› Por Rodrigo Fresán
UNO “¿Y éste qué estará tramando?”: el interrogante y la frase me llegan flotando en las olas de la memoria, desde mi pasado más lejano, casi siempre en la voz alta de un adulto preguntándose acerca de lo que estará haciendo el más pequeño de los niños. Así, el verbo tramar como misterio vagamente negativo, como algo que se le adjudicaba al Profesor Neurus o al Guasón o a la oveja negra de la familia o a ese mejor peor alumno y cuervo con piel de blanca palomita graznando desde un pupitre en los bajos fondos del aula. Oiganlo.
DOS Todo lo anterior para advertirles (a veces pasa) que esta contratapa arranca sin saber muy bien a dónde va pero teniendo muy claro de dónde viene. Y bien podría empezar conmigo entrando en una librería de libros leídos y comprando a precio irrisorio algo que se titula The Seven Basic Plots: Why We Tell Stories. Más de 700 páginas en las que su autor, Christopher Booker, postula y prueba la teoría de que existen nada más que siete plots (o tramas) en toda la historia de la literatura (y, por ende, del teatro y del cine y de la televisión y de los comics) y que son las que siguen: vencer al monstruo, de pobre a rico, la búsqueda, la comedia, la tragedia, el renacimiento y el viaje de la sombra hacia la luz. Y eso es todo, amigos.
TRES Y uno tiende a leer esta clase de libros de atrás hacia delante. Es decir: se empieza por el índice onomástico y bibliográfico, se busca y se encuentra lo que interesa, y se retrocede hasta la página en cuestión. Lo primero que yo busco es alguna mención al Tierna es la noche de Francis Scott Fitzgerald. Y ahí está. Booker postula a esta novela –mucho menos perfecta pero tanto más interesante que El Gran Gatsby– como uno de los ejemplos más logrados de “seudofinal” en la que se “intenta convertir en virtud el hecho de que nada en su trama puede ser resuelto”. Mi interés en Tierna es la noche pasa –más allá de los valores de Fitzgerald– por la historia del libro. Se sabe que Fitzgerald se inspiró para sus héroes trágicos Nicole y Dick Diver en la pareja real de Gerald y Sara Murphy: adinerados expatriados en el sur de Francia quienes invitaron a Fitzgerald y a Hemingway y a Picasso y a tantos otros a pasarla bien haciéndose cargo de las cuentas. El guapo Gerald (pintor de casi domingo a quienes muchos atribuyen el haberse anticipado a la mecánica y postulados del Pop Art y otros le reconocen la jerarquización fashion del sweater marinero a rayas) y la bella Sara y sus hermosos hijos representaron, para Fitzgerald, especímenes perfectos a la hora de escribir sobre la “diferencia” de los ricos. De ahí que acabara dedicándoles su novela (“TO GERALD AND SARA / MANY FETES”) en la que los Diver empiezan pareciéndose a los Murphy pero terminan inevitablemente idénticos a los Fitzgerald. Es decir: terminan mal. Los Murphy –a quienes tan bien les iba– acabaron viviendo la tragedia de la muerte de dos hijos y regresando a los Estados Unidos para asumir los negocios familiares. La fiesta había terminado, Sara nunca le perdonó a Fitzgerald lo que hizo con ellos y el automitológico Hemingway le escribió a su colega una de sus tantas absurdas cartas/reproche con las que buscaba destruirlo (“Un escritor no debe comenzar con personas reales y convertirlas en otras personas”). Pero fue Gerald quien, releyendo la novela años más tarde, le hizo llegar a Fitzgerald (quien lo consideraba “mi conciencia social”) su bendición y agradecimiento con un “Sólo la parte inventada de nuestra historia –la parte más irreal– ha tenido alguna estructura, alguna belleza”. Y si hay algo muy interesante en la historia real de los Murphy es la de haber sido una pareja de fieles y verídicos y muy objetivos testigos rodeada por una jauría de rabiosos mitómanos e inventores de la propia leyenda. Gente que no paró de tramar sus propias vidas hasta el punto final de la muerte.
CUATRO Hay dos muy buenos libros sobre los Murphy y aquí los tengo: el primero es el breve y ya clásico Living Well Is the Best Revenge de Calvin Tomkins (el título sale del lema personal de los Murphy) y el segundo es la exhaustiva biografía Everybody Was So Young: Gerald and Sara Murphy: A Lost Generation Love Story de Amanda Vaill. Y semanas atrás acompañé a Javier Cercas a una mesa redonda en el Instituto Cervantes de Nueva York y –sorpresa o no tanto; los escritores sabemos de la inexistencia existencial de las casualidades– la interlocutora del español no es otra que Vaill y la conversación, apasionante, pasó por cómo se disponen los materiales de la verdad a la hora de construir ficciones. A la salida de allí entré en otra librería y –nada es casual– recibí un premio inesperado: la edición del guión cinematográfico imposible de filmar de Tierna es la noche (largas parrafadas, pocos diálogos, libre flujo de conciencia) firmado por otro superalcohólico, Malcolm Lowry, tiempo después de su Bajo el volcán. Y nada se pierde, todo se transforma: el Dick Diver de Fitzgerald acaba aquí siendo muy parecido al Geoffrey Firmin de Lowry. “Mezcal”, dijo el psicólogo.
CINCO ¿Y qué hacer con todo esto, con todo lo anterior? ¿Cómo acomodarlo en el nicho de una de las siete tramas básicas? Sabemos cuáles son los siete pecados capitales, las siete maravillas del mundo, los siete enanitos, los siete mares y hasta los siete samuráis; pero vivimos tiempos complicados a la hora de sistematizar la no-ficción y luego, tranquilos, poder dedicarnos al desorden de lo imaginario.
Mientras escribo estas líneas, Europa se prepara para castigar a sus países con déficit como España (quitándoles dinero comunitario, derecho a voto en congresos varios y mirando de reojo a sus ciudadanos en aeropuertos y aduanas), arrecian versiones en cuanto al fin del euro por fuga hacia atrás de naciones poderosas o por expulsión de naciones débiles hacia el exilio de viejas monedas, Zapatero (en otra de sus maniobras distractivas que lo único que consiguen es llamar la irritada atención de todos) anuncia un “impuesto para ricos”, pero agrega que no es aún el momento de implementarlo, Rajoy y los suyos continúan negando toda evidencia de corrupción dentro del Partido Popular, el 40 por ciento de los españoles entrenados por años para el consumo furioso y sin memoria de crisis económica reciente se preguntan qué hacer ahora con su tiempo demasiado libre y desempleado, se sugiere a los turistas descamisados de Barcelona que se cubran (¡sweaters à la Murphy para todos!), el cuerno de un toro atraviesa la mejilla de un matador, se encienden los motores de un paro general sin fecha pero ya en la agenda, y aquí y allá y en todas partes hay gente que sólo se permite pensar en el Mundial como balsa o isla.
Y, ah sí, se acabó ese chiste de náufragos llamado Lost.
SEIS Lo único que queda, supongo, es mantenerse en movimiento, en el aire, flotar un poco. Y es en los audífonos de un avión que escucho una hermosa y perfecta adaptación para trío de cuerdas (el chelo de Matt Haimovitz y el violín de Jonathan Crow y la viola de Douglas McNabey) de las Variaciones Goldberg de J. S. Bach. Ya en tierra, busco y encuentro el compact disc, y leyendo el cuadernillo, me entero de que Bach se permitió la broma de componer la última de estas variaciones a partir de dos tonadas populares cuyos títulos, traducidos, serían “He estado tanto tiempo lejos de ti, acércate, acércate” y “El repollo y los nabos me han hecho marcharme, si mi madre hubiera cocinado carne, tal vez me habría quedado”. De verdad. No miento. Mientras escucho a Bach oigo en las noticias lo de la creación de células sintéticas y al Vaticano –según es su costumbre– advirtiendo acerca de “un salto a lo desconocido”. Lo que no me parece mal porque, casi siempre, es lo desconocido lo que salta sobre nosotros. Así que saltemos en busca de la estructura y belleza de nuestra parte inventada.
La cuestión, ahora, es qué hacer con todo esto. ¿Vencer al monstruo? ¿Gusano o cubitos de hielo? ¿Salir de las sombras y alcanzar la luz? ¿Comedia o tragedia? ¿Carne o repollo con nabos? ¿Tiernas noches o duros días? ¿Encontrar algo?
¿Y éste qué estará tramando?
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