CONTRATAPA
El soldado de Galtieri
Por Susana Viau
Todos tienen un soldado raso y hay soldados rasos para todo. Es una figura inevitable. En cada lugar donde haya franceses se levantará la estatua del poilu, carne de la guerra de trincheras, barbudo, desaliñado y cargando una mochila. Es el homenaje al Soldado Desconocido. Madrid, en cambio, en medio de los tenderetes coloridos que flanquean la Ribera de Curtidores, ha colocado a su soldado conocido: Eloy Gonzalo, autoinmolado durante la guerra de Cuba al incendiar con un bidón de petróleo la posición que dominaban los insurgentes del general independentista Máximo Gómez. Y ese bidón es el que lleva en la mano Eloy Gonzalo, “el héroe de Cascorro”, que también tiene a su nombre una calle en el barrio de Chamberí. Igor Stravinsky escribió la “Historia del soldado” e Yves Montand cantó como los dioses otra historia del soldado que hablaba de las miserias de la guerra. El cine fabricó infinidad de ellos y no hace mucho al soldado Ryan, el muchacho buscado por una patrulla porque sus otros hermanos han muerto en el frente y las ordenanzas imponen resguardar al único hijo que queda vivo.
Está –imposible de olvidar esos hermosos catorce versos en los que entra un cuento completo– el poema de Borges “Un soldado de Lee”: “Lo ha alcanzado una bala en la ribera/ De una clara corriente cuyo nombre/ Ignora. Cae de boca (es verdadera/ La historia y más de un hombre fue aquel hombre.)/ El aire de oro mueve las ociosas/ Hojas de los pinares. La paciente/ Hormiga escala el rostro indiferente./ Sube el sol. Ya han cambiado muchas cosas/ Y cambiarán sin término hasta cierto/ Día del porvenir en que te canto/ A ti, que sin la dádiva del llanto,/ Caíste como un hombre muerto./ No hay mármol que guarde tu memoria;/ Seis pies de tierra son tu oscura gloria”. Es probable que ningún hombre de las tropas esclavistas haya recibido jamás unas líneas tan bellas.
Y hay también el relato sobre el amargo destino del soldado Slovik, del Regimiento de Infantería 109 de la US Army. Edward Donald Slovik, el único americano fusilado por desertor entre 1939 y 1945 y no porque no hubieran cientos como él. Slovik mismo explicó la razón de su excepcional comparecencia ante el pelotón de fusilamiento: “En absoluto me fusilan porque yo sea un desertor. Desertores los hay a millares. Pero necesitan uno como ejemplo edificante y me han elegido a mí porque anteriormente estuve en prisión. Antes, cuando era niño, robé más de una vez y por esto me fusilan ahora. Me fusilan porque a los doce años robé pan y goma de mascar. Por esto me fusilan”. La sentencia se cumplió, según Hans Magnus Enzensberger, el 31 de enero de 1945 en Sainte Marie aux Mines, en los Vosgos. El descendiente de polacos, obrero de la industria automovilística de Detroit, tenía 25 años y debe haber maldecido el momento en que la nación le comunicó que había decidido cambiar la opinión que tenía sobre su persona. Relata Enzensberger que la carta que lo convocaba decía: “El gobierno de los Estados Unidos resuelve pasar al recluta Edward Donald Slovik de la categoría 4-F, “indigno de entrar a filas”, a la categoría AI, “apto para ser enviado al frente”. El recluta Slovik debe presentarse a examen”.
En Buenos Aires, cerca del Hospital Militar, está el monumento al negro Falucho, el soldado de improbable existencia que, según sospecha Juan Sasturain, puede haber sido creado por la imaginación de Mitre con el exclusivo y patriótico fin de salvar con el mito heroico e individual la mancada de un regimiento sanmartiniano en El Callao. Y para demostrar que soldados no faltan, el general Leopoldo Fortunato Galtieri también tiene ahora el suyo: el soldado “de la clase 60” Marcelo Mignone, quien al día siguiente de sus funerales publicó un solitario aviso fúnebre en Clarín haciendo llegar sus condolencias a “familiares y amigos” del déspota fallecido. Como una ratificación de su corporeidad, el soldado de “la clase 60” repitió la esquela al día siguiente en el diario La Nación.