› Por Mario Wainfeld
Dedicada a la autora de esta contratapa
Llamémosla M. porque es maestra en algún lugar de la provincia de Buenos Aires y porque, como ya se explicará, quiere mantener en reserva su identidad.
M. leyó alguna nota mía, le valió para hacerme llegar sus reflexiones por correo electrónico, a la dirección que se indica al final de esta nota. Me escribió lo que sigue:
“No puedo más que imaginar el barrio donde trabajo. Todas las escuelas donde he enseñado y que seguiré conociendo. A veces llega a la desesperación el llamado a alguien o a algo... que mire, que atienda y responda. Cada día, cuando comienza la tarea, llegan los reclamos de la gente. ‘¿Por qué no hay más personal de limpieza?’ ‘¿Por qué no dan más cosas en las escuelas?’ ‘¿Por qué no hacen algo ustedes, señoritas?’
Sí, los docentes argentinos, de los que la señora presidente descree y desvaloriza. Nosotros, armando redes que al poder no le importan y no la ocupan.
Redes para que la mamá de... pueda llevar en taxi a su hija al hospital que queda a miles de cuadras de su casa, redes para que ningún docente se quede solo en la parada del colectivo porque te afanan, redes para que los nenes con problemas serios de aprendizaje reciban turno en la salita barrial, redes para que nadie se vaya de la escuela sin comer, redes para que el comisario nos escuche y proteja a las familias que no mandan a los chicos a la escuela por la guerra entre bandos de la villa, redes para que el subsidio para mejoras edilicias ($2000) rinda como chicle, redes para que los chicos tengan esperanza, redes para que las madres vayan a las marchas (con la esperanza de que les van a dar mercadería y una casa) y lleguen a tiempo para cuidar a sus hijos, redes para que la violencia social generalizada nos contamine menos, redes para que todos tengan lápiz y goma de borrar... redes para que los documentos de la currícula nueva lleguen a la escuela... (sólo una copia fue entregada en cada escuela y que cada uno se las arregle para conseguirla), redes para que nuestros alumnos vean cuánto de bueno hay en cada uno de ellos, redes para que no nos convenzan de que todos los adolescentes son delincuentes en potencia.
Aquí en el barrio, en la vida de cada día, en la pelea cotidiana, poco importan las teorías políticas, poco importa la ideología de turno cuando no se puede tener un proyecto.
Trillado está que trabajamos con la esperanza y con la firmeza de que es posible un futuro mejor, aunque cada día compruebo que estamos solos pero SIEMPRE... tejiendo redes.”
Leo en mi casa porteña y amigable. Recuerdo una frase redonda del sociólogo Denis Merklen, en una entrevista realizada en este diario: “los pobres están condenados a la participación”. Condenados a juntarse, a movilizarse, a aunar esfuerzos. Merklen escribió un libro notable, Pobres ciudadanos, cuyo título empieza a describir una dualidad. Por un lado, los pobres son ciudadanos que accionan y bregan por sus derechos, no meros rehenes o esclavos, como describen quienes los desconocen, los miserabilizan, les perdonan la vida. Pero esa ciudadanía es, en mis propias palabras, de baja intensidad por las desigualdades de cuna, de competencias y de recursos.
“Porque sos débil, tenés que moverte”, sistematizaba Denis. Mi flamante amiga M. les pone voz y pasión a esas reflexiones. Le envío un correo electrónico, le pregunto si puedo publicar sus palabras, si eso les servirá a ella y a sus alumnos. Responde que ser escuchados y difundidos siempre ayuda. Me autoriza pero me pide que no divulgue su nombre y que, aun así, que pode un párrafo que se refiere (son mis palabras, de nuevo) a los poderes de la calle. Teme represalias de las autoridades jerárquicas o de ciertos pesados... las ha visto o vivido.
Le respondo que “buscaré la vuelta” para hacer conocer su mensaje, tan personal y colectivo a la vez. M. es una de tantos trabajadores y luchadores sociales argentinos.
“La vuelta” es esta contratapa. Por eso está dedicada a su autora, que es M. y no quien la firma.
Yo sólo le meché unas frases, le di un formato. Le agregué una dedicatoria. Y la cerré con un beso a la distancia para esa digna maestra cuyo rostro desconozco.
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