eliseo el Asturiano y después de escuchar hace su aporte de hombre que anduvo mucho mundo:
–Conozco esta clase de ingratitudes y les aseguro que los resultados finales pueden llegar a ser estremecedores. Les cuento esta historia para prevenirlos de lo que podría ocurrir si las cosas siguen en esa dirección y la incomprensión del pueblo hacia sus representantes no cambia de rumbo.
–Cuente, por favor –decimos todos.
–Cierren la puerta y bajen la luz porque esto no es para todos los oídos. Resulta que cuando salí de mi Caleao natal buscando un lugar en el mundo donde afincarme, fui a parar durante una temporada a Embembé y me apresuro a adelantarles que sus habitantes eran gente muy pero muy desagradecida con sus legisladores. La separación y falta de entendimiento entre unos y otros era absoluta. Por más que los legisladores se deslomaran, el pueblo jamás les reconocía un mérito. Nunca un aplauso, nunca una palabra de aliento, sólo críticas y difamación. Hasta que un día uno de los legisladores dijo: “Yo voy a demostrar que lo que sostengo y prometo es absolutamente veraz y para garantizar mi palabra ya mismo me corto la mano derecha”. El ejemplo corrió como reguero de pólvora y a las pocas semanas no quedaba ni una sola mano derecha disponible entre los representantes del pueblo de Embembé. Pero ni siquiera esto conmocionó a aquella gente, que era de corazón duro, desconfiada y de poca fe. Los legisladores subieron la apuesta y se fueron desprendiendo de más partes. No quiero entrar en detalles, pero así partieron los pies, las piernas, las manos izquierdas, los antebrazos, los brazos, hasta que todos quedaron reducidos al puro tronco y eran trasladados de acá para allá por sus secretarios sobre carritos con ruedas. Permítanme un breve paréntesis para evocar especialmente a la legisladora Nancy Makeba, a la que yo tenía bien mirada, propietaria de un par de piernas estupendas que también se perdieron en aquel sacrificio general.
–¿Y la gente seguía sin creer?
–La gente seguía desconfiando y calumniando. A esta altura ya no quedaba prácticamente nada por cortar y uno de los legisladores llegó a considerar si, al proseguir en el intento de ganarse la confianza popular, lo importante a conservar era la cabeza o el tronco. El tronco sostiene la cabeza, pero la cabeza es la que da las órdenes y la que habla. Así las cosas, se propuso una pausa para la reflexión y por fin, luego de largos debates, se resolvió que habían quedado demostrados sobradamente la absoluta honestidad de todos los legisladores, su entereza, patriotismo y coraje cívico. Se votó una ley para impedir que se avanzara más: la cabeza no.
Cuando don Eliseo el Asturiano calla, los parroquianos nos miramos aterrados. Todos estamos pensando lo mismo.
–Por favor –decimos en voz baja–, que esto que acabamos de escuchar no salga de acá.
–Sí –dice el Gallego–, llenemos los vasos y juramentémonos; que la historia de Embembé quede entre nosotros, no vaya a ser que por culpa de la incomprensión popular nuestros representantes en un acto de arrojo se pasen de la raya con la abnegación y copien ese horrible ejemplo ytengamos que asistir al triste espectáculo de los carritos con troncos humanos circulando por los sagrados salones donde se dictan las leyes.