Mar 27.01.2009

CONTRATAPA

La liberación de Auschwitz o las trampas del lenguaje

› Por Jack Fuchs *

Otro año. Otro 27 de enero más, fecha en la que se recordará lo que se ha dado en llamar la “liberación” de Auschwitz. 27 de enero de 1945. Pasaron 63 años ya. El lenguaje nos juega nuevamente una mala pasada.

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, la gente me preguntaba cómo había sido “liberado”, cuál de los ejércitos aliados me había “liberado”. Yo fui también, durante años, preso de esa terminología y contestaba una y otra vez que había sido liberado por el ejército norteamericano. La realidad es que fui encontrado, en un cobertizo de una casa en el campo, en plena Bavaria. En 1945 yo estaba en Dachau, donde había sido trasladado desde Auschwitz. En los últimos días del mes de abril, hacia el final de la guerra, los nazis a cargo nuestro no sabían qué hacer con nosotros. Los aliados se acercaban, los soldados alemanes nos alejaban. Luego escaparon, dejándonos abandonados en un tren.

¿De qué liberación se habla? Lamentablemente, lo único que sí se puede modificar es el pasado, aunque suene paradójico.

Es doloroso repetirlo una y otra vez: Auschwitz e Hiroshima no han servido de advertencia. Los conflictos y las guerras no dan tregua. De 1945 a la fecha se vienen sucediendo decenas, costándoles la vida a millones de inocentes alrededor del planeta. La diferencia entre ellos es que algunos despiertan más interés –y no me refiero a sensibilidad– que otros. Ciertos conflictos parecen sacudirnos y sacarnos de la indiferencia, otros son simples noticias que no nos quitan el sueño. Podríamos preguntarnos ingenuamente por qué la terrible guerra de los Balcanes durante los años noventa, en el corazón de Europa y con pleno conocimiento de ella por parte de las democracias occidentales, fue “ignorada”, y no pudo evitarse la masacre y la destrucción. Lo mismo ocurre con las guerras tribales interminables en algunos países africanos que provocaron y siguen provocando en la actualidad verdaderos genocidios. Afrontémoslo: la mayoría de nosotros ni siquiera puede señalar en un mapa los distintos países en que quedó desmembrada la antigua Yugoslavia, ni los países africanos que siguen sufriendo guerras. Durante la cruda guerra entre las naciones musulmanas, Irán e Irak que en ocho años dejó cientos de miles de muertos no surgió sensibilidad ni manifestación alguna frente a las respectivas embajadas en Buenos Aires, protestando ante tan terrible carnicería. Hoy nos enfrentamos al conflicto en Medio Oriente, que sí nos ocupa a todos y enfrenta a muchos. Hay un dicho que dice lo siguiente: “si un perro muerde a una persona, no nos sorprendemos; si un ser humano muerde a un perro sí”. Quiero creer que tal vez ha llegado ya el momento en que tomemos conciencia de cómo nos paramos frente a ciertos acontecimientos y dejemos de buscar constantes justificaciones a nuestras conductas tan contradictorias.

Durante la guerra, los países aliados sabían muy bien de la existencia de los campos de exterminios y de todo lo que sucedía. Jamás bombardearon Auschwitz ni ningún campo. Ni las vías de tren que a ellos conducían. Auschwitz fue ignorado entre 1941 y 1945. Voluntariamente ignorado. El objetivo de los países aliados era ganar la guerra. Jan Karski, héroe de la resistencia polaca, estuvo entre los primeros testigos de las atrocidades que se cometieron durante el nazismo. Su testimonio fue menospreciado en Europa, cuando luego de moverse clandestinamente por distintos lugares, brindó información sobre lo que estaba sucediendo. Cuando llega a los Estados Unidos en julio de 1943 sucede lo inimaginable. Su reporte sobre los terribles sucesos incluyendo la matanza de judíos “oscurecía” la agenda de todos los políticos, a nadie interesaba. Roosevelt, con quien se entrevistó de manera privada, sólo estaba interesado en datos vinculados con las conspiraciones existentes. El juez de la Corte Suprema norteamericana, Felix Frankfurter, judío él mismo, escuchó el testimonio de Jan Karski durante una hora y le dijo: “no puedo creerle”. El embajador polaco que allí estaba se enfureció y le preguntó cómo era posible que no creyera los dichos de Karski. Frankfurter contestó: “no es que no lo creo, sino que no puedo creerlo”.

A esta historia se le suman decenas de otras, voces que no quisieron ser escuchadas. El horror fue ignorado. Los crímenes del nazismo y la indiferencia del mundo tuvieron lugar en un mismo planeta, el nuestro, aunque intentemos reivindicar la acción “liberadora” de la civilización occidental y humanista. Los sobrevivientes, los testigos que aún estamos vivos, fuimos encontrados, errando, en el camino autodestructivo de la humanidad.

* Pedagogo, sobreviviente del Holocausto.

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