Vie 30.01.2009

CONTRATAPA

Un actor puro

› Por Juan Forn

Todos conocemos al tipo de la foto, pero con la cara de Klaus Maria Brandauer y el nombre Mefisto, una película de esas que quedan grabadas (en mi memoria está al lado de Cabaret y de El huevo de la serpiente). Brandauer maquillándose frente al espejo en su camarín, con la cara blanca y las cejas y la boca negras, mientras afuera tronaba la Alemania nazi: el momento terrible en que un artista es capaz de hacer cualquiera, lo peor, por su carrera, por su ego. Istvan Szabó escribió la película, además de dirigirla, basándose en la novela de Klaus Mann, que a su vez se había basado en una persona de la vida real, un actor alemán que había conocido bien, el tipo de la foto: Gustaf Gründgens.

Gustaf Gründgens se quedó en la Alemania nazi cuando todos los que él respetaba como artista se fueron, o los fueron. El éxodo dejó muchos lugares de importancia vacíos, entre ellos el Staatstheater de Berlín. Gründgens logró que Göering dejara en sus manos el teatro más importante de Alemania desde 1936 hasta el final de la guerra, para protagonizar allí las obras que quisiera, con el elenco y la producción que quisiera, y así se convirtió en el actor emblemático de la Alemania nazi, y por encarnar de tal manera el pacto con el diablo pasó de ser Fausto a ser Mefisto, y a arder en el infierno por toda la eternidad. ¿O no sentía eso uno, cuando terminaba la película? Dos detalles alucinantes: 1) Klaus Mann escribió y publicó la novela antes de la guerra (en 1936, en Amsterdam, de apuro, y ya expulsado de Alemania); y 2) Gründgens sobrevivió a la guerra y hasta 1963 siguió siendo El Actor Dramático de Alemania. ¿Cómo es posible?

En 1924, el mismo año en que su padre publicó La montaña mágica, Klaus Mann publicó Anja y Esther, una historia de “un cuarteto de jóvenes locamente ena-morados unos de otros”. Tenía diecisiete años. La revista Simplicissimus publicó una caricatura de él: “Dicen que los hijos de un genio no pueden ser genios. De manera que no eres un genio, papá”. Semanas después, Gründgens encaró a Klaus y le propuso llevar a escena Anja y Esther, protagonizada por ellos dos en los roles masculinos, y Erika Mann y Pamela Wedekind (la hija del dramaturgo Frank Wedekind, por entonces tan célebre como Thomas Mann) en los roles femeninos. Con la obra en cartel, Klaus, que estaba teniendo un affaire con Gründgens, anunció que se casaría con Pamela, que estaba locamente enamorada de Erika, que se casó con Gründgens, y se lo llevó a pasar la noche de bodas en el mismo hotel donde había llevado a dormir la noche anterior a Pamela, vestida de varón.

Obra y casamiento duraron más o menos lo mismo. Para cuando Gründgens vio una foto de la obra en la tapa de una revista, con su figura eliminada de cuadro (¡Hijos malos! era el título y el tema de la nota), ya estaba separado, de Erika y de Klaus. No le importó mucho: sus quince minutos de fama habían alcanzado para que Max Reinhardt lo invitara a su compañía. Ocho años después, cuando Hitler llegó al poder, Gründgens pensaba más o menos lo mismo que sus compañeros de la troupe de Reinhardt y que tantos otros artistas que se fueron yendo, “pero él no era judío; él era un rubio del Rhin, así que se quedó”, como dice Klaus Mann en Mefisto.

Sin pasaporte, viviendo en un hotel de prestado en Amsterdam, Klaus escribió Mefisto “para denunciar y execrar una actitud, no una persona”. Ya no escribía para desafiar a papá, o a la sociedad, sino para combatir el nazismo. Diez años más tarde, y mucho menos convencido en su lucha, a pesar de que el nazismo hubiera sido derrotado, Klaus vuelve a Alemania. Asiste a los juicios de Nuremberg y después acompaña a Berlín a Roberto Rosellini, que está haciendo un documental. Una noche pasan por delante de un teatro en el sector ruso. La función está por empezar. La aparición en escena del actor principal, que despierta una ovación en la platea, los pesca llegando a sus butacas. Con espanto, Klaus ve que el actor en el escenario es Gründgens. Al día siguiente logra averiguar lo que pasó: los rusos arrestaron a Gründgens al entrar en Berlín, lo tenían en un campo de detención hasta que intervino providencialmente Arssenyi Gulyga, comisario de Teatro Soviético, que le ofreció la rehabilitación a cambio de que promoviera el teatro en la zona de Berlín controlada por los rusos. Pronto Gründgens estuvo de vuelta en los escenarios de las diferentes zonas de la ciudad. Los diarios berlineses, supervisados por la ocupación, lo habían exonerado como “un participante que no participó”, alguien que “entendía el teatro como un espacio sagrado que debía ser protegido de toda influencia del mundo exterior”.

Klaus intentó publicar en Mefisto en la Alemania de posguerra. Ninguna editorial quiso. Gründgens había impuesto un recurso de amparo ante la Justicia en cuanto leyó el artículo escrito por Klaus después de verlo en escena. El artículo (aparecido en un pequeño diario de Hamburgo, el único que se interesó en publicarlo) se preguntaba por qué no revivir la carrera de Emmy Sonnemann (la actriz que se había casado con Göering). “A fin de cuentas, la pobre mujer no sabía nada de Auschwitz... Y además, ¿qué tiene que ver el arte con la política?” La Corte de Hamburgo, en su fallo favorable a Gründgens, dijo: “El público alemán no está interesado en recibir una imagen falsa de su teatro desde el punto de vista de alguien que no estaba por entonces en este suelo”. Así opinaba un tribunal en la Alemania de los primeros años de posguerra.

El 1º de enero de 1949, Klaus Mann escribió en su diario: “No quiero sobrevivir a este año”. Venía de cortarse las venas seis meses antes, en la casa de sus padres en California. Sus intentos por dejar la heroína eran inútiles. En ninguna parte tenía casa. Su diario era la crónica de una muerte anunciada. La última anotación, hecha en Cannes, en abril, dice que acaba de recibir una carta de un editor alemán rechazando Mefisto: “Herr Gründgens cumple un papel muy importante aquí”. Un mes después se suicidó. Tenía cuarenta y dos años.

Gründgens, por su parte, siguió siendo El Actor Dramático de Alemania hasta su muerte, en 1963. Estaba de vacaciones en Manila y se tomó un frasco entero de barbitúricos. Pocos meses antes había pagado su favor a Arssenyi Gulyga, haciendo el Fausto con su troupe por veinte ciudades de la Unión Soviética.

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