CONTRATAPA

Ayer y hoy

Por Eduardo Pavlovsky

“Funcionarios bonaerenses, legisladores y organismos de derechos humanos denunciaron ayer que la policía provincial utiliza prácticas de eliminación de personas similares a las empleadas durante la última dictadura militar, como las ejecuciones y los crímenes por gatillo fácil. Del mismo modo, advirtieron que ‘la proliferación de la tortura y del hacinamiento carcelario’ en el ámbito bonaerense ‘constituyen prácticas de terror’ que recuerdan a los métodos usados por las fuerzas de seguridad entre 1976 y 1983.” (2002)

En Memorias del calabozo, Mauricio Rosencrof y Fernández Huidobro, militantes uruguayos detenidos en calabozo durante once años (1972-1983) en Uruguay, nos dicen con relación a los represores: “Quiero referirme un poco a la patología de los oficiales que se han ensañado con nosotros. Existe la tesis de que los que más agredieron eran los que tenían dentro de sí desarrolladas las tendencias sádicas. Yo me resisto un poco a considerar enfermos a aquellos que se ensañaron más en las torturas, adscribiéndole entonces un diagnóstico psiquiátrico, porque sería limitar la cuestión a grados de patología individual. Este oficial que tenía esa conducta con nosotros era simultáneamente uno de los más estimados por la tropa cada vez que los soldados tenían problemas. Dirigirse a ese oficial era una gran tranquilidad porque los atendía paternalmente. Era patológico con nosotros. La metodología que usó el Ejército fue hacer participar a todos, enfermeros, médicos, oficiales, etc.; todos tenían que ‘mojar’ para que todos se sintiesen implicados y además el exceso fue lo normal en la institución. Por eso rechazo que Astiz o Mason sean sádicos. La esencia del sadismo como patología dentro del Ejército es secundaria. Lo constante es la normalidad en que se convierte lo anormal”.
La institucionalización de la violencia, el rapto, el saqueo o la tortura (o el asesinato de civiles durante la democracia por la policía). La interiorización institucional de la violencia como obvia.
Foucault decía que los únicos que pueden hablar con eficacia sobre las cárceles o prisiones son los presos o los carceleros. La institución (policial, militar, carcelaria) produce esta específica subjetividad.
La tortura, la desaparición o el asesinato no como patología individual. No nos sirve para intentar pensar los fenómenos de producción de subjetividad. Su complejidad.
La tortura como producción de subjetividad institucional. Diaria, cotidiana, interiorizada como conducta normal, aceptada y valorada.
En El señor Galíndez intentábamos seguir esta hipótesis: “Lo que nos interesaba señalar era la institucionalización de la tortura mucho más que la patología individual de los torturadores, quienes a su vez eran víctimas de la institución. Si insistimos en los cuadros psiquiátricos individuales de los torturadores, perdemos de vista el eje central de la problemática: la tortura o el rapto como institución” (en nuestro caso, representado por los llamados del teléfono del señor Galíndez).
Existe una institución que viola la
ética del represor
Para formarlo tuvo que violarlo. Cómo “resingularizar” esta batalla. El represor violado y violador al mismo tiempo.
De cómo es capaz de transmitirse institucionalmente ese tipo de subjetividad que fabrica torturadores, raptores, saqueadores como fenómenos normales cotidianos y obvios. Existe una institución como producción de una subjetividad que engendra como normal lo monstruoso y esto a su vez es un factor de producción de subjetividad social. (Terrorismo de Estado y su concomitante complicidad civil. Instituciones policiales en la democracia y sus víctimas cotidianas.)
Si el rapto o la tortura son interiorizados como hechos naturales, normales, el acto criminal se percibe como sintónimo institucionalmente.
Intentemos comprender el “régimen de afecciones” en que se mueve el individuo. Su régimen de conexiones institucional. “Puede ser un buen padre de familia –pertenecer a la sociedad protectora de animales–, ser un beato y concurrir a la Iglesia todos los domingos, pero luego volverse sádico con los prisioneros” (Memorias del calabozo).
Pero todo esto incluye una “lógica de afecciones”, en la totalidad de la conducta. No existe disociación de la personalidad dentro de la lógica institucional.
“Todos los oficiales, todo el personal de la protección militar-carcelaria, recibían cursos en que los manijeaban meticulosamente– con fundamentos ideológicos, y les decían que éramos traidores a la Patria, asesinos deleznables. Todo esto iba conformando en ellos un criterio ideológico. Eran coherentemente fascistas” (Memorias del calabozo).
Aquí, Rosencrof dice: coherentemente fascistas. La institución produce coherencia en este tipo de subjetividad. Lo obvio. Lo normal es el fascismo y su complementariedad: la violencia.
Una camada de jóvenes militares de la dictadura griega había cometido atroces torturas. Fueron juzgados y sometidos a exámenes psiquiátricos. Ninguno de ellos reveló alteraciones psiquiátricas severas.
Pero, en cambio, durante las entrevistas con ellos se tuvo información de que todos habían sido sometidos a un severo entrenamiento doctrinario-ideológico de ocho meses de duración, que culminaba con la práctica de los elementos de la tortura con prisioneros políticos. (El examen psiquiátrico de los policías acusados de matar adolescentes rara vez es anormal.)
Lo singular, en cambio, sería analizar el tipo de discurso institucional que produjo esa singular subjetividad que interiorizó la tortura como obvia, necesaria, cotidiana y normal en la formación de los jóvenes militares. No creo en este caso que la ideología institucional funcione como prótesis de la falta de cada uno de ellos.
El discurso se filtra intersticialmente y eficazmente a través de un complejo sistema de códigos y afecciones.
No es el discurso molar de la institución policial, tal vez el perverso –pero hay un discurso intersticial– que se filtra entre los cuerpos de los policías. En ese discurso intersticial, el asesinato a inocentes es normal.
Foucault señalaba que era más eficaz captar el poder en sus extremos, allí donde se vuelve capilar en sus últimos lineamientos. Es decir sugería estudiar cómo el castigo, el poder de castigar que cobra cuerpo en cierta cantidad de instituciones locales, regionales y materiales.
En otras palabras: captar el poder por el lado extremo cada vez menos jurídico de su ejército. Buscar la lógica de los procedimientos normativos. Es un tipo de poder que se ejerce continuamente mediante la vigilancia o el control (según los caos). “Tratar de analizar el poder a partir de las técnicas y tácticas de dominación que constituyen un saber propio.”
Se desconocen las multiplicidades que entran en juego en la Policía Bonaerense, su régimen de conexiones, sus micrologías, sus lealtades, sus ritmos y velocidades, sus ideales, sus creencias, sus propias normas disciplinarias.
La represión policial es uno de los capítulos que requiere un altísimo nivel de complejidad para su comprensión y así hay que encararlo en la multiplicidad de su complejidad. No es sólo un problema de víctimas y victimarios. Es un problema de investigación compleja. ¿Cómo se los prepara para su función? ¿Qué relación hay entre los planes de estudio de las academias policiales y el accionar de sus efectivos? ... ¿Materia preferida? Unánime: Técnica de Procedimientos Policiales (cómo esposar, cómo usar el arma, etcétera). El egresado de la Vucetich desea cerrar el tema: “En la escuela no aprendés nada. Pura teoría. Son unos fracasados que se la pasan haciendo gimnasia”. ¿No conviene estar en forma para correr a los delincuentes? El, decididamente, cierra el tema: “Para eso está el arma”. (Virginia Feinmann, Página/12 - 23/9/02)
Por este lado hay que buscar por la lógica de los procedimientos normativos. Por el “entre” que se produce en los subordinados.
La dependencia incondicional hacia la institución policial produce en ellos el terror de que pueden ser prescindibles –o reemplazables– como ya ocurrió en otras ocasiones con otros “profesionales” a lo largo de la historia institucional policial. Son condenados por la “buena policía” que toleró entre ellos el discurso intersticial donde la tortura, el crimen o el rapto eran sintónimos institucionalmente. Normales.
El atentado a la Carlotto no es nada más que la misma violencia institucional de la dictadura, hoy heredada por las instituciones policial y paramilitar en nuestra democracia entreguista y zigzagueante. No hay autoridad moral para intervenir en estos aberrantes crímenes institucionales. Es un problema ético.

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