Vie 03.01.2003

CONTRATAPA

Saga

› Por Antonio Dal Masetto

Tengo que realizar un trámite y me acuerdo de que en esa repartición trabaja un conocido de otros años, Jorge Angélico Pizarro, delicado poeta, faja de honor de la SADE. Ubico su despacho para que me oriente. En la penumbra y el silencio, rodeado de expedientes, Pizarro tiene algo de monje medieval. Enchufa un calentadorcito eléctrico que está en el piso, junto al escritorio, y me ofrece un té. Le pregunto para cuándo el próximo libro.
–Estoy trabajando, quizá en seis o siete años lo tenga listo.
–Eso se llama tomarse las cosas con calma.
–Soy un funcionario de carrera. Esta es una profesión que favorece a la poesía. Acá se aprende a medir el tiempo con otra vara. Mi próxima obra trata de ese tema. La titulé: “Medialuz y mansedumbre”. En cierto sentido es mi historia familiar.
–Una saga.
–No sé si sabrá que a mi esposa la conocí acá y que también acá vio la luz nuestra primera hija, ya que el parto se adelantó y nació en la repartición. No tengo duda de que los chicos seguirán la carrera de la familia. Al varoncito no necesito comprarle juguetes. Se entretiene con los sellos y los formularios. Le encanta sellar. La nena hace verdaderos bordados con el cosido de los expedientes. Y tiene solamente seis años.
–¿No le preocupa que en el algún momento se vuelva a hablar de cesantías, de despidos en masa en las reparticiones públicas?
–Siempre se habló de reformular –Pizarro sonríe con benevolencia–, pero es imposible, nos necesitan, nosotros somos la verdadera sangre del Estado. Existe una raza de engreídos que se van turnando y ostentan un ratito la autoridad conferida por el cargo. Pero los que dominamos la organización somos nosotros. Mi abuelo y mi padre fueron funcionarios, así que entre los tres vimos pasar a muchos de civil y de uniforme. Son los vanidosos de turno. Asoman la cabeza un instante, brillan un segundo y luego se eclipsan para siempre. Nosotros en cambio somos sencillos y austeros, y duramos. Somos como los mares que han sido testigos de florecimientos y desapariciones de imperios. Mares siempre iguales a sí mismos, inalterables, tenaces y eternos.
–Medialuz y mansedumbre.
–Así es.
Agradezco el té y pregunto cómo llegar a la oficina donde deberé realizar mi trámite. La oficina está en otra ala del edificio, pero hay una forma de cortar camino y Pizarro me lo explica en versos: “Por el pasillo, ciento catorce pasos hacia la derecha, / y se topará con una puerta insólitamente estrecha, / detrás lo esperará una escalera algo empinada/ y aquí muévase con cuidado ya que está mal iluminada, / afírmese bien en cada uno de los nueve escalones/ para evitar peligrosos resbalones, / veintiocho pasos lo separan de un balcón / al que recorrerá hasta subir un único escalón, / gire a la izquierda y si es diligente / llegará a destino en dieciséis pasos solamente”.
–Perfecto. Imposible perderme.
Pizarro elige un expediente y me lo da.
–Llévelo, así evitará que alguien lo pare y le pregunte qué anda haciendo por los pasillos. Un expediente bajo el brazo es el mejor salvoconducto.
Agradezco, salgo al pasillo y mientras empiezo a contar los primeros 114 pasos me viene a la memoria un párrafo de Conrad, en La línea de sombra: “La atmósfera administrativa es de tal naturaleza que mata todo lo que vive y respira energía humana, y es capaz de apagar la esperanza, como el temor, bajo la supremacía de la tinta y el papel”. Me digo que sin duda Conrad es grande, un escritor enorme, aunque tampoco él, como se puede deducir de esta cita, podía sustraerse al peligro de ser injusto de tanto en tanto.

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